De la redacción de El Litoral
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Santa Fe estuvo siempre estrechamente ligada a los jesuitas. La Compañía de Jesús (nombre de la orden fundada por Ignacio de Loyola en 1534) marcó presencia en estas tierras desde su asentamiento fundacional, cuando apenas era un caserío rodeado de indios y río, en Santa Fe la Vieja. Desde ese lejano 1610 a la fecha, el legado tangible e intangible de los jesuitas forma parte del patrimonio de la ciudad.
Esta semana, la comunidad del Colegio de la Inmaculada Concepción se dio a la tarea de recordar la historia y celebrar los 400 años de presencia en Santa Fe de la Compañía de Jesús, con su clara opción en defensa de la fe y la promoción de la justicia.
“Quisimos que los festejos no fueran simplemente el día del aniversario (que se cumplirá en agosto de 2010), sino que pensamos que este cuarto centenario en un país de vida tan corta como el nuestro amerita una preparación, de tal manera que, cuando realmente sea la fecha, todo el colegio esté al tanto de qué se festeja y por qué”, destacó el ingeniero Jorge Terpin.
Poco se conoce de la identidad de los primeros jesuitas que se instalaron en aquel solitario paraje que hoy es Cayastá: el padre Francisco del Valle y el hermano Juan de Sigordia. Sí se sabe que, fieles a su labor religiosa y educativa, crearon desde los inicios una iglesia y una escuela.
Terpin, que es un estudioso de la orden jesuítica, recuerda la existencia de una carta del padre Del Valle fechada en abril de 1611, donde dice estar “al pie de la obra de la iglesia y casa en construcción” y “esperando los niños de la escuela”. Esa misiva dirigida a un superior figura en las Cartas Anuas -cuyos originales están en Roma-, que fueron rescatadas por el historiador Guillermo Furlong, un jesuita que estuvo vinculado a la Academia Nacional de Historia.
Lo que documenta ese retazo invalorable del pasado es que, a poco de su radicación en Santa Fe la Vieja, los jesuitas sentaron los cimientos de la enseñanza primaria y gratuita. “Ése es el lejano origen del Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe, que es el más antiguo de la Argentina. No hay ninguna invención, exageración ni cuestión apologética, está todo debidamente documentado”, subraya Terpin.
Con anterioridad ya habían estado por estos lares cinco jesuitas, que estuvieron de paso en 1587. Meses después, se detuvieron a predicar otros dos miembros de la orden. “Todos dejaron muy buena impresión en la población de Santa Fe la Vieja, de tal forma que la instalación definitiva de la Compañía en agosto de 1610 se debió a que el Cabildo, la máxima autoridad de esa época, reclamaba la presencia jesuítica”.
En medio de la vastedad
Desde sus comienzos, la orden se abocó a la educación de las primeras letras, a los rudimentos de la escritura y lectura. “Cuando se fundó el colegio en 1611, había una población extremadamente pobre. No había nada alrededor, era la vastedad de la inmensidad despoblada, peligrosa, ignota. Ésa es una plusvalía de la Compañía de Jesús que se instala en la inmensidad de la nada”, sostiene el ingeniero.
Si bien otras órdenes realizaron un meritorio trabajo en la enseñanza elemental, sólo los jesuitas se encontraban capacitados para organizar la educación superior (una especie de actual secundaria) que se comenzó a dictar en 1615.
La enseñanza responde al espíritu jesuita que se dedica fundamentalmente a esa misión, además de otros ministerios y la evangelización. Los alumnos y maestros de esta escuela primigenia fueron testigos del Sudor Milagroso del 9 de mayo de 1636, ante el cuadro de la Virgen Inmaculada pintado dos años antes por el hermano Luis Berger SJ.
Terpin narra también que, desde 1658, con el traslado de la ciudad a su actual emplazamiento (a raíz del ataque de los indios y el avance de la barranca que iba siendo erosionada por el río), el colegio continuó su actividad. “Para evitar problemas, cuando se hace el traslado se les otorga a los pobladores la misma ubicación que tenían en Cayastá con relación a la plaza. A los jesuitas les corresponde la manzana que, frente a la plaza, desde el naciente mira al poniente”, cuenta el historiador.
Expulsión y regreso
La primera etapa de esa notable experiencia educadora es interrumpida en 1767, cuando Carlos III ordena la expulsión de los jesuitas de las colonias españolas. Habían transcurrido más de 150 años desde la fundación del colegio, lo que provocó la desaparición de la única enseñanza superior en el ámbito local y disminuyó notablemente la enseñanza menor o elemental.
La orden sobrevivió en Rusia y fue restaurada por Pío VII para toda la Iglesia en 1814. Finalmente, el 9 de noviembre de 1862 se produce la reapertura del colegio jesuita en Santa Fe con 36 estudiantes. “Otra vez -recuerda Terpin- es a pedido del pueblo y con el apoyo decisivo del gobernador de Santa Fe, Patricio Cullen. Primero, el cabildo y, después, el gobernador fueron los que reclamaron la presencia de los jesuitas porque sólo ellos estaban preparados para brindar una educación de nivel superior”.
Tal como fuera antes de la expulsión, el colegio volvió a ser el centro de la vida cultural de la ciudad. Las labores educativas se complementaban con numerosas actividades intelectuales y científicas, que eran compartidas con los santafesinos en actos públicos. Los aportes que se realizaban desde las Academias (de literatura primero, y décadas después las de taxidermia, química, idioma, música y pintura), las inéditas experiencias de los laboratorios equipados con modernos aparatos, la posibilidad que brindaba el acceso a la importante biblioteca, las notables actuaciones de la Banda de Música, las tareas del Observatorio y la fluida comunicación con los principales centros educacionales de todo el mundo produjeron un impacto cultural y social de enorme importancia en la sociedad de la tranquila ciudad provinciana.
En 1869 se crean en el ámbito del colegio las aulas de Derecho Civil, Canónico y Natural. “Estas cátedras corresponderían a un primer año de la carrera de Abogacía y, de alguna manera, es el germen que dará lugar en 1889 a la Universidad de Santa Fe. Se trata del único y más valioso antecedente de la que luego será la Universidad Nacional del Litoral”, considera el ingeniero Terpin.
Continuidad
Los difíciles años del debate nacional entre enseñanza laica y católica provocan un cierre parcial a fines del siglo XIX, pero no impiden que el colegio ingrese al siglo XX renovando su apuesta. Se le otorga autonomía pedagógica, llegan alumnos de provincias y países vecinos, se prestigian sus Academias de Literatura y de Música, se construye el gran edificio de dos plantas que lo identifica, se instala en lo alto un moderno Observatorio Meteorológico que brinda sus informes cotidianos y más adelante se crea El Ateneo, dando continuidad a un crecimiento sin pausa que llega hasta nuestros días.
Para Terpin, el mayor mérito es la “continuidad” de la obra jesuítica con un compromiso vital, visceral y enorme con Santa Fe. “Cuando tuvo que cambiarse de lugar lo hizo: arrastró sus pobres tejas y puertas y vino de Cayastá a Santa Fe, acompañando a la ciudad. La orden fue expulsada, regresó y la Providencia hizo que el cuadro de la Virgen estuviera intacto, a pesar de la vicisitudes. La continuidad es el sello distintivo de los jesuitas en Santa Fe: siempre educando, confortando, misionando, predicando la fe católica”, cierra.
Fuentes:
* Entrevista a Jorge Terpin.
* “La herencia jesuítica en Santa Fe” (Fascículo Nº 7, de J. Terpin, diario El Litoral).