Para no menos de 80 mujeres marcadas por la misma circunstancia atroz, la vida puede entenderse antes y después de conocer a uno de los mayores depredadores sexuales de la historia de Estados Unidos, Jeffrey Epstein. Muchas de ellas llevaban aparatos en los dientes y lucían coletas para ir al colegio entonces, centradas en los avatares de la vida adolescente. Ahora cargan con el peso de abusos sexuales y violaciones sistemáticas a cambio de un puñado de dólares, parte de una pirámide sexual oculta tras los millones y las influencias de un hombre insaciable y sin escrúpulos. «Arruinó mi vida y la de muchas otras niñas», dice Michelle Licata, una de las que ha tenido el valor de dar la cara años después.
Tenés que leerEncuentran al multimillonario Jeffrey Epstein herido en su celda en la cárcelEpstein, de 66 años, manager de fondos de inversión con una fortuna cercana a los 500 millones dólares, amigo de Donald Trump, Bill Clinton y el príncipe Andrés de Inglaterra, con propiedades en Nueva York, Florida, París y una isla privada en el Caribe, las reclutaba por 200 o 300 dólares a cambio de «un simple masaje», dinero fácil sin pedir demasiado a cambio, a priori. Una vez en su casa, se masturbaba delante de ellas y las iba toqueteando hasta penetrarlas y lograr que le practicaran sexo oral, sin importar que todas tuvieran entre 13 y 16 años.
Una de las mayores, una joven de 18 años (Nadia Marcinkova) a la que Epstein llamaba su esclava sexual yugoslava, se unía a la «sesión de masaje» para hacer tríos, con el fin de que las fotografías que a él le gustaba tomar de todo aquello fueran aún más gráficas y morbosas. Muchas de esas instantáneas servían para decorar su casa de West Palm Beach, una de las residencias, junto a la de Manhattan, Nuevo México y su isla del Caribe, en las que abusó de las menores durante años.
La denuncia de un padre de una de las niñas, una joven de 14 años en 2005, destapó parte de la trama y provocó que eventualmente cumpliera una condena simbólica de 13 meses en prisión, tirando, eso sí, de influencias en las altas esferas del poder. El pasado 6 de julio, Epstein fue detenido en el aeropuerto de Teterboro, en Nueva Jersey, después de un viaje a París en su jet privado, con cargos federales en su contra por nuevos indicios de tráfico sexual de menores de 2002 a 2005, una trama en la que participaron empleadas y conocidos del empresario. Tenía incluso una madame que le conseguía jóvenes.
El jueves, un juez federal en Nueva York denegó la petición de fianza de 77 millones de dólares que había propuesto la defensa. Epstein quería esperar al juicio en su mansión de Manhattan, pero el magistrado consideró que su libertad podía constituir un peligro para las mujeres que declararon en su contra en un tribunal de Nueva York durante la semana.
Annie Farmer fue una de ellas, una psicóloga afincada en Austin (Texas) que testificó a pocos pasos del depredador sexual. «Tenía 16 años cuando tuve la mala suerte de conocer a Epstein», dijo con voz temblorosa. «Fue inapropiado conmigo. Lo fue en dos ocasiones», sin querer entrar en más detalles de lo sucedido en el rancho de Nuevo México.
Junto a ella testificó Courtney Wild, una mujer de Florida que conoció al acusado con 14 años y que fue mucho más allá en un testimonio previo, parte de una extensa investigación del Miami Herald. Wild explicó que llevaba aparato en los dientes entonces y que respondía al tipo del depredador: blanca, tirando a pálida, rubia y con ojos azules, instalada en los rigores previos a la pubertad, fácil de manejar y obediente.
«Con 16 años cumplidos, probablemente le había conseguido ya de 70 a 80 niñas, todas de entre 14 y 15 años. Estuvo involucrado en mi vida durante años», explica en la entrevista al Herald una joven que antes de toparse con Epstein era capitana del equipo de animadoras de su colegio, trompetista y una alumna ejemplar. Después de los encuentros sexuales, se volvió stripper, drogadicta y presidiaria en Florida.
Animada por las recompensas monetarias del inversor, Wild ayudó a constituir una pirámide sexual que se mantuvo durante años. Cada chica que entraba en la mansión de West Palm Beach, una ciudad a unos 100 kilómetros al norte de Miami, era seducida y animada a traer más jóvenes a cambio de una compensación adicional.
El depredador coleccionaba las fotografías que hacía de las menores con las que estaba. Y no sólo eso. De acuerdo a la investigación de la Policía del condado de Palm Beach, Epstein les prometía ayuda para entrar a la universidad, en sus carreras como modelos o para convertirse en actrices. Por sus manos pasaron tantas que la nómina es interminable. Hoy son camareras, peluqueras, profesoras, enfermeras, madres. Una es actriz de Hollywood. Otras, sin embargo, no lo contaron. A una de las víctimas de Epstein la encontraron muerta en un motel de West Palm Beach por una sobredosis de heroína.
Quedan las que han tenido que sobreponerse al trauma, a la depresión y a las crisis de ansiedad. «Te machacas a ti misma física y mentalmente», explica Jena-Lisa Jones, otra de las que se atrevió a recordar abiertamente. «Nunca puedes detener tus pensamientos. Una palabra puede disparar algo más. Para mí esa palabra es pura porque es lo que me llamó en esa habitación y recuerdo lo que me hizo en esa habitación».
