La mayoría de los profesionales con un título STEM (acrónimo de Science, Technology, Engineering y Mathematics) sueñan con trabajar en la NASA. La ingeniera argentina Clara O’Farrell, a los 28 años, fue un paso más allá de las normas del empeño y lo logró al completar un doctorado en el Instituto Tecnológico de California (Caltech), lo que le abrió las puertas a trabajar en el Jet Propulsion Laboratory (JPL).
Su aventura, como tantas otras, comenzó con un gran desengaño. Como le sucedió a una generación de argentinos que vieron como su futuro se oscurecía en 2001, Clara apostó las fichas de su destino a los Estados Unidos. El único apoyo en el extranjero era una tía diplomática que estaba en Washington.
La joven argentina que pasó su infancia en Olivos, estuvo de visita en el país para dar una charla TEDxRíodelaPlata que se podrá ver este domingo 5 de diciembre y aprovechó la ocasión para compartir con Clarín su experiencia laboral en el JPL.
En los años 80 sus padres se mudaron a Boston durante una temporada y allí nació la futura ingeniera. Cuando tenía apenas dos años, regresaron a Buenos Aires y justo cuando completó el secundario –acababa de cumplir los 19- decidió armar las valijas.
"Como mi familia es de origen irlandés, mis abuelos hablaban entre ellos en inglés. En mi casa querían que lo aprendiera desde chica para preservar el legado. Algo que, junto con la ciudadanía norteamericana, me facilitó la decisión de viajar".
Y si bien la aptitud científica nunca estuvo comprometida, su verdadera vocación se le fue relevando gradualmente.
"Me encantaría decirte que desde chiquita soñaba con ensamblar naves espaciales para llegar a otros mundos, pero nada de eso es cierto. Mi objetivo siempre fue convertirme en una bióloga marina. Pero en el secundario me di cuenta que mi facilidad pasaba por el funcionamiento de los objetos y resolver las fallas en su mecanismo".
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Su desembarco en California coincidió con momentos de gran euforia en materia aeroespacial. En 2004 el rover Spirit lograba una hazaña sin precedentes, ya que conseguía poner un pie en la superficie marciana. Tres semanas más tarde se uniría su 'gemelo,' el robot Opportunity.
"Había muchas charlas en donde los propios ingenieros de la NASA contaban todos los protocolos que debían cumplir para que la misión coronara en éxito. Y sobre todo, ofrecían una mirada en primera persona de sus avances. Fue en aquel momento que sentí que también quería formar parte de un equipo así".
Uno de los protagonistas de aquella gesta es otro ingeniero argentino, Miguel de San Martín, que por una de esas vueltas de la providencia, hoy son colegas en el mismo laboratorio de la NASA.
"Era la señal que esperaba para anotarme en la carrera de ingeniería mecánica y aeroespacial en la Universidad de Princeton. Al terminar hice el doctorado en Control y sistemas dinámicos, en el Caltech y tras algunas entrevistas me terminaron aceptando en el JPL en Pasadena".
La misión de Clara O’Farrell es desarrollar el paracaídas supersónico para la misión que va a recolectar muestras de suelo marciano. La ingeniera explica que se lo llama ‘supersónico’ porque al momento de su despliegue, el rover estará viajando a casi dos veces la velocidad del sonido.
"Es más grande y resistente del que utilizamos para el Perseverance y el Curiosity. Como la nave tiene mayor peso y empuje se requiere un sistema que logre amortiguar su descenso. Como recién estamos dando los primeros pasos somos 5 técnicos, pero a medida que se aproxime la fecha, se van a sumar más. Cuando empiecen las pruebas el próximo año seremos unos 15".
Señala además que, como en nuestro planeta no hay un solo lugar que reúna las mismas condiciones que el planeta vecino, el desafío es ir probando secciones de todo el proceso.
