Un estudio de la Fundación iO, especializada en Medicina Tropical y del Viajero, revela que entre enero de 2008 y el pasado mes de julio han muerto en el mundo al menos 379 personas —uno cada 13 días de media— por este motivo. La tendencia es ascendente y, tras un breve paréntesis por la pandemia, ha resurgido con fuerza en los primeros siete meses del año, en los que ha habido 31 accidentes mortales —uno por semana— pese a las numerosas restricciones de viaje aún vigentes.
“Es un problema emergente que, por las dimensiones que ha adquirido, ya puede considerarse de salud pública. El estudio nos ha ayudado a dimensionarlo y es el primer paso para tomar medidas con las que hacerle frente”, sostiene Manuel Linares Rufo, presidente de la Fundación iO e investigador principal del estudio, el mayor realizado hasta la fecha. De los fallecidos, 141 eran turistas y 238, población local, lo que evidencia que la tendencia a asumir riesgos es mucho mayor entre los primeros si se tiene en cuenta que solo una pequeña fracción de la población mundial está de viaje en un día determinado.
Los países que más fallecidos ha registrado son India, con 100, Estados Unidos (39) y Rusia (33), en una lista formada por más de 50 Estados y en la que España, con 15, comparte el sexto lugar junto a Australia. Aunque este es un dato no incluido en el texto, que será próximamente publicado en la revista Journal of Travel Medicine, los autores también han identificado los 10 lugares del globo con más muertes. Son, sin estar ordenados por número de casos, las cataratas del Niágara (en la frontera entre EE UU y Canadá), el Glen Canyon (EE UU), el Charco del Burro (Colombia), la playa de Penha (Brasil), la catarata de Mlango (Kenya), los Montes Urales (Rusia), el Taj Mahal y el valle de Doodhpathri (India), la isla Nusa Lembongan (Indonesia) y el archipiélago de Langkawi (Malasia).
Pese a la magnitud de estas cifras, el estudio solo recoge la parte más visible del problema debido a sus limitaciones. Los datos han sido recopilados mediante una herramienta de inteligencia epidemiológica llamada Heimdllr-Project, que rastrea todas las informaciones publicadas sobre estos sucesos —noticias, comunicados— en seis de los idiomas más utilizados en el mundo: inglés, español, francés, alemán, portugués e italiano. Esto deja fuera los casos que no llegan a los medios y aquellas noticias que solo han sido publicadas en otras lenguas. El trabajo tampoco incluye el gran número de accidentes graves pero no letales que se producen.
Las caídas desde lugares como cataratas, acantilados y azoteas son de largo la causa que más a menudo acaba por convertir la ansiada foto en tragedia, con 216 casos. Les siguen los accidentes relacionados con medios de transporte (123), los ahogamientos (66), las armas de fuego y electrocuciones (24 cada una) y las heridas recibidas al fotografiarse con animales salvajes (17). Por edades, los accidentes mortales son más frecuentes entre adolescentes de hasta 19 años (41% del total) y veinteañeros (37%) —la edad media de los fallecidos es de 24,4 años—, mientras la proporción entre hombres y mujeres es de tres a dos.
Las noticias sobre estos sucesos han tenido una notable repercusión en los últimos años, especialmente cuando las víctimas son personas muy conocidas en las redes sociales. Uno de los casos más recientes es el de la influencer Sofia Cheung, de 32 años y conocida por difundir arriesgadas imágenes en las redes. Falleció el pasado mes de julio al resbalar y caer en una cascada en Hong Kong. El último caso conocido en España es más reciente y, por tanto, el estudio no llega a recogerlo. Ocurrió el 14 de septiembre en el castillo de Benidorm, donde una turista ucraniana cayó desde 30 metros de altura.
Más casos recientes ocurridos en el país son la muerte de otra turista, una joven noruega de 24 años el pasado mes de mayo, al caer desde una terraza situada en un noveno en Marbella; una mujer de 28 años mientras se fotografiaba con unas amigas en una azotea de Barcelona en noviembre de 2020; y una adolescente de 14 años que cayó desde una claraboya en Madrid en marzo de ese año.
