“No, Brigitte Macron no es un hombre”. El titular de un periódico de tirada nacional francés resume bien el último dilema de la campaña presidencial francesa y los tintes casi trumpistas que está adquiriendo: un rumor que afirma que la primera dama francesa nació hombre, surgido de grupúsculos conspiranoicos ligados a la ultraderecha, a webs antimacronistas y al movimiento antivacunas empieza a extenderse tanto por las redes sociales que los medios serios nacionales se sienten obligados a desmentir una información a todas luces falsa que, de este modo, obtiene paradójicamente más difusión. Hasta tal punto que la esposa del presidente Emmanuel Macron, verdadero objetivo de toda esta campaña de noticias falsas, ha presentado una denuncia ante la justicia.
La historia, en sí, es tan ridícula que había pasado ampliamente desapercibida cuando empezó a surgir, a finales de septiembre: Brigitte Macron sería una mujer transexual que habría nacido bajo el nombre de Jean-Michel Trogneux y solo años después se cambió el sexo y el nombre. Detrás del bulo (información falsa) está Natacha Rey, una mujer ligada a círculos conspiranoicos antisemitas y antivacunas, que publicó sus “investigaciones” en un folletín de ultraderecha, Faits et Documents. Empezó a difundirse en las redes sociales después de que una cuenta de Twitter antimacronista, Journal de la Macronie, la relanzara el 7 de noviembre con la etiqueta #JeanMichelTrogneux, según el diario Libération.
Pero el verdadero impulso lo proporcionó una entrevista de cuatro horas que Rey dio a una autoproclamada médium antimacronista y antivacunas, Amandine Roy, el 10 de diciembre, y que según la prensa francesa fue vista casi medio millón de veces antes de que la plataforma YouTube la retirara. Poco después, la etiqueta #JeanMichelTrogneux fue cogiendo fuerza en las redes sociales, retuiteada por, entre otros, el ideólogo de extrema derecha y varias veces condenado por antisemitismo Alain Soral, al igual que el controvertido cómico Dieudonné, así como por varias cuentas de chalecos amarillos y de grupos antivacunas, según la cadena BFMTV.
A mediados de mes, eran decenas de miles los tuits y durante varios días fue uno de los temas más comentados de la red social en Francia. Fue en ese momento cuando Brigitte Macron decidió presentar una demanda, mientras que prácticamente todos los medios nacionales se hacían eco de la historia, aunque fuera para desmentirla o alertar del peligro de que las teorías conspiranoicas puedan infectar la campaña presidencial francesa como lo hicieron con la estadounidense. Desde entonces, también la prensa internacional ha retomado la historia, contribuyendo de este modo a difundirla aún más.
Este proceso plantea un dilema a la historiadora y experta en teorías de la conspiración belga Marie Peltier. “No hay una respuesta sencilla, hay muchas situaciones en las que los medios alimentan, de alguna manera, este tipo de teorías, aunque no lo hagan con mala intención”, dice por teléfono la autora de L’ère du complotisme, la maladie d’une société fracturée (La era de las teorías de la conspiración, la enfermedad de una sociedad fracturada). “Las teorías de la conspiración son la fabricación de un relato y, si los medios participan en la fabricación de un contrarrelato, se arriesgan a alimentar esa bestia. Pero también es cierto que el imaginario conspiranoico impregna tanto nuestra sociedad que no es un tema que podamos evitar”, analiza.
El fenómeno no es nuevo. Michelle Obama ya fue víctima de una teoría similar durante el mandato de su marido Barack Obama (2009-2017), el primer presidente negro de Estados Unidos. De hecho, como recuerda el director del observatorio contra las conspiraciones Conspiracy Watch, Rudy Reichstadt, en la revista Franc-Tireur, el esquema del bulo francés parece un calco del estadounidense: antes de que el norteamericano Alex Jones lanzara el bulo transfóbico contra Michelle Obama en 2014, Jerome Corsi, de extrema derecha, “había preparado el terreno dos años antes sugiriendo que Barack Obama era gay y lo mantenía en secreto”. También en Francia, en vísperas de las elecciones de 2017, se lanzó el bulo de que Emmanuel Macron era gay y que su matrimonio con Brigitte, 24 años mayor que él, era una mera fachada.
El problema es que tras muchos de estos bulos, que pueden parecer irrisorios, hay un peligro potencial, como lo demostró a comienzos de este año el asalto al Capitolio en Washington promovido por seguidores de teorías de la conspiración, alentados desde la Casa Blanca por Donald Trump, convencidos de que el demócrata Joe Biden había robado las elecciones. Ya en 2016 sucedió otro incidente violento, el llamado PizzaGate, cuando un hombre, convencido de una teoría que afirmaba que la entonces candidata demócrata, Hillary Clinton, estaba al frente de una red de pederastia que se gestionaba desde una pizzería de Washington, irrumpió armado en el restaurante.
En Francia, el pasado mes de octubre, Rémy Daillet-Wiedermann, un conspiranoico que se hizo famoso en la primavera por organizar el secuestro de una niña cuya madre, también adepta de las teorías de la conspiración, había perdido la potestad, fue acusado de liderar una organización clandestina que planeaba “proyectos de golpe de Estado y otras acciones violentas”. Continúa en prisión preventiva a espera de juicio.
Para Peltier, este paso a la acción violenta no era más que cuestión de tiempo. Sin embargo, apunta, los asaltantes del Capitolio o Daillet no son más que un “síntoma”. “El verdadero error es no medir bien la globalidad de este problema político”, advierte. “El conspiracionismo es muy peligroso para el bien de la sociedad, y creo que es un peligro político de primera línea, puede ser una fuerte amenaza en las presidenciales francesas”.
¿Cómo combatir estos bulos? En 2018, Macron impulsó una ley anti “fake news” que busca frenar la difusión de “informaciones falsas de manera deliberada” durante los tres meses previos a unas elecciones. Pero la “enfermedad” de las conspiraciones no se cura solo a base de leyes, sino que requiere de un relato alternativo (y atractivo), dice Peltier.
“Salimos de un siglo XX donde las grandes ideologías se han quebrado, hemos salido de lo religioso y también de todo lo que nos estructuró como sociedad tras la Segunda Guerra Mundial, el relato del ‘nunca más’, del antifascismo. Estamos en una época donde, sobre todo la generación más joven, necesita ver de alguna manera el mundo, de contar lo que le pasa, especialmente tras la pandemia. Y ahí, las teorías de la conspiración, se diga lo que se diga de ellas, ofrecen un relato, señalan a culpables, a héroes, pretenden ver entre las bambalinas de la historia, y eso es muy seductor, así que para luchar contra eso hay que proponer también algún tipo de relato, de narrativa”, explica Peltier.
Pero “es como si el campo democrático o progresista, llamémoslo como queramos, estuviera todo el tiempo en modo reactivo en vez de proponer un contradiscurso, no es capaz de ofrecer una visión capