La vida en mar, un viaje en el velero Sandokán desde Brasil
El velero de regatas argentino de 40 pies de eslora ganó el Campeonato Brasilero en Angra Dos Reis. Delfines, ballenas y noctilucas, durante la travesía para traer el barco al país. Hoy es el día del navegante.
Travesía náutica a bordo del velero Sandokán (Fast 40) de Carlos Belchor, desde Angra Dos Reis hasta Buenos Aires
Es noche cerrada en el mar. La proa roja del Sandokán rompe las olas. Su botalón se clava como una aguja en el agua y desaparece. Cose las olas. Asoma y desaparece. Asoma y desaparece. El barco avanza rumbo a Argentina. Es un velero de 40 pies de eslora que partió hace días atrás desde Angra Dos Reis con destino final en el Yacht Club Argentino de Puerto Madero, en Buenos Aires. Son unos 15 días de travesía marítima, con tormenta incluida. Poco más de 1.300 millas. Ahora el barco atraviesa una leve tempestad antes de arribar a Río Grande Do Sul. Antes atravesó Camboriú, Ilhabela, Florianópolis e Itajaí. Silba el viento. Hay que estar atentos al radar para evitar el paso de los grandes buques cargueros. Navegar casi a ciegas con la confianza en el barco y en la información que aporta el instrumental. Ajustar el rumbo cada vez y trimar el velamen. Navegar.
El Sandokán partió de Argentina a fines de julio pasado para iniciar su campaña deportiva en Brasil. Viajó para participar de dos importantes regatas de veleros cabinados. Primero en Ilhabela y un mes más tarde en Angra Dos Reis. Entre ambas competencias fue retirado del agua para su cuidado. Permaneció en seco en un puerto de Santos. Ahora regresa victorioso a Argentina. Trae consigo los lauros. Obtuvo el tercer puesto en su categoría y el cuarto en la general, en Ilhabela; y el primer puesto en su categoría, en Angra Dos Reis.
A bordo del velero viaja su responsable, el navegante Federico "Colo" Breuer, un arquitecto de 58 años, quien además es amigo del dueño y armador de la nave, Carlos Berchor; ambos de Buenos Aires. Lo acompañan en esta travesía el nauta paranaense Mariano Chiapino, un abogado de 48 años que tomó el viaje como "una aventura"; y el autor de esta bitácora, cronista de 49 años, de Santa Fe.
La campaña deportiva en Brasil fue satisfactoria. "Fuimos dos barcos argentinos y ganamos cada uno en su categoría, un éxito para el yachting de nuestro país", dice Breuer, que es el encargado de la táctica y estrategia de regata, y toma la actividad como "una forma de vida, una pasión", describe. El hombre pasa varias horas de la semana pensando cómo mejorar la performance del barco en las competencias de las que participa. Revisa las maniobras y cabuyería, piensa en qué tripulación es la más eficiente. Todo lo hace para lograr un segundo más de velocidad y ganarle al resto. "Uno compite contra uno mismo", explica, "busca siempre mejorar sus tiempos". Es que a Breuer no le gusta navegar por placer. Le gusta competir. No se sube a los barcos para pasear. No va a tomar mates un domingo. Tiene en su haber cuatro ediciones de la tradicional regata Buenos Aires – Río de Janeiro, varias a Florianópolis, a Punta del Este, a Mar del Plata, entre otras, a bordo del velero en el que compite junto a su familia, el Errante (YCA), además del Sandokán. "Son todas gotas en un vaso, que te van generando experiencia para afrontar los problemas cuando suceden", dice. "Hay que estar calmo y resolver cada situación sin riesgos -agrega-. Al mar hay que tenerle respeto y nada más. Después es navegar y disfrutarlo, para saber cuándo sí y cuándo no".
Adrizar. Colgarse en la banda del velero contribuye a contrarrestar la escora.
