Desde que soy adolescente, el tema Malvinas me eriza la piel, me lagrimea los ojos y ha ocupado espacio entre mis reflexiones. ¿Cuándo las Islas Malvinas serán declaradas argentinas?
En entrevista con el escritor, periodista Roberto Herrscher, El Litoral se propone rescatar la historia de las Islas Malvinas y del combatiente a través de sus palabras.
Desde que soy adolescente, el tema Malvinas me eriza la piel, me lagrimea los ojos y ha ocupado espacio entre mis reflexiones. ¿Cuándo las Islas Malvinas serán declaradas argentinas?
Viendo fotos de esa época me daba vueltas esta pregunta, ¿Para un soldado la guerra termina cuando deja de pelear o cuando gana la batalla?
Sé que las heridas por aquella guerra marcaron a nuestro país y al mundo.
Más allá del “punto de vista actual”, de las diferentes opiniones que haya en la sociedad, más allá existe un cosmos completo plagado de muertos, de jóvenes que no volvieron a ver a sus seres queridos y quienes han vuelto no entienden que discusión debe darse 42 años después.
La crudeza del deber marcharse cuando toca, del abrazo partido, del último beso con la madre o el padre, del irse de tu país a un lugar que solo habías visto en los libros de la escuela, de eso nadie sabe que se siente, solo ellos los combatientes de Malvinas.
¿Quedan lejos los recuerdos de aquel 2 de abril de 1982?, quise saber en esta entrevista con el escritor, periodista y gran amigo, Roberto Herrscher, que sentía y siente 42 años después.
No busco que esta entrevista los impacte, pero supongo que contribuye a que este día sintamos patria, acercamiento y reconocimiento en las palabras de Herrscher.
- ¿Cómo se observa la guerra de Malvinas desde este momento actual en tu vida como escritor, periodista?
-Como tres cosas muy distintas: por un lado, en mi vida es claramente de donde vengo. No tengo la menor idea de quién sería yo hoy, a los 61 años, si no hubiera pasado por la guerra y la guerra no hubiera pasado por mí. Muchas veces en clases y charlas (soy periodista, escritor y profesor universitario) digo que soy periodista porque en Malvinas y después no podía entender lo que me – y nos – había pasado, y al tratar de saber, entender, preguntar, viajar, contar, explicar… me hice periodista. No creo que me hayan quedado secuelas ni físicas ni psicológicas.
Lo segundo es el mundo de los veteranos, mis hermanos. Creo que es bueno tener grupos (en mi caso son varios) que pasamos por lo mismo y pensamos de forma radicalmente distinta. También suelo decir que con muchos de mis camadas probablemente no seríamos amigos si nos conociéramos hoy… pero somos hermanos. Tiene que ver con pertenecer, con que haya gente que sabe de lo que estás hablando, un grupo de contención mutua. En estos momentos eso es muy valioso.
Y, en tercer lugar, algo que seguramente saldrá en las siguientes preguntas: Malvinas como forma de pensar Argentina y lugar desde el que cuestionar lo que nos pasó y nos pasa como sociedad. Ahí no creo que tenga más claves por ser veterano, sino tal vez por pensar mucho en esa experiencia y en el arte de contar historias y cómo se usan para crear identidades y políticas.
- ¿Qué te ha permitido la música, la literatura sanar a través de estos años?
-Ahí sí creo que yo estaría rodeado de literatura y música, aunque no hubiera ido a Malvinas. Eso estaba en mí desde chico y sobre todo desde adolescente. Las artes me han servido para sanarlo todo, desde frustraciones personales y rupturas amorosas hasta muertes y ausencias. Es curioso, ahora que lo pienso: en música soy profundamente pacifista. En literatura, me llegan a atrapar las épicas de la lucha. Y tengo una tercera dimensión de disfrute y aprendizaje: el cine. Soy cinéfilo, aunque no veo tantas películas como los libros que leo y las músicas que escucho. No sé si puedo decirlo para todos, pero siento que a mí al menos, el arte me sana. De todos los pesares de la vida.
- ¿Cómo te sentías el primer momento que pisaste Malvinas?
- ¡Qué difícil es volver atrás a colocarte en el que eras en el momento en que pasaban las cosas! Y de esto pasaron 41 años. Creo que me sentía en una aventura, una aventura personal de crecimiento, un lugar donde iba a tener una experiencia única… Todavía no me imaginaba que iba a haber una guerra. Yo creía o quería creer que iba a haber una negociación, que no iban a caer las bombas y los tiros. A mí me impresionó mucho la belleza salvaje y deslumbrante de las islas. Y la unión instantánea con mis compañeros. Y también, por mi situación particular, que sabía inglés, el empezar a hablar y entender a los isleños desde los primeros días.
-¿Cómo es el tratamiento periodístico después de 42 años sobre la guerra?