Zonas “libres de selfies” en India
“La idea de hacer el estudio surgió al ver el notable impacto que tenían las noticias sobre estas muertes y la escasa percepción del problema en la literatura científica y las recomendaciones hechas desde la medicina de viaje”, explica Linares Rufo. “En cierta medida, el trabajo es heredero de la pandemia. Con ella se han desarrollado muchas herramientas que ahora podemos utilizar para fenómenos como este y ayudar a hacerles frente. Una opción sería identificar los lugares más peligrosos y avisar sobre ello a quienes los visitan, algo en lo que se debería implicar también a los fabricantes de teléfonos, programadores de aplicaciones y administraciones. A nivel local, deberían emprenderse acciones de formación”, añade este investigador.
El Ayuntamiento de Benidorm ha empezado a hacer frente al fenómeno. “Es algo que se ha hecho más evidente tras lo ocurrido en septiembre, pero en lo que ya estábamos trabajando. La Policía Local incluye la vigilancia de los puntos más sensibles en sus reuniones diarias de seguridad y los agentes intervienen ante la mínima conducta de riesgo, incluso utilizando los drones que vigilan lugares muy frecuentados. Ahora queremos estudiar cómo introducir este asunto en las charlas que los agentes dan en los colegios para transmitirles la necesidad de evitar estas conductas”, explica un portavoz. En India, el elevado número de fallecidos ha llevado a declarar determinadas zonas “libres de selfies”.
Liliana Arroyo, doctora en Sociología y autora del libro "Tú no eres tu selfi: 9 secretos digitales que todo el mundo vive y nadie cuenta", destaca que estas fotografías, como las redes sociales, “se han convertido en una forma de relación y comunicación social más, que, como es obvio, en la gran mayoría de casos son una forma sana de expresarse que puede ser muy creativa y una vía con la que compartir inquietudes y aficiones”.
Para comprender cómo esta forma inocua de relación puede llevar a comportamientos de riesgo, Arroyo apunta los siguientes factores: “Las redes sociales premian los contenidos más extremos, porque funcionan con unas dinámicas por las que son estos los que logran captar más atención. El premio de hacerse un selfi muy arriesgado es la valoración social y esto te da una sensación de adrenalina con cada like que recibes. Esto, a su vez, lleva a algunas personas que necesitan más esta validación social a adentrarse en nuevas vías en busca de límites y nuevas recompensas, y ahí está la capacidad de cada uno de calibrar si ese premio merece la pena por el riesgo o no”.
El psiquiatra Enrique García Bernardo engloba el incremento de las muertes por selfis en un fenómeno global en el que las redes han tenido un papel importante: “Estas imágenes se han convertido en una forma rápida de obtener un reconocimiento inmediato, fácil y superficial. Lo que más cotiza son los seguidores y likes, y no el logro a través de lo más elaborado. Es un mecanismo social de reafirmación que se ha extendido en los últimos años. Sobre esto, hay personas más proclives a incurrir en conductas de riesgo. Según las categorías ligadas al temperamento definidas por [el psiquiatra estadounidense] Robert Cloninger, son aquellas que más tienden a buscar nuevas sensaciones y cuyo comportamiento está menos condicionado por la evitación del daño”.
Tomar la imagen más audaz no es el único riesgo que asumen algunas personas. La taiwanesa Gigi Wu era conocida por su afición a subir montañas en bikini y fotografiarse en las cumbres, a menudo nevadas, en unas llamativas composiciones visuales. Falleció en enero de 2019 tras caer por un barranco, aunque no fue el golpe lo que hizo que perdiera la vida. Sufría heridas en las piernas que le impedían moverse, pero pudo llamar a los servicios de emergencia. Cuando estos llegaron, sin embargo, la influencer había fallecido por hipotermia debido a lo inapropiado de su vestimenta.