En regata, "siempre tenés que estar dos pasos adelante de los competidores, hay que pensar en qué velas usar, qué vas a necesitar, y tenés que hacerlo dos meses antes de zarpar hacia Brasil, para que nada falle", dice Breuer. Este yachtman zarpó en el Sandokán desde Buenos Aires junto a Belchor en julio para llevar el barco a Brasil. Lo preparó, viajó diez días por el mar, compitió junto al equipo argentino de 10 tripulantes que fueron en avión, regresó por 15 días al país en un vuelo para visitar a su familia y volvió a Brasil, en otro, para continuar la campaña deportiva con el Sandokán. Hace dos meses que Breuer anda en esto. Ahora regresa victorioso con el velero a Argentina. No ve la hora de llegar. Pero no se apura. Si hay tormenta es necesario esperar en un puerto. La seguridad es prioridad. Primero, por la tripulación. Segundo, por el barco, que es muy costoso y las sobre exigencias pueden dañarlo. Por ello, luego de hacer dos paradas en Ilhabela e Itajaí, el barco va a amarrar unos días en Río Grande Do Sul. La tripulación va a esperar que pase un frente de tormenta pronosticado por los meteorólogos. Luego continuará su viaje hacia el Río de la Plata. Todavía faltan varias jornadas en el mar azul.
La tempestad
"Cuando se dice que el regreso a Argentina desde Angra demanda de siete a diez días se habla de días de navegación efectiva", apunta Breuer, parado en el cockpit del velero. "Porque puede ocurrir que te agarre una tormenta de frente y tengas que entrar a un puerto. La tormenta puede durar cuatro o cinco días y los tiempos se alargan".
Ahora es noche cerrada en medio del mar. El Sandokán se zarandea entre las olas. Es mejor estar en cubierta que en su interior. Adentro del barco los movimientos son más bruscos, uno se siente un maíz en la olla a punto de ser pochoclo. Todo lo que no fue asegurado vuela por el aire: botellas, comida, ropa, herrajes, lo que haya suelto allí dentro. Son golpes secos. Cachetazos del agua contra el casco. En cubierta sólo hay que tener cuidado para evitar las olas que mojan el casco, estar atentos al radar para fijar el rumbo y evitar el paso de los buques y pesqueros. Hace un rato hubo que arriar velas. Se necesitó el arnés de seguridad para las maniobras. Este velero es un "pura sangre", un "fórmula 1". Está preparado para correr regatas. El exceso de viento le juega en contra. Por eso fue necesario bajar la vela mayor. Hay que pasar la noche. Con el nuevo día está previsto el arribo a Río Grande Do Sul. Allí espera un puerto seguro hasta que se vaya la tormenta.
El cuarto tripulante
Con tres tripulantes a bordo las guardias nocturnas individuales son de dos horas. Cuatro de descanso, dos de guardia, cuatro de descanso, dos de guardia. Así. Al abandonar la guardia hay que quitarse la ropa mojada para recostarse en una cucheta de red y descansar. Pese al zarandeo del barco el sueño invade de inmediato los cuerpos cansados. Luego hay que levantarse otra vez, vestirse con la ropa mojada y salir a cubierta. Hay que estar vigía mirando el horizonte oscuro y el radar. Esta noche una golondrina acompaña a los navegantes. Se guareció junto a ellos. Pudo más su cansancio en la tormenta que el temor a los humanos. Los tripulantes la miran. Se miran. Tienen a la golondrina a centímetros de sus cuerpos. Al alcance de la mano. Pero no buscan contacto. Permanecen en silencio. Disfrutan el encuentro.
Angra dos Reis. Una imagen del paseo de la ribera de esta paradisíaca playa brasilera.
En las noches sin tormenta el silencio del mar es un encanto. Las olas rompen contra el casco y dejan el brillo de las noctilucas que se difuminan en la derrota hasta desaparecer en la oscuridad. Una estela de luz que desaparece sobre el mar. Arriba las estrellas. Muchas. Todas. Radiantes. Por todas partes. Y los delfines. Llegan, saltan junto al velero, son una fiesta que dura unos quince minutos. Y se van.
Pronto amanecerá. La tormenta fue pasando durante la noche. Se abrió el cielo y en el horizonte hacia el este asoma entre el oleaje esa bola roja que encandila y deja en evidencia el rocío y la bruma sobre cubierta. Es hora de los primeros mates calientes. Pasó otra noche en medio del mar. El viento suave hace avanzar la nave rumbo al suroeste. La estima es arribar al Yacht Club de Río Grande do Sul luego del mediodía. Antes habrá que esquivar grandes buques fondeados en la rada de uno de los puertos comerciales más grandes de Brasil y otros en navegación, y avanzar durante dos horas por la desembocadura de ese río que termina en el mar. Contracorriente.