"La secuencia completa es imposible de reproducirla porque el ambiente es completamente distinto. Por eso hacemos muchas simulaciones. Aterrizar en Marte es algo tan complejo que, como dice Miguel, existen miles de posibilidades en donde todo tiene que salir mal y sólo una en donde nada puede fallar. Estamos apuntando todos los esfuerzos a esta última".
Y si bien cada uno de los miembros del equipo se especializa en un área de la ingeniería, la clave está en la flexibilidad para adaptarse a los cambios que se van presentando.
"Como las pruebas del paracaídas se ejecutan a 40 kilómetros de altura, me tocó interiorizarme de los cambios atmosféricos y predecir cuáles eran las condiciones meteorológicas a esa altitud. Así que me tuve que poner en contacto con expertos que me explicaran como lograr estas mediciones con la mayor precisión posible”.
Muchas de las investigaciones que se realizan en las instalaciones de la NASA no poseen un antecedente en el tiempo o un punto de partida desde el cual gravitar.
"Es algo común que alguien te pida algo y cuando le explicás que no tenés idea del tema, siempre te responde que nadie sabe nada de esto, pero alguien tiene que hacerlo. Y si bien en un principio te asusta, cuando superás la prueba descubrís que lograste algo que nunca te hubieras imaginado que podías hacer".
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Uno de los requisitos para adquirir alas en el mundo espacial es tener un amplio dominio de las matemáticas y también, darse maña para resolver cuestiones prácticas.
"Mi ocupación consiste en realizar experimentos de vuelo en túneles de viento. La previa representa mucho trabajo de oficina, ya que requiere la aplicación de muchos modelos matemáticos, analizar diferentes tipos de sensores y coordinar estadísticas”.
El trajín cotidiano impone también, explica Clara, contactar con diferentes proveedores para ver si el producto que ofrecen, puede encajar en el proyecto.
“Lo lindo empieza cuando se abre la temporada de ensayos. Con el equipo nos vamos a un lugar increíble, donde nos quedamos a vivir durante algunas semanas. Trabajamos como locos, pero también nos divertimos en grande. Es como una colonia de vacaciones para ingenieros".
Y sobre la marcha, siempre aparecen esos problemas que no figuraban en las páginas de ningún manual.
"Los imprevistos que te tira este trabajo son de lo más inesperados. El hecho de ser argentina me ayudó mucho, ya que la facilidad que uno tiene para improvisar soluciones es algo que asombra al resto de los colegas. Además, haber crecido en Argentina me da una perspectiva diferente cuando uno está ante una emergencia real y cuando se trata de un inconveniente pasajero".
Nadie llega a Marte por iniciativa propia, explica Clara, ya que todo se resuelve en grupo de muchas personas. Son proyecto de larga duración que requieren mucha comprensión y tolerancia.
"En Argentina tengo 30 primos hermanos y convivir durante mucho tiempo con diferentes personalidades me fue de gran ayuda. Esa experiencia tan social fue como una guía de supervivencia para la convivencia cotidiana con expertos de diferentes culturas”.
Con cada desembarco en el planeta rojo se aprende algo nuevo sobre el suelo, su clima y las expectativas de hallar rastros de vida pasada. Por eso, en cada misión se puede subir un punto más la vara de los desafíos.
"Es un planeta seco, frío y bastante hostil para los humanos, ya que al no tener atmósfera protectora la radiación solar impacta directamente sobre la superficie. Sin embargo, millones de años atrás, las condiciones fueron muy similares a la Tierra. Por eso, lo que se busca ahora son indicios de vidas pasadas que se hayan preservado a través del tiempo”.
En cuanto a la relación que mantienen su laboratorio con SpaceX, que espera llevar humanos a Marte en los próximos años, confiesa que es muy limitada.
"Por una cuestión de proximidad, aquellos que trabajan en el Centro Espacial Johnson en Texas y se encargan de coordinar los traslados a la Estación Espacial Internacional y suministros, tienen un trato más directo”.