Viernes 1.4.2022
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Agustín Barletti se apura en aclarar que no es un nadador profesional, apenas alguien que se adentró ya grande, con casi 50 años, en esa disciplina deportiva. "Soy un aficionado que a fuerza de voluntad y sacrificio pude superar mi mediocridad y poder hacer lo que hice". Que no es poco. En 2011, Agustín logró unir Europa y África a nado a través del estrecho de Gibraltar. Y tres años después viajó hacia el Atlántico Sur para hacer lo propio en los escenarios en los cuales se desarrolló la guerra de Malvinas en 1982. Concretamente, atravesó a brazadas las frías aguas del estrecho de San Carlos para enlazar las islas Soledad y Gran Malvina, el lugar conocido como "el corredor de las bombas".
"Ahí fue donde desembarcó la flota inglesa y donde la aviación naval argentina atacó a los ingleses. Ese lugar fue, en 1982, un aquelarre de sangre, fuego y muerte. Y en el momento en que yo lo atravesé nadando, era un páramo de calma y sol. Me pregunté cómo era posible que un mismo lugar pudiera tener facetas tan diferentes", contó el periodista y escritor.
La experiencia de Agustín quedó plasmada en el libro "Malvinas. Entre brazadas y memorias" que la editorial De los Cuatro Vientos publicó en 2019 y reimprimió este año, con motivo de los 40 años de la gesta de Malvinas.
Barletti llegó a las islas a principios de noviembre de 2014 y su presencia, asociada a la inédita acción que estaba por iniciar, modificó la monotonía habitual de ese rincón del mundo. "Me convertí en la noticia de la semana, era el loco que iba a nadar al estrecho de San Carlos. Se generó una gran empatía con los isleños, que se interesaron en conocer detalles de la iniciativa. Venían al barco y querían sacar fotos. Un periodista del Penguin News, el diario de Malvinas, me hizo una entrevista. Creo que es por ahí por donde hay que ir, es necesario desarrollar hechos que generen un vínculo y una relación con los isleños. El deporte sirve para eso", aseguró.
Gentileza Guillermo Lúder D.RFoto: Gentileza Guillermo Lúder
Además de los dos grados centígrados de las aguas en las que debió entrar con la escasa protección de un traje de neoprene, Barletti debió afrontar otras dificultades antes de lograr su cometido. "En un momento se puso muy difícil la situación con los trámites para que me autoricen el cruce, surgieron muchas trabas. El Foreign Office británico lo rechazó, el Consejo de las islas dio vuelta la decisión, pero nos costó conseguir un barco", recordó. Finalmente, apareció "El mago del sur", el velero que se fue desde Uruguay hasta Malvinas para convertirse en el soporte de la aventura. Pasar por todo eso, les llevó a Agustín y a sus colaboradores casi dos años.
Para llegar hasta Malvinas, había en 2014 un vuelo semanal, que llegaba los sábados por la mañana. Una vez allí, los pasajeros debían permanecer durante una semana en el territorio hasta el próximo vuelo. El reto que tenía Barletti era que debía tener, sí o sí, una "ventana" de buen tiempo para poder concretar el cruce a nado. Algo bastante difícil si se toma en cuenta que Malvinas es un lugar con un clima inhóspito. "Sin embargo, tuvimos una gran suerte", apuntó el escritor y periodista. Es que llegó un 8 de noviembre y al día siguiente se presentó un día en que el mar estaba tan calmo y había tan poco viento que los propios habitantes de las islas quedaron sorprendidos. "Ese día sobrevoló el estrecho de San Carlos un piloto que sacó fotos. Me dijo que en los diez años que llevaba volando nunca había visto un día tan calmo", contó Agustín.
Gentileza Guillermo Lúder D.RFoto: Gentileza Guillermo Lúder
En efecto, la fe estuvo presente todo el tiempo en la aventura de Barletti, sobre todo por algo que le ocurrió unos meses antes de viajar al Atlántico Sur. Mientras participaba en un evento social, un hombre de edad avanzada se le acercó y le preguntó si él era el que iba a ir a Malvinas. Cuando Agustín le contestó afirmativamente, el hombre le colocó en el ojal del saco un pin que tenía la forma de un angelito dorado. Y le imploró que lo llevase en su periplo. El día que estaba preparando el equipaje, Agustín sintió la sensación de que olvidaba algo, el angelito dorado. "Lo busqué, lo saqué del saco y lo abroché en la manga del traje neoprene. El día del cruce, el agua estaba transparente y cada vez que metía el brazo en el agua, por un efecto de los rayos del sol, era como si el angelito moviera las alas. A la vuelta, me interioricé sobre ese hombre que me había dado el pin. Había perdido en un accidente a su esposa y a su hijita. Ese angelito representaba para él a la pequeña. Entonces pensé en lo que puede generar el amor de un padre por su hija", rememoró emocionado.
Gentileza Guillermo Lúder D.RFoto: Gentileza Guillermo Lúder
Pero hubo más: el propio papa Francisco se enteró de la aventura y le envió un rosario bendecido con una instrucción bien concreta, que el mismo sea depositado en la tumba más despojada del cementerio malvinense. "Buscamos una cruz que no tuviera nada, que estuviera sola. Y allí dejamos el rosario. Cuando abrimos la cajita donde estaba guardada, salió un perfume de rosas que se extendió por todo el lugar, fue algo impresionante", afirmó Barletti.