"Navegar es hacer amigos", dice Chiapino. "Acá se profundizan las amistades -insiste-, y eso es lo que me motiva a estar acá", agrega el nauta que en 2020 navegó en el velero Copérnico Doblón a la Antártida. Fue justamente en esa travesía cuando conoció a la persona que lo vinculó más tarde con Belchor, el dueño del Sandokán, quien lo invitó a este viaje desde Brasil. Más tarde Chiapino soñó que invitaba a quien suscribe. Así se terminó de conformar la tripulación.
Al arribar al club náutico la novedad es la inundación. Es que llovió con intensidad durante el último mes en la zona. Las instalaciones del Yacht Club Río Grande están bajo agua. Tampoco hay lugar para amarrar en el único muelle que puede usar el Sandokán, debido a que cala 2,90 metros. La decisión entonces es solicitar amarra de cortesía en la marina contigua, que pertenece al Museo Oceanográfico de Río Grande do Sul. Allí permanecerá el Sandokán por más de tres días hasta que pase la tormenta mar adentro. Luego habrá que continuar la travesía rumbo a Argentina.
La espera
La estadía en Río Grande aumenta las ansias de continuar el viaje. La tripulación revisa la meteorología todo el tiempo con la esperanza de encontrar una "ventana" de buen tiempo para zarpar. Pero esa "ventana" no aparece. Hay que esperar. Es oportunidad para recorrer el museo que cuenta con la colección más grande de ostras del mundo y tiene un centro de recuperación de animales marinos. La posibilidad más cercana es zarpar el jueves y navegar sin escalas hasta Buenos Aires. No es posible parar en los puertos uruguayos porque se perdería tiempo y el domingo entraría un frente de vientos intensos del sureste al Río de la Plata. Hay que tratar de llegar antes para evitarlos.
Previo a Río Grande, en su travesía de regreso a Argentina el Sandokán hizo escalas en Ilhabela, que es otro paraíso y es donde participó de la primera de las dos competencias por las que viajó, y en Itajaí. En este último puerto es a donde hacen escala los veleros que corren cada cuatro años la vuelta al mundo, la tradicional Ocean Race. Por ello está dotado de una gran infraestructura y cuenta con comodidades. En su bahía funciona además una escuela municipal de vela, que enseña la actividad de forma gratuita a los niños y niñas de esa ciudad.
Proa. Ilhabela a la vista.
Durante la estadía en Itajaí, el Sandokán debió salir una madrugada al mar a ayudar a ingresar al puerto al otro velero argentino en viaje, el Katara, que rompió la bomba de agua de su motor y se quedó sin maniobras. Más tarde será reparado y ambos continuarán su viaje a la patria. Navegar sin motor en medio del mar a veces puede ser un riesgo a la hora de evitar el paso de los grandes buques, al quedar sin gobierno a merced de la marea, por falta de vientos.
One design
El Sandokán es un diseño del arquitecto naval argentino Javier Soto Acebal. Tiene 40 pies de eslora, un calado de 2,90 metros, un mástil de fibra de carbono de 20 metros de altura, y pesa 4.200 kg. "Es un barco muy liviano, pensado sólo para competir", apunta Breuer, que fue el encargado de armar toda la maniobra de regata del velero y lo conoce como a un hijo. "Otros barcos de un tamaño similar llegan a pesar hasta 8 mil kilos", lo compara. En regata lleva a bordo entre 10 y 11 tripulantes que en total no deben exceder los 840 kilos.
El velero de Belchor fue creado para ser veloz y no puede ser catalogado en ninguna categoría o fórmula. La matriz con la que se construyó en 2017 fue destruida. Por ello se lo considera un One Design, es decir que no habrá otro igual. Compite en la categoría ORC (Offshore Racing Congress) y ganó gran cantidad de regatas y campeonatos, tanto en el Río de la Plata como en el mar.
Atardecer. Uno de los tantos disfrutados en alta mar.
Para hacerlo un barco liviano, en su interior el Sandokán está "pelado". No tiene ni baño. Nada. Apenas un anafe con garrafa chica y unas cuchetas de red para dos tripulantes por vez. Para esta travesía Breuer le incluyó además un calefactor a combustible. Nada más. "En el reglamento de regatas exigen un inodoro o un balde atornillado al casco, así que para cumplir optamos por la segunda opción, para achicar peso", dice Breuer y se ríe al señalar el balde.
