Según cuenta Mateo en su Evangelio, unos magos vieron la estrella que les guiaría hasta el rey de los judíos, un niño que acababa de nacer en Belén. De esta manera tan luminosa da comienzo el mito más esperado de la niñez; el que acontece cada noche de Reyes.
Con todo, según la ciencia, la citada estrella existió. No fue cosa de leyenda. Sin ir más lejos, Kepler abordó la hipótesis de una conjunción planetaria cuando Júpiter y Saturno se aproximaron en la misma longitud celeste. Según sus cálculos, el fenómeno pudo haber tenido lugar en el año 7 antes de Cristo, cosa que también podría ser cierta si atendemos a las anotaciones halladas en una tabla rescatada de las ruinas de un antiguo templo del sol situado en la confluencia de los ríos Éufrates y Tigris.X
Mirá tambiénLlega la Noche de Reyes, la última de las fiestas de fin de añoLa tabla se encuentra en el Museo estatal de Berlín y, según se desprende de su estudio, en ella aparece reflejado el fenómeno astronómico. La conjunción planetaria que tuvo lugar en el año 7 antes de Cristo fue algo que en aquellos tiempos tenía un significado mágico. Sin duda, la manifestación de un fenómeno así venía cargada de simbolismo. La conjunción planetaria era una realidad originada por fuerzas ocultas y en su misterio reside la mitología que habita en nuestro inconsciente. Hoy solo miramos al cielo para ver si tenemos que coger el paraguas, pero en aquellos tiempos, en el cielo no solo estaba escrito el destino del ser humano en su dimensión mágica, sino que también estaba escrito el rumbo de la vida en la Tierra, el futuro de las cosechas y el paso del tiempo, así como las mudanzas de la luna y su influjo en las mareas.
El cielo era el mapa que había que saber interpretar y hoy resulta curioso darse cuenta de cómo el recientemente fallecido Papa emérito Benedicto XVI, en su obra sobre Jesús de Nazaret, apunta no solo que el nacimiento de Jesús tuvo lugar en el año 15 del Imperio de Tiberio César (entre el año 6 y 7 antes de la fecha reconocida oficialmente) sino que también afirma que la estrella de Belén existió, pues se trató de un prodigio astronómico. Con ello, a la hipótesis de la observación de Kepler, Benedicto XVI sumó la hipótesis de una supernova, una estrella gigante que explota y riega el cosmos con su polvo.
De esta manera, Benedicto XVI abre una puerta a la ciencia desde su propia interpretación mitológica de los acontecimientos. Bien mirado, en sus reflexiones acerca del nacimiento de Jesús y de la estrella de Oriente, lo que está haciendo Benedicto XVI es mostrar la sencillez que propone la explicación científica. Porque -no olvidemos- la sencillez es la aspiración de la materia. Esto último tiene fácil explicación, pues, de haber mantenido nuestra complejidad original, aún seríamos bacterias.
Por eso a los no creyentes nos resulta tan importante el ensayo de Benedicto XVI sobre Jesús, aunque al final le pegase una vuelta de tuerca al argumento científico y lo complicase a su favor, avisándonos de que el cosmos nos habla de Cristo cada vez que se da un fenómeno científico.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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