Jorge Brito, el empresario que falleció hoy cuando el helicóptero en el que viajaba se estrelló en Salta, formaba parte de un selecto grupo de banqueros locales. Creó un imperio financiero desde la nada, con apenas una inversión conjunta de US$ 10.000, atravesó diversos gobiernos y mantuvo diálogo permanente -muchas veces tirante- con el poder.
Casado con Marcela Carballo, tuvo seis hijos: Milagros, Jorge, Marcos, Constanza, Santiago y Mateo.
La historia de Brito es rica en detalles. Perdió a su padre a los 10 años y había comenzado a trabajar a los 17. Él y su cuñado Delfín Jorge Ezequiel Carballo fundaron una compañía financiera que primero se llamó Hamburgo. En poco más de 30 años se convertirían en dos hombres ricos.
En 1985 compraron el Macro a Mario Brodersohn, José Dagnino Pastore y Alieto Guadagni. Hay una leyenda en la City: Macro es la sigla de Muy Agradecidos Celestino Rodrigo, un homenaje al ministro de Economía que devaluó 160%.
El Macro se transformó oficialmente en banco mayorista en 1988, con la autorización del Banco Central que presidía entonces José Luis Machinea, otro economista radical que más tarde se convertiría en ministro de Economía de Fernando de la Rúa.
A mediados de los 90, el Macro comenzó su expansión. Lejos de la City, inició ese camino por el interior. Se quedó con bancos provinciales y llegó a diciembre de 2001 con la confirmación de la compra del Bansud, en momentos en que las grandes empresas desconfiaban de la Argentina.
El Macro jugó fuerte tras la crisis de 2002. En agosto de ese año se quedó con el 35% del Scotiabank Quilmes por 20 millones de pesos (unos 5,5 millones de dólares) y lo capitalizó con $ 288 millones (80 millones de dólares). Sumó a su red otras 36 sucursales distribuidas en el interior del país. "Los países no quiebran", pensaba Brito, y aprovechaba que el Macro no había perdido tantos depósitos como el resto del sistema financiero para expandirse.
Jorge Brito era un especialista en sacar provecho de situaciones adversas y arrojar salvavidas a gobiernos en llamas. El dueño del banco Macro, que había mostrado destreza en esa gimnasia en los años 90, mejoró su capacidad durante la década kirchnerista. La primera muestra la dio pocos días antes de que Néstor Kirchner se calzara la banda presidencial.
Un mediodía de mediados de mayo de 2003, Brito recibió una llamada de Miguel Ángel Toma, titular de la SIDE, mientras almorzaba en la City porteña. El jefe de los espías le repitió las palabras que Kirchner había dicho minutos en el programa de Mirtha Legrand: "Yo conozco al grupito que ha hecho operaciones que no corresponden. Algunos de ellos manejan bancos que fueron privatizados en las provincias", dijo el que iba a ser presidente. La descripción le cabía a Brito (había hecho campaña con Menem y denostado a Lavagna) y sólo a él.
El banquero revirtió la situación en meses. Se ganó la amistad de Julio De Vido, quien lo reunió con Lavagna y le abrió la puerta de la Casa Rosada para ver a Kirchner. El resultado del encuentro fue perfecto para ambos: días después Adeba, la asociación de bancos nacionales, le ofreció al Gobierno $ 500 millones para obras. Era un favor grande, ya que el país estaba aún en default y sin alternativas de financiamiento. Kirchner se lo devolvió con un gesto: el 29 de septiembre, durante el anuncio durante una conferencia de prensa, se abrazó con él.
En el encuentro previo, el banquero le había dicho a Kirchner que quería que le fuera bien, porque de esa manera a él también le iría bien. Fue un comentario premonitorio. Entre 2003 y 2012, sus ganancias anuales se incrementaron más de 380% en dólares, de los US$ 62 millones hasta más de US$ 300 millones.
En la década kirchnerista, el Macro renovó su red de relaciones por funcionarios mucho más jóvenes. Tenía un vínculo aceitado con Sergio Massa, que mantuvo hasta estos días, antes de fallecer. Llevaron esa buena relación a la cancha: aunque sólo tomó relevancia cuando el exjefe de Gabinete y hoy titular de la Cámara de Diputados rompió las filas del kirchnerismo, el Macro auspició a Tigre, el equipo de fútbol que era apadrinado por Massa, desde sus tiempos en primera B.
También tenía buena relación con Boudou, con Bossio y el diálogo habitual con De Vido. Sus contactos y la administración de ciertos fondos le valieron ser bautizado como "el banquero de los Kirchner" por la embajada de Estados Unidos.
Lejos de aquel primer salvavidas a la nueva gestión kirchnerista, la relación entre el banquero y el gobierno de Cristina Kirchner atravesó estaciones que los separaron cada vez más. Una de esas paradas fue el exsecretario de Comercio Interior Guillermo Moreno. Habían cultivado una amistad que parecía duradera, a tal punto que el ex hombre fuerte de Cristina Kirchner en su primera administración almorzaba con el banquero una vez por semana en el edificio del Banco Macro. Pero la relación terminó mal.
Moreno lo acusó en más de una ocasión de promover corridas cambiarias y gritó que lo quería ver preso. Eso no le impidió al exfuncionario, sin embargo, valorar el poder de Brito en el mundo financiero.
En mayo de 2013, el Gobierno lanzó un blanqueo de dólares a través de la venta de bonos para obras de infraestructura y certificados para utilizar en inversiones inmobiliarias (Cedines). El equipo económico reunió a un grupo de periodistas para explicarles la medida. Moreno les anticipó que los papeles para comprar casas generarían un mercado secundario, algo que finalmente no ocurrió. Lo explicó como "un gran negocio" para Brito.
El empresario mantenía diálogo con este gobierno sin ahorrar algunas críticas. La última fue contra el impuesto a los grandes patrimonios.
Con información de La Nación (parte de esta nota fue hecha con fragmentos del libro Los patrones de la Argentina K)