Con la consigna de mejorar su rendimiento frente al viento y a las olas, la altura interior del barco es de apenas 1,30 metros. No se entra parado adentro del barco. Esto lo hace incómodo en estas travesías largas. "La gente sufre un poco más, ya que para vestirte tenés que acostarte en el piso del barco", grafica Breuer. "Lo que lo hace más eficiente para competir castiga a la tripulación. No se puede hacer un barco cómodo y ultra veloz a la vez", explica y compara: "El auto de Fórmula 1 tampoco tiene baño" (risas).
Comida de astronautas
Sin baño y sin cocina había que pensar una solución para garantizar una buena alimentación de la tripulación en viaje desde Brasil. Breuer eligió algo simple. Comidas termoestabilizadas gourmet en conserva, producidas por una empresa argentina, en envases flexibles y sin necesidad de mantenimiento en frío. "Es comida de astronautas", dice, con sorna, Chiapino y sonríe. Son unos sobres metalizados que en 6 minutos de hervor están listos para abrirlos y consumir su contenido sin necesidad de agregar agua. El menú: cazuela de ternera, bondiola a la mostaza, risoto o verduras. Riquísimo, nutritivo y sencillo.
El pronóstico de tiempo cambia. La meteorología juega ahora a favor del Sandokán. Están dadas las condiciones para zarpar un día antes de lo previsto desde Río Grande. La tripulación había dejado el barco listo para este momento. Sólo hay que soltar amarras. Es miércoles y la "ventana" de buena meteorología permitirá navegar hasta Buenos Aires para arribar entre el viernes y el sábado. Primero, con viento de popa, y más tarde en un través glorioso que empujará el velero a todo trapo. Serán tres jornadas inolvidables. Pero no hay que perder tiempo. Porque el domingo la cosa se complica. Entra un frente de posible tormenta y viento intenso.
La tripulación. Federico Breuer, Mariano Chiapino y Nicolás Loyarte.
Este miércoles por la mañana la salida por la rada de Río Grande es con niebla y grandes olas que rebotan en la costa y vuelven. Por momentos se hace casi insoportable. El velero se pierde entre las olas. Vuelve a aparecer. Lo mismo ocurre con el Katara, que viaja a un costado. Hasta que las naves se alejan finalmente de la costa y se adentran en el mar. La navegación se torna más armoniosa. Es tiempo de almorzar. Sale una bondiolita caliente a la mostaza.
Rumbo a Buenos Aires
El primer tramo de esta última singladura es bordeando la costa limítrofe entre Brasil y Uruguay. Sobre las orillas se observan el resplandor de los faros y en el radar se apilan las señales de los naufragios del pasado. No mucho más. Hay pocos poblados en la orilla hasta virar el Cabo Polonio. Desde este punto se hace proa al oeste para atravesar los balnearios charrúas. Queda atrás el mar azul que se torna de color verde. Al ajustar una vez más el rumbo hacia el oeste luego del faro de La Paloma el viento aumenta del cuadrante sureste, tal como estaba previsto. El velero despega, "vuela", y el timón se hace liviano, sensible, placentero, para llevar el barco a destino.
Con el buen viento los tiempos se reducen. La nueva estima es arribar el viernes por la tarde. Al virar frente a Montevideo comienza a aparecer el agua marrón del Río de la Plata. La tripulación del Sandokán lleva el barco a puerto en veinticuatro horas desde La Paloma hasta Buenos Aires. Algo pocas veces alcanzado. Antes del atardecer el barco ingresa a Dársena Norte. Pablo, un marinero amigo, se acerca al muelle a recibirlo. "Felicitaciones", exclama, "que gran campaña hicieron. Se ganaron todo". Por detrás llega también Ángeles, la esposa de Breuer, quien también es navegante y ayuda a amarrar el barco. Hora de arriar y dejar todo en orden a bordo hasta la próxima singladura. Hora de ir al baño y de ducharse. Hora de descansar en tierra firme. Satisfechos.
Un día como hoy, pero de 1900, nació Vito Dumas, uno de los navegantes solitarios más grandes de la historia náutica.
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