Halloween no es Halloween sin calabazas (en algunos países, zapallos), preferentemente con cara. La hortaliza hueca con un rostro siniestro es el símbolo más reconocible de esta fiesta y hasta tiene nombre propio: Jack o'lantern.
Es uno de los elementos más característicos de la Noche de Brujas: una calabaza vaciada y con cara, con una vela en su interior.
Halloween no es Halloween sin calabazas (en algunos países, zapallos), preferentemente con cara. La hortaliza hueca con un rostro siniestro es el símbolo más reconocible de esta fiesta y hasta tiene nombre propio: Jack o'lantern.
Pero al contrario que otros elementos de la festividad, este es relativamente reciente: se remonta al siglo XIX y, además, al principio ni siquiera era una calabaza, sino un nabo.
Para entender esta tradición hay que remontarse hasta 1836, cuando en el periódico irlandés Dublin Penny Journal se publicó un cuento titulado Stingy Jack (Jack el Tacaño). Este trataba de un hombre borracho y tacaño pero muy astuto llamado Jack, que por intentar ser más listo que el Diablo pagó un alto precio.
Según la historia, hace muchos siglos vivía en Irlanda un borracho astuto y manipulador llamado Jack. Su mala fama era tal que despertó la curiosidad del mismísimo Diablo, quien decidió visitarle para comprobar personalmente si esa reputación era cierta: así, se presentó una noche ante Jack diciéndole que había venido a llevarse su alma.
Este, a pesar de estar borracho como siempre, ideó un plan y le convenció para que le permitiera tomarse una última cerveza.
El Diablo, que no se fiaba, adoptó la apariencia de un hombre y lo acompañó a un bar, pero cuando llegó el momento de pagar Jack dijo que no llevaba dinero y pidió a su acompañante que se transformase en una moneda y, cuando el propietario no mirase, volviera a su forma real y se reuniera con él.
El Diablo así lo hizo pero Jack, en vez de pagar con la moneda en la que se había transformado, se la metió en el bolsillo donde llevaba un crucifijo, impidiendo que el Diablo recuperase su forma. A cambio de liberarle, Jack pidió al Diablo que le perdonase la vida por otros diez años.
Jack el Tacaño era un borracho muy astuto que creía ser más listo que el mismo Diablo. Pero sus tretas al final le salieron caras.
Humillado y deseoso de tomarse la revancha, el Diablo se presentó de nuevo ante Jack al cabo de una década. Pero de nuevo subestimó a aquel borracho y accedió a un último deseo: dejarle comer una manzana de un árbol cercano.
Después de haber subido a las ramas, lanzó crucifijos a los pies del Diablo, inmovilizándolo. Este no tuvo más remedio que aceptar de nuevo las exigencias de Jack, quien esta vez le hizo prometer que nunca se llevaría su alma al Infierno. Harto de aquel hombre, accedió y nunca volvió a por él.
Sin embargo, lo que el Diablo no había logrado lo consiguió el alcohol, y llegó el día que Jack murió enfermo a causa de sus excesos.
Debido a su comportamiento en vida, Dios le negó la entrada al Cielo: entonces fue él mismo quien se dirigió a las puertas del Infierno para pedir a su viejo némesis que le permitiera entrar… pero el Diablo le recordó su promesa de que nunca se llevaría su alma al Infierno: el precio por haberle engañado sería vagar eternamente sin ser admitido en ningún lugar.
Como única posesión, el Diablo le entregó un farolillo fabricado con un nabo en cuyo interior ardía una brasa eterna, para que alumbrara su camino.
Así empezó en Irlanda, y en menor medida en Gran Bretaña, la tradición de las Jack o'lanterns, farolillos fabricados con nabos que se colocaban para adornar las casas en la vigilia de Todos los Santos, que es lo que originalmente significa Halloween (una contracción de “All Hallows Eve”).
La hortaliza con una cara grabada simbolizaba al protagonista del cuento (Jack of the lantern, Jack el del farolillo) quien, con su astucia, había mantenido lejos de él al mismísimo Diablo.
Según las antiguas creencias celtas, en aquella noche los seres sobrenaturales vagaban por el mundo de los vivos, una creencia que perduraba aún después de siglos de cristianismo, por lo que la gente creía que aquellos grotescos amuletos mantendrían a los malos espíritus lejos de sus casas.
La tradición fue llevada a Estados Unidos por los emigrantes irlandeses que, desde el siglo XIX, se instalaron en Estados Unidos en grandes números. Allí se mezcló con una costumbre local: los niños vaciaban calabazas y abrían agujeros a la altura de los ojos para usarlas como máscaras.
Dicha práctica ya está documentada incluso desde antes de la publicación del cuento de Jack: este fue publicado en 1836, pero en 1834 ya se mencionan las máscaras a base de calabazas.
La razón se debe, de nuevo, a la literatura: en 1820 se publicó la historia de Washington Irving La leyenda de Sleepy Hollow, que años más tarde fue llevada al cine por Tim Burton.
Se trata de un cuento gótico sobre el fantasma de un soldado de la Guerra de Independencia que, supuestamente, cabalga por la noche en busca de su cabeza perdida, usando una calabaza en su lugar hasta que pueda encontrarla.
Ambas costumbres se mezclaron y, así, los nabos con los que se fabricaban las Jack o'lanterns fueron sustituidos por calabazas.
La hortaliza es nativa en Norteamérica y ya tenía una gran presencia en la gastronomía del país: de este modo, al vaciarla, se aprovechaba el interior para preparar platos típicos a base de calabaza, como pasteles o galletas.
Aunque también se siguieron utilizando nabos y otras hortalizas, finalmente fue esta la que perduró en la tradición y que, casi dos siglos después, se ha convertido en el símbolo de Halloween.