Aquella noche de junio de 1982 había nevado en Puerto Madryn y la temperatura era de varios grados bajo cero. A pesar del frío hiriente, miles de personas permanecían apostadas a la vera del camino que une el muelle con la ciudad, para recibir a los soldados argentinos que llegaban como prisioneros de guerra en el buque inglés Camberra. El estruendo de las bombas y el ruido de los aviones, apenas se habían acallado.
Entre la multitud, una mujer con un bebé en sus brazos eligió azarosamente a uno de tantos ex combatientes, lo miró fijo, estiró su mano y le pidió que le entregara su pañuelo.
¿Para qué lo quiere?, preguntó el confundido colimba de apenas 19 años.
Para dárselo a mi hijo cuando crezca y decirle que era de un soldado que fue a pelear por él.
Aquel soldado era Argentino Foremny, un santotomesino que treinta años después recuerda emocionado aquella escena y que está convencido de que jamás podrá borrarla de su memoria.
Hoy Argentino es contador, tiene un hijo de 15 y otro de 18 años, vive en Santo Tomé y se prepara para volver a Malvinas dentro de pocos días junto a otros santafesinos.
La batalla
Apenas tenía 19 años, cuando cumplía con el Servicio Militar Obligatorio en el Regimiento de Tanques 1 de Entre Ríos.
Fue entonces cuando la guerra comenzó en Malvinas y el Ejército resolvió conformar rápidamente la Compañía de Comandos 602. Y hacia allí fue derivado Argentino Foremny. No era un comando militar, pero estaba capacitado para operar los lanzamisiles antiaéreos Blowpipe, paradójicamente de origen inglés.
¿Qué sentiste cuando te dijeron que ibas a Malvinas a pelear?
Fue un sentimiento ambiguo. Yo podría haberme escapado porque estuve varios días en Buenos Aires mientras hacía los cursos en la Escuela de Infantería y tenía la posibilidad de salir. Pero a ninguno se nos ocurrió desertar. En ese momento, con la juventud, no nos dábamos cuenta. Sentíamos preocupación por lo que podía pasar, pero también una emoción muy fuerte por ir a las islas.
El traslado de la Compañía de Comandos 602 a Malvinas no fue sencillo. Partieron desde el continente en un Hércules, pero debieron soportar dos intentos fallidos de llegar a las islas.
“Fueron tres intentos porque estaban cañoneando la pista, o había alerta roja. El avión volaban a 10 metros de las olas, cargado. Levantaba espuma en el mar”, recuerda Argentino.
Luego de aquel intento por aterrizar no habría más posibilidades de regresar al continente. Si el avión no podía tocar tierra, la orden era que arrojaran la carga y que los comandos saltaran en sus paracaídas. Pero Argentino no era comando y jamás había saltado de un avión: “Quedamos en que me empujaban”, cuenta sonriente treinta años después.
En Malvinas, el soldado Argentino Foremny estaba bajo las órdenes de Aldo Rico: “Nos trató muy bien, de manera muy profesional”, asegura.
La idea de Rico era que fueran los comandos entrenados los que combatieran durante los primeros días. Pero una patrulla cayó en una emboscada inglesa y entonces perdieron a 15 hombres.
Desde ese momento, el soldado Foremny debió enfrentar la batalla: “Donde más duro la pasé fue en el monte Harrier. Estuvimos cuatro o cinco días permanentemente bajo fuego de artillería”.
El 8 de junio de 1982, Argentino fue uno de los que pudo ver personalmente cómo los ingleses desembarcaban en Bahía Agradable. “Inmediatamente dimos el aviso y vi en vivo y en directo el ataque de la Fuerza Aérea a través de mi visor. Yo estaba a 20 kilómetros”.
¿Qué pasaba por tu cabeza en esos momentos?
Más que la muerte, lo que atemoriza es quedar herido sin auxilio en el campo de batalla. Al que le preguntés de aquella época te va a responder lo mismo. No preocupaba tanto morir, porque eso ocurre en un instante. Pero quedar herido, imposibilitado, lejos de la ayuda, es lo que más atormenta a un soldado.
Cuando los ingleses hicieron pie en las islas, los comandos argentinos eran conscientes de que la derrota era sólo cuestión de tiempo.
Argentino asegura que “el objetivo era alargar lo más posible la batalla, pensando en una solución diplomática que pusiera fin al fuego. Sabíamos la abrumadora diferencia de medios. Era colosal el apoyo logístico. Ellos tenían a su disposición todo lo que necesitaban. Helicópteros, apoyo naval, supremacía en los mares y en el aire. Nosotros estábamos limitados a un puñadito de helicópteros que no servían siquiera para llevar alimento a las zonas más alejadas. Tenían el dominio completo del terreno”.
La batalla final se produjo en cercanías de Puerto Argentino. “Algunos dicen que los ingleses estaban escasos de municiones. Pero nosotros ya estábamos acorralados en la ciudad. Seguir combatiendo dos días más, hubiera sido una masacre. Estábamos rodeados por donde mirábamos. No teníamos apoyo de artillería. No teníamos prácticamente municiones. Ellos ni siquiera necesitaban asaltar la ciudad. Les bastaba con seguir con el cañoneo naval y desde tierra”.
Argentino, como sus compañeros, fue tomado prisionero: “Nos trataron bien. Mi carcelero tenía no más de 25 años y me dijo “war finish”. Yo le había preguntado qué marca era su ametralladora. Y él me la dio para que pudiera verla. Me sorprendí. La observé y se la devolví”.
El recibimiento en Puerto Madryn fue inolvidable. Luego llegó el viaje a Buenos Aires. Allí, Argentino y el resto de sus compañeros fueron ocultados. Exponer la derrota no era un buen negocio para el gobierno militar.
El resto de la historia, es conocido por todos.