La princesa Giselle será la villana del cuento en la secuela de Encantada
El eje de esta historia no va a ser el choque entre dos universos opuestos sino un melodrama de mujeres, concentrado en la compleja relación entre Giselle (Amy Adams) y Morgan (Gabriella Baldacchino), choque neural de los cuentos de hadas a partir de la imagen de la madrastra malvada. Mirá el trailer.
Desencantada explora el detrás de escena de la solución mágica y el costo de la vanidad y los caprichos a la hora de cumplir los deseos.
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Es difícil continuar escribiendo el cuento después del cierre perfecto, de aquella clausura convertida en despedida obligatoria: “Fueron felices y comieron perdices”. Pero Disney se anima a revivir uno de sus éxitos más inesperados, un musical modesto de fines de los 2000 que combinaba el espíritu de los clásicos con cierta ironía propia de la deconstrucción. Encantada (2007) tuvo ese sueño imposible de asimilarse a un género que agonizaba desde hacía años, y lo hizo desde una apuesta astuta y divertida, con un claro sentido de la comedia, canciones pegadizas y una heroína perfecta como la Giselle de Amy Adams. Volver a ese instante de imprevisible triunfo fue un desafío postergado a lo largo de quince años, que terminó confirmando que quizás reescribir los finales perfectos no sea tan buena idea.
Desencantada recoge el guante de su antecesora como el de un lejano preámbulo: la decisión de Giselle de permanecer en Nueva York sin magia y sin su adorada Andalasia ha tenido como recompensa el amor de Robert (Patrick Dempsey) y la familia formada por la adolescente Morgan (Gabriella Baldacchino) y la pequeña Sofía (Lara Jackson). Así empieza el relato de Pip, aquella ardilla de la Andalasia animada que entretiene a sus críos con las aventuras de la ciudad real. Pero el siguiente libro que encuentra Pip en su pintoresca biblioteca no es otro que el relato del desencanto de aquella princesa prometida a la que le ha costado amigarse con su condición de ciudadana de un mundo real.
La Giselle de Nueva York está agobiada por el ritmo citadino, la rutina cotidiana y la adolescencia de Morgan, que la ha revelado como una extraña para su nueva madre. Su promisoria solución es una mudanza a la suburbana Monroeville, una especie de barrio cerrado al estilo de los años 50 donde Giselle aspira recrear ese cuento de hadas perdido. Pero nada sale como lo esperaba: la casa todavía está en construcción, los largos viajes en tren son una pesadilla para Robert y la comunidad cerrada de Monroeville no resulta tan amigable, comandada por la vanidosa Malvina (Maya Rudolph) y sus obsecuentes laderas, Ruby (Jayma Mays) y Rosaleen (Yvette Nicole Brown). Tampoco para Morgan es fácil la integración al nuevo colegio, protegida por el absorbente amor de Giselle y sus coloridos vestuarios ¿Quién puede reprocharle a la pobre Giselle la tentación de volver al placentero mundo de Andalasia, un reino sin pubertades ni horarios de tren, con castillos, música y colores?
Pero volver al cuento de hadas no siempre supone hacerlo como la heroína, la princesa del castillo que solo anhela el baile, la carroza y el príncipe azul. En el reparto a veces toca ser la villana, aquella que anhela el poder sin tapujos y es capaz de todo para conseguirlo. Ese es el camino que toma Desencantada: la lucha de Giselle contra sus propios deseos, aquellos que la impulsaron a escapar de Nueva York con un culposo pase de magia. Y el eje de esta historia no va a ser el choque entre dos universos opuestos, clave de la comedia en Encantada -con personajes exquisitos como el Nathaniel de Timothy Spall-, sino el melodrama de mujeres, concentrado en la compleja relación entre Giselle y Morgan, choque neural de los cuentos de hadas a partir de la imagen de la madrastra malvada, que el guion de Brigitte Hales se decide a desmontar.
En esa decisión está el cambio de tono respecto de la original, con aspiraciones de profundidad y sentimentalismo que empantanan todo intento de humor. Por ello la disputa entre Giselle y Malvina –pese al talento de Adams y la genial Maya Rudolph- no deja de ser un agregado, un condimento a veces forzado y fuera de tono para el conflicto que atraviesa Giselle con su hijastra. De la misma manera, los musicales de Encantada, dirigidos con gran libertad por el olvidado Kevin Lima, en las manos de Adam Shankman se tornan más pesados y deudores de la narrativa –algo que ya se podía intuir en su prolijo trabajo en Hairspray, la remake de la película de John Waters del 2007-, en una puesta sin demasiado brillo que prefiere ilustrar con movimientos las canciones, antes que dar cuerpo real a las coreografías musicales.
Con claros ecos a Cenicienta en la cuenta regresiva del campanario y la disquisición sobre las madrastras, Desencantada explora el detrás de escena de la solución mágica y el costo de la vanidad y los caprichos a la hora de cumplir los deseos. Pero ese movimiento hacia adentro del género, le quita la ligereza y la sorpresa que había hecho de Encantada un bienvenido regreso de Disney a la esencia del musical. La Giselle de aquella película aceptaba el desafío de animar esa caótica Nueva York con su propia magia, sin ninguna varita, mientras la nueva Giselle teme al lado oscuro de sus deseos, a esa doble vanidosa que se permite caprichos y manipulaciones, y se decide a escapar a su reino suburbano, donde la única magia es el confort de la negociación.
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