Cuando hablamos de mediadores culturales nos referimos a intermediarios, dinamizadores, multiplicadores, fomentadores o gestores de experiencias culturales. Nos referimos a agentes (escritores, docentes, padres, bibliotecarios, editores, trabajadores sociales, militantes barriales, guías de museos, etc.) que auspician un vínculo que devendrá en un "nosotros", generan múltiples ocasiones de tener un contacto directo con los objetos culturales y encuentran las palabras apropiadas para revelar y legitimar el deseo de conocer y conocerse. Como artesanos de la enseñanza, obran con otros y sobre otros en una situación concreta, en un sentido formador, transformador y emancipador. En este tiempo de pandemia, el rol de estos intermediarios se ha visto profundamente desafiado.
Estamos pilotando un tiempo de crisis a partir de cambios bruscos introducidos por el Covid-19 en todos los espacios de nuestra vida cotidiana; hemos visto alterados los marcos de referencia que teníamos hasta antes de la llegada inquietante del virus (¡muchos son parte de la prehistoria de la enfermedad!); la fragilidad de nuestra existencia se ha puesto de manifiesto con cada cifra diaria de contagiados o decesos; hombres, mujeres y niños nos hemos descubierto vulnerables de manera muy variable según nuestro espacio geográfico de residencia y según los recursos materiales, culturales y afectivos a nuestra disposición. Como afirma Petit en "El arte de la lectura en tiempos de crisis": "las crisis desembocan en un tiempo inmediato, sin proyecto, sin futuro, en un espacio de línea de fuga. Reviven antiguas heridas, reactivan el miedo al abandono, afectan el sentimiento de continuidad propio y la autoestima. A veces provocan una pérdida total de sentido." En estas circunstancias, el rol del mediador cultural se vuelve esencial.
En mediación cultural se habla mucho de "hacer un puente": es una metáfora recurrente pero que genera debates por ser incompleta. La retomamos aquí sólo para facilitar la conexión con los lectores. En esta etapa de "distanciamiento social preventivo", la necesidad de construir puentes se hizo imperiosa -sobre todo- en el ámbito escolar: ¿Cómo hacer posible que los niños y jóvenes hagan pleno uso de sus derechos culturales en tiempos de "home-school"? ¿Cómo hacer para que puedan acceder a la experiencia del arte y la ciencia cuando las pantallas unen y separan simultánea y paradójicamente? ¿Qué puentes pedagógicos debemos y podemos construir? ¿Alcanzará con unas "tablitas" para cruzar de una orilla a la otra? ¿Hacemos una estructura flexible como la de los "Bailey" o planificamos caminos alternativos como los túneles? ¿Y qué pasa si, después de erigir un fastuoso viaducto sobre aguas turbulentas, el otro, desde la otra costa, se niega o no puede cruzar, es decir, se queda varado en su margen? En definitiva: ¡La mediación humana entre personas y bienes culturales es indispensable hoy más que nunca! ¡Dentro y fuera de la escuela! En este mundo que se tecnifica cada vez más, resulta imperioso poner énfasis –como dice Patte en "¿Qué los hace leer así?"- en la comunicación humana, en los lazos y las relaciones interpersonales alrededor de la necesidad de conocer, de reconocer y de pensar. Más específicamente, frente a la desbordante virtualidad (¡que no es una enemiga sino una aliada!), se hace urgente rescatar y resaltar la socialización y no la tecnificación del hombre o la sociedad.
Haciendo foco en las aulas, hasta marzo de este 2020 –por lo menos- mucho se insistía en una frase remanida: las escuelas "atrasan" porque educan a los ciudadanos del siglo XXI con elementos del siglo XIX (pizarrones y tizas) y con docentes del siglo XX. Pues bien, la pandemia nos empujó al océano impostergable de la educación virtual del siglo XXI para que nos apropiemos de esos recursos en pos de potenciar nuestro rol de mediadores culturales: ¡Basta de mirar de reojo! ¡Chau, pizarrón, tizas, guardapolvos, biromes, carpetas y fotocopias! ¡Chau, mentalidad de docente arraigada a la "Edad de Piedra" del long-play, del casete, del CD o del teléfono fijo! ¡Hola, maestro youtuber! ¡Hola, profe instagramer! ¡Hola, seño por streaming!
Llega la vacuna pero no es la solución definitiva. El virus vino para quedarse. Se avizora un ciclo lectivo 2021 tan desafiante como el presente. Ya tenemos la experiencia de este recorrido 2020 hecho a los ponchazos, remendando al paso, plagado de incertidumbres y con marchas y contramarchas periódicas. ¿Nos tomó por sorpresa? ¿En medio de una transición política? ¿No lo vimos venir pese a todas las advertencias que nos llegaban desde China, Italia o España por allá por enero o febrero? ¡OK! Ahora que tenemos el lomo curtido: ¡No tropecemos con la misma piedra! ¿Por dónde empezar? Aquí una lista urgente e incompleta: 1) lograr que TODOS los estudiantes, educadores y escuelas tengan acceso a compus, celus y wifi (¡Que "todos/as/es" no sea un título rimbombante y acomodaticio!); 2) mejorar la calidad del servicio de internet (hasta ahora, berreta pero más caro que en el primer mundo); 3) brindar formación continua y asesoramiento permanente a los docentes para que puedan desenvolverse con mayor soltura en la virtualidad; 4) planificar con la mayor claridad posible instancias de educación mixta para los chicos y jóvenes: ¡de ahora en más, alternar un poco presencial y otro virtual sin perder de vista los tres mentados ejes conceptuales: escuela como institución social, calidad educativa e inclusión socioeducativa!
Hasta marzo se insistía en una frase remanida: las escuelas "atrasan" porque educan a los ciudadanos del siglo XXI con elementos del siglo XIX y con docentes del siglo XX. La pandemia nos empujó al océano impostergable de la educación virtual del siglo XXI.
Llega la vacuna pero no es la solución definitiva. El virus vino para quedarse. Se avizora un ciclo lectivo 2021 tan desafiante como el presente. Tenemos la experiencia de este recorrido hecho a los ponchazos. ¡No tropecemos con la misma piedra!