No es una “isla paradisiaca”, como promete el Gobierno de Daca, pero quizás tampoco el “infierno inhabitable” que evocan algunas oenegés reacias al traslado. Es un retazo de Bangladesh, sujeto a inundaciones y tifones. Como otros. Es, también, una ratonera, concebida para dificultar la integración de los que se parecen como dos gotas de agua. Y para mantener abiertas las opciones de repatriación o de acogida en un tercer país.
Por el momento, veinte micros aliviaron ayer a mediodía algunos de los campamentos de refugiados más saturados y destartalados del mundo, al sur del sur de Bangladesh. Varios más iban a hacerlo por la tarde, con el puerto de Chittagong como destino. Y esta mañana, un barco de la Armada desembarcará, en menos de tres horas, al primer millar largo de inquilinos en la que ya es la isla de los rohinyás.
Desde este viernes, el drama de estos expulsados o hijos pródigos, que flota más que pesa sobre la conciencia de birmanos y bengalíes, entra en una nueva dimensión. La denominada isla Flotante –Bhasan Char en bengalí– habilitada para más de cien mil huéspedes, ha de acoger a la primera remesa procedente de las chabolas de Ukhia, Teknaf y Kutupalang.
Tenés que leerAl menos 15 rohingyas que iban a Malasia mueren en un naufragio en la Bahía de BengalaEn breve, una extraña ciudad cobrará vida sobre una isla que hace quince años aún no había emergido y que ahora apenas rebasa el nivel del mar.
La fértil y arcillosa Bhasan Char, cuyo origen está en los sedimentos del Ganges y el Brahmaputra, ha sido transformada a un coste de trescientos millones de euros. Sus condiciones de habitabilidad –paneles solares, baños, cocinas– son mucho mejores que las de los campamentos, pero persisten las dudas sobre su resistencia a los desastres naturales. Aunque según los datos del ejército, que ha intervenido en la construcción, resistiría cualquiera de los ciclones de los últimos ciento treinta años.
Las autoridades explican además que los habitáculos se levantan sobre pilotes, a un metro del suelo, y que en mitad de cada colmena hay un edificio de hormigón y acero de cuatro plantas, capaz de resguardar a mil personas cada uno en caso de vendaval. Asimismo, una ingeniera británica y una constructora china han levantado un dique de tres metros alrededor del enclave, cuya altura deberá ser doblada en breve. La isla, de cincuenta kilómetros cuadrados, ha visto blindada su costa, y se han plantado miles de árboles.
Una veintena de oenegés ya ha visitado su nueva ubicación, así como cuarenta representantes rohinyás. Estos últimos, según Daca, habrían dado un voto de confianza, a pesar de los muchos interrogantes que aún planean.
La ONU, por su parte, se ha mantenido al margen y se limita a insistir en que se informe bien a los candidatos a la mudanza. Daca asegura que son todos voluntarios, aunque las oenegés señalan la existencia de presiones. El ministro de Exteriores lo niega y señala que Bhasan Char solo es una isla remota con relación “a los hoteles de cinco estrellas de Cox’s Bazar”, el distrito cuya población ahora está formada en un tercio por rohinyás, pero que acoge también la playa más larga del mundo. En realidad, la isla de los rohinyás está a cuatro millas marítimas de Sundiva, una isla con la que comparten cultura.
Los detractores de la isla Flotante alertan sobre la posibilidad de que sea una cárcel al aire libre, si se restringen las salidas. De hecho, los recién llegados se encontrarán con trescientos compatriotas, instalados tras ser rescatados en mayo en alta mar y confinados por el coronavirus.
En Daca ha aumentado la preocupación por el control ejercido por yihadistas y delincuentes sobre los campamentos. Estos se han convertido en un punto clave en el tráfico de anfetaminas, que tienen en Birmania su principal productor y en Bangladesh uno de sus mercados más prometedores. En los meses álgidos de lucha contra el narco en Cox’s Bazar, hubo trescientos muertos. Muchas rohinyás han sido captadas como mulas, y los yihadistas del Ejército Rohinyá de Salvación, así como los guerrilleros rivales del Ejército de Arracán, hostigan a la par al ejército birmano para mantener sus lucros.
La operación Bhasan Char empezó a planearse a los pocos meses de la ola de medio millón de refugiados de agosto del 2017. Fue entonces cuando los rohinyás fueron expulsados de 176 de sus 471 aldeas en el norte de Arracán. El ejército las arrasó en un horrendo castigo colectivo, por los treinta atentados simultáneos de los yihadistas contra otros tantos cuarteles, con diez uniformados muertos. El Ejército Rohinyá de Salvación –guiado por un saudí de origen pakistaní– también degolló a 105 hindúes. Arracán, que acababa de inaugurar el oleoducto que le evita a China el estrecho de Malaca, tembló.
Cabe decir que el Estado birmano es un mosaico de 135 etnias del Sudeste Asiático –budistas, cristianas o animistas– que coinciden en considerar bengalíes a los rohinyás, que son casi siempre musulmanes. Birmania, como India, no reconoce como ciudadanos a los ya nacidos en Pakistán o Bangladesh, ni a sus descendientes. Aun así, Birmania ha firmado acuerdos de repatriación con Bangladesh, en el 2018 y el 2019, que fracasaron porque solo accedían a regresar quinientos rohinyás hindúes.