El relato de lo ocurrido es casi calcado entre las jóvenes que interrogó la Policía de Palm Beach. Michael Reiter, ex jefe de policía retirado, explicó al Herald que todas contaron básicamente la misma historia pese a no conocerse de nada.
Epstein hacía subir a las chicas hasta su habitación por una escalera estrecha en espiral. Ahí es donde transcurría la acción, concretamente en el baño de su dormitorio, lleno de armarios con lociones y juguetes sexuales de todo tipo. El mecanismo era siempre el mismo. «Empezaba con un mensaje en la espalda al tipo, pero en muchos casos se convertía en algo mucho peor, elevado a la categoría de crimen serio», explicó Reiter. Según las chicas, el millonario, envuelto en una toalla al principio y luego completamente desnudo, les pedía que se quitaran toda la ropa excepto las bragas. A continuación, les daba instrucción de pellizcarle los pezones para empezar a mastubarse, de acuerdo al informe policial.
El mismo informe detalla el caso de una joven de 16 años a la que Epstein captó en un centro comercial y que ha reconocido que tuvo cientos de encuentros con el depredador sexual. La chica explicó que mantuvo relaciones con Nadia Marcinkova, la esclava sexual de Epstein, y que éste las dirigía para contemplar el espectáculo, con juguetes sexuales de por medio. Una de las veces terminó tan adolorida que apenas podía caminar.
Ella siempre se negó a que el especialista en fondos de riesgo la penetrara. En uno de los encuentros, sin embargo, no pudo controlarse y la puso contra la mesa de masajes. El informe dice que el depredador se disculpó con una recompensa de 1.000 dólares.
El dinero fue siempre su vía de escape. «Jeffrey (Epstein) trataba de cazar niñas que estuvieran en una mala situación, chicas que básicamente eran sin techo», recuerda Wild. Muchas no tenían familia para sacarlas adelante y estaban dispuestas a hacer cualquier cosa para conseguir unos dólares.
«Con 14 años, 200 dólares es mucho dinero. Es mucho dinero incluso ahora», opina Jena-Lisa Jones. Y Epstein tenía millones, dispuesto a gastarse lo que hiciera falta para dar rienda suelta a su adicción incontrolable. De acuerdo a la Policía, el movimiento de chicas en su casa era brutal. Había ocasiones en que pedía tres en un solo día.
«Pasé de una situación de abuso a fugarme de casa, a vivir en un hogar de acogida y dormir en la calle después», recuerda Virginia Roberts, otra de las víctimas. El denominador común eran adolescentes procedentes de hogares humildes o rotos, con tiroteos alrededor y padres enganchados a las drogas.
«Me puedo encargar de ti si tú te encargas de mí», le dijo el millonario a Jennifer Araoz, una neoyorquina de 32 años que fue violada por Epstein cuando sólo tenía 15 años en su apartamento de Manhattan. «Lo hizo de forma deliberada. Sabía lo que estaba haciendo». A ella, además, la reclutó una mujer a la salida de su instituto, una de varias que tenía a su disposición.
Ghislaine Maxwell llegó a formar parte de ese equipo tras mudarse a Nueva York desde Inglaterra a principios de los 90. Tras perder a su padre, un magnate de los medios en Reino Unido, trató de recuperar su estatus social de altos vuelos de mano de Epstein. Este le abrió las puertas de su jet privado y sus mansiones. Ella, a cambio, le presentó a gente como el príncipe Andrés y le ayudó a conseguir jovencitas.
Una de las empleadas de la casa de Florida la llamaba la señora de la casa, encargada de satisfacer todos los caprichos de su dueño, mucho después incluso de que su relación sentimental hubiera terminado. Otra, simplemente, se refirió a ella como la madame. Ahora, su nombre ha sonado en la investigación federal y se espera que lo vuelva a hacer cuando salgan a la luz más documentos. Maxwell, consciente de lo que se le viene encima, ha desaparecido del mapa. Ni en Nueva York ni en Londres saben nada de ella.
Para este proceso judicial no se espera que se produzcan arreglos turbios como el de 2008. Aquel acuerdo extrajudicial para que Epstein no pasara el resto de sus días entre rejas se ha convertido ahora en otro escándalo mayúsculo, un asunto que ha desembocado en la dimisión de Alexander Acosta, fiscal federal del sur de Florida en ese entonces y secretario de Trabajo de Trump hasta hace unos días.
Acosta llegó a un acuerdo con el abogado de Epstein para que su cliente pasara 13 meses entre rejas, con permisos diarios para ir a trabajar y otorgándole inmunidad ante crímenes federales derivados de sus actos, de acuerdo a la investigación del Miami Herald. El trato obligó al banquero a declararse culpable de dos cargos de prostitución y Acosta logró que el acuerdo se ocultara a las víctimas.
El ex secretario de Trabajo ha defendido su decisión de 2008 y se ha mostrado satisfecho de que se esté investigando de nuevo «con nueva evidencia». Las víctimas, por su parte, sienten que están cerca de que se haga justicia. «Empecé a llorar porque me pudieron tantas emociones», indicó Wild.
Mientras, Epstein pasa una noche más en una prisión de máxima seguridad, un peligro en potencia al que le encontraron, junto a sus enormes colecciones de fotos de mujeres desnudas, «montañas de dinero en efectivo», docenas de diamantes y un pasaporte falso y caducado en el que figura como ciudadano de Arabia Saudí. Entre esas paredes del Metropolitan Correctional Center de Manhattan han dormido terroristas, mafiosos y el Chapo Guzmán.
Con información de El Mundo