-Hace 20 años escribí en La noticia deseada, un libro publicado por Marea coordinado por Miguel Wiñazki, un capítulo sobre el periodismo y Malvinas. En telegráfico, pienso (como muchos estudiosos de la historia del periodismo argentino certificaron en investigaciones y tesis) que en cada momento Malvinas sirvió para decir cosas sobre el momento en que se recordaba la guerra.
En los 80 fue el descubrimiento de lo que sufrieron los “chicos de la guerra”, en los 90, la vuelta del tema de la soberanía, con el desastre del 2001, el recuerdo de cuando estuvimos juntos (si era por una causa justa o no, no lo vamos a discutir acá). En la década siguiente vinieron las historias complejas, los otros lados: muchos periodistas y escritores viajaron a las islas para buscar historias de isleños, civiles de los barcos mercantes, las enfermeras, la guerra en el continente, los hijos. Y un tema del que escribí en Anfibia: los malos tratos de los oficiales a los colimbas. Lo llamé La verdad estaqueada. En los 40 años, con el desastre actual, veo con preocupación que volvió “la gesta”.
-¿Qué recuerdo y secuelas quedan en el pueblo argentino?
-Continuando con la respuesta anterior, siento que todo eso junto: para algunos sigue siendo un pasado remoto al que no quieren volver, para otros un incordio por la visibilidad de algunos excombatientes que se metieron en la política contingente del momento, para otros el típico abrazar a la distancia (muy a la distancia) a los excombatientes sin querer escuchar sus dolores y sus historias, y para otros, una vuelta a un concepto territorial del nacionalismo. En este preciso momento de la historia argentina, siento que sería osado unir a “el pueblo argentino”, como propones en tu pregunta, en una sola entidad. Estamos divididos, profundamente divididos. No existe, para mí, “el” pueblo argentino. Y tengo la impresión de que, si salís a la calle y empezás a preguntar por qué recuerdan de la guerra de 1982, la gente va a empezar a hablar de hoy. De las heridas de ahora mismo.
- ¿Cómo recordás aquel ultimo abrazo antes de la guerra y el abrazo de regreso con tus seres queridos?
-Para mí, mi familia fue mi salvación. En la guerra y después. Traté de contarlo así en mi primer libro, Los viajes del Penélope (el Penélope era el barquito de madera donde pasé la parte más dramática de la guerra, como conscripto de la armada). Cuando vino la policía a informarme que debía presentarme en el Edificio Libertad inmediatamente, el 11 de abril, y ya sabíamos todos que era para ir a Malvinas, me vestí con el uniforme blanco de marinero y mi mamá puso en el bolso-chorizo de arpillera unos huevitos de pascua (era Semana Santa). Esos huevitos eran el calor y el amor de mi familia con los que viajé. Se hicieron añicos y no los comí por un par de semanas, porque eran mi cable de conexión con mi casa. Hay una foto de poco antes de la guerra, donde estoy con mi hermana, y ahora la veo y tengo cara de chico, un nene. Cuando volví, tres meses más tarde, me sacaron otra foto y parece que hubieran pasado 10 años. Soy adulto. Estoy infinitamente triste, con una sombra que pese a todas las alegrías de mi vida después, está ahí, en el fondo de mi alma, para siempre. Pero el abrazo de mi familia y de mi novia de entonces y su familia, me empezaron a curar en ese mismo momento.
-Hay un grito de justicia, de reconocimiento cada 2 de abril, ¿Cómo educamos y traspasamos ese sentimiento en las aulas?
-Como todo lo que tiene que ver con los episodios clave de nuestra historia, creo que la Guerra de las Malvinas debe estudiarse en su complejidad, discutirse, pensarse en su contexto histórico, hablar de si hay causas que merecen ir a la guerra, matar, morir, crear las heridas que todavía perduran. Quiero creer que los alumnos y las alumnas de hoy tienen suficiente criterio como para crear sus propios sentimientos. El 2 de abril, ¿es un día de celebración, de tragedia, de alegría, de pena? Incluso el primer muerto de ese día, el capitán Pedro Giacchino, es a la vez un héroe de la patria ese día y, por las evidencias incontrastables en los juicios de lesa humanidad, un torturador de la dictadura. Presentar a los alumnos la complejidad de lo real es la mejor lección. Lo digo como profesor.
- ¿Cómo fue ese combate tan desigual? ¿Qué diferencias había con los británicos y su armamento?
-Una diferencia abismal. Eso lo sintieron y lo sufrieron especialmente los conscriptos en las montañas, en los combates de las últimas noches. Fueron enviados con poco armamento y casi nula preparación a luchar contra el tercer ejército del mundo. Los soldados profesionales británicos venían con anteojos de última generación de mirada en la oscuridad. Era como pelear con una venda en los ojos. Hubo mucho heroísmo en muchos de esos “pibes”, pero los que los mandaron tan mal preparados no pueden agarrarse ahora del heroísmo. Los comandantes fueron culpables, y así los declaró la justicia. La historia del soldadito valiente no puede cubrir la ignominia de mandar a tantos adolescentes al muere.
-¿Cómo era el trato con los oficiales y suboficiales de la Marina?
-En mi caso fue de cercanía y humanidad. El hecho de que yo apoye las denuncias de violencia y violaciones a los derechos humanos que presentaron varios centros de excombatientes, como el CECIM de La Plata, no significa que yo no valore a mis propios oficiales y suboficiales, y siga encontrándome con muchos de ellos cada 20 de junio para recordar juntos. No me ha llegado información de malos tratos en el Apostadero Naval y los barcos. Insisto con lo que dije antes: eso no exonera a los oficiales de la Armada que cometieron delitos en los primeros años de la dictadura, por ejemplo, en el centro de torturas y asesinatos de la Escuela de Mecánica de la Armada, donde yo juré la bandera el 25 de mayo de 1981. Hay que investigar, como periodistas y también en la justicia, los malos tratos, que en el contexto de la guerra eran más graves e imperdonables, pero yo puedo separar y separo eso de mi propia experiencia, que fue buena con mis propios jefes.
-¿De todos los gobiernos de turnos quién se preocupó realmente por los chicos de la guerra?
-Nadie puede negar que fue Carlos Menem el que, en 1990, estipuló una pensión, que fue subiendo con el tiempo y los sucesivos gobiernos, para los excombatientes. También abolió el servicio militar obligatorio. No me lo preguntás, pero considero que sería un error volver a instaurarlo. En el gobierno de Néstor Kirchner se subió ese monto, se estipularon pensiones provinciales y se creó el Museo de Malvinas, la única construcción nueva en el predio de la ESMA. Poco a poco, sé por mis compañeros que se agregaron más beneficios: para los que quedaron heridos, lisiados o afectados psicológicamente. Pero en los primeros años, cuando muchos lo necesitaban mucho, la sociedad les dio la espalda. En dependencias públicas, como Aduanas y las compañías de servicios de gas, luz y teléfonos, se les dio empleo cuando muchas empresas privadas, incluso aquellas cuyos dueños hacían gran alharaca de nacionalismo, no contrataban veteranos porque podíamos haber vuelto locos y peligrosos.
- ¿Por qué Malvinas sigue siendo una herida abierta en este país?
-No me quiero abrogar el papel de hablar por mis compañeros veteranos, y mucho menos por el país entero. Este país nuestro tiene muchas heridas abiertas, y en estos tiempos de desencuentros y comunicación mediante el insulto, ya ni siquiera estoy seguro de que los argentinos tenemos las mismas heridas abiertas. En serio lo digo: la falta de humanidad en todos los ámbitos del presente me duele, y estando afuera no me afecta tanto personalmente, pero es una herida también. Todo lo que sufrimos, ahora de vuelta hablando de Malvinas y los 649 muertos en la guerra y los que murieron después, de suicidio, de enfermedades del cuerpo y del alma, de tristeza, de abandono, de no poder olvidar el horror, si no ayuda a que al menos nos sintamos que pertenecemos al mismo país, no habrá servido para nada. El año pasado, el gobierno anterior llamó a la campaña por los 40 años de la guerra “Malvinas nos une”. Yo pensé entonces que qué triste país, que necesitaba un conflicto bélico hace 40 años para encontrar algo que nos uniera. Ahora pienso que al menos que era algo, algo que nos una. El mundial de fútbol parece como si hubiera sido hace una década.
-Se dice que el dolor nunca prescribe, que para los veteranos las guerras nunca terminan, se dice que las almas de los caídos en Malvinas vuelven para ensillar un fusible del cual nunca pudieron disparar, se dice que aquel abrazo partido con la madre o el padre queda en el recuerdo de una flor en la lápida o en una foto colgada en Malvinas. Por los que volvieron, por los que no pudieron aguantar y se suicidaron. ¿Qué les dirías?
-Hace cinco años fui a Victoria, Entre Ríos, a encontrarme con la familia del marinero Juan Ramón Turano, que murió en Bahía Fox y lo enterramos ahí, con una cruz de madera. Lo tapamos con una manta, pero era corta, y cuando lo llevamos en camilla, se le salían las botas por debajo de la manta. Yo fui el único conscripto que firmó su partida de defunción, junto con el capitán del Penélope y el comandante de las fuerzas navales. Les fui a entregar ese documento, porque nunca se lo habían dado a la familia. Su madre, doña Juana, tenía la mirada más triste que recuerdo. La abracé pensando que así estaría mi madre si yo no hubiera vuelto.
Quiero recordar hoy a la familia de Juan Ramón, especialmente a sus hermanos Fabiana y José María, que guardan siempre su memoria. Quiero recordar hoy no a un soldado anónimo, sino a Juan Ramón, que era el chico más alegre y jodón que conocí, que estaba lleno de vida, que murió de un disparo en la cabeza a los 17 años, en un guerra horrible e injusta que, para mí, nunca debió ocurrir.