Luis Rodrigo
politica@ellitoral.com
“Caballero y anarquista, qué buen título para una novela”, dice Osvaldo Bayer, acaso para no sermonear al periodista que -al calor del vino y los reflejos condicionados del trabajo- le ha marcado las dos condiciones como si fueran contradictorias.
El escritor, historiador, ensayista, maestro de cronistas, ha pedido permiso para quitarse el saco pasado el mediodía santafesino. Antes reclamó por un vino tinto a la temperatura correspondiente (y claro que no de la heladera) y ha galanteado a cada mujer que entró al pequeño quincho de la Asociación de Prensa, abusando de sus ojos azules y de sus palabras, extrañamente dulces y suaves, luminosas y optimistas, desde la caverna fascinante de su garganta grave.
El asado en el gremio de los periodistas está a la altura de las costillas. Ya se ha comprobado el acierto de los chorizos, y que la situación gremial de la Uptba (la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires) se parece a la que alguna vez mostró el sindicato local.
Está claro que Bayer -candidato de una lista opositora- va a remar contra la corriente de un padrón repleto de personas que por más vueltas que se le dé no viven del oficio, ni el oficio. No saben de las tensiones entre poder y periodismo, entre periodistas, y entre los intereses de estos y los de quienes los emplean.
* * *
El alemán nacido en Humboldt exhibe la belleza de la rebelión. No repara en acudir a términos tan severos como placenteros para describir el fracaso argentino o hablar de despropósitos nada humanos, mitos sociales y sistemas. De los chicos desnutridos del color de la tierra o la estupidez de las fronteras. No entiende la riqueza.
Comparte el sabor de lo que finalmente queda en la vida, que no es el dinero sino el goce de lo bello. “... entonces , tuve el honor de haber ido a la Cárcel de Mujeres (...) no les voy a contar los detalles”, remata entre risas otra historia de militancia, mientras amenaza con caer en un pozo de depresivo silencio germánico (actúa una mirada dura a un horizonte interior), si otra vez lo interrumpen. Los periodistas mastican una crocante bondiola de cerdo en puntas de pie.
* * *
Sobre la cabecera de la mesa -esta vez cubiertos y copas ¡de un solo juego!- Bayer tiene la delicadeza de tratar a los demás periodistas como a iguales. Incluso los consulta -sin ingenuidad- sobre cómo actuarían frente a tales o cuales informaciones. Generoso, cuenta su vida de periodista.
Era Bayer secretario de redacción de una sección del diario Clarín que hoy por suerte (y por muchas luchas) cuesta imaginar: “Fuerzas Armadas y Partidos Políticos”.
Estaba solo ante el cierre de la segunda edición y de un cable informativo de una agencia internacional, fechado en Bogotá: el embajador argentino en Colombia trataba al entonces presidente Marcelo Levingston de inútil, lo que no era noticia, pero además decía que era un aficionado a la bebida.
“Si lo ponía, me podían echar; si no lo ponía se corría el riesgo de que otros diarios sin segunda edición lo aprovecharan al día siguiente, y hasta también podía pasar lo mismo”, relata Bayer. Censura y autocensura. Por un momento, las brasas se cubren de cenizas.
Desde la dirección del periódico, con el cable impreso en el diario, se les dijo a los secretarios de redacción (Bayer logra aflautar la voz): “¡entre nosotros hay un traidor!”.
El gentleman rebelde no había visto los carteles en la redacción que -para poner corbatas a todos- informaba de la visita “justo ese día” del presidente Levingston.
Bayer renuncia, pero los días siguientes confirmaron las declaraciones del embajador infiel. El dictador duró apenas 9 meses y recibió todo tipo apodos por su gestión-gestación. El autor de “La Patagonia Rebelde” volvió a su escritorio (por unos años más, hasta otro capítulo mucho menos agradable). Nada retóricamente desafió a la mesa: “¿Ustedes qué hubieran hecho?”
En Diputados
Autoridades de la Cámara de Diputados recibieron a Osvaldo Bayer y le entregaron el diploma de “santafesino notable” votado semanas atrás. El historiador recordó que nació en esta capital cuando su madre viajaba desde Concepción del Uruguay hacia Humboldt. Alicia Gutiérrez, Sergio Liberati y José María Tessa acompañaron al presidente Eduardo Di Pollina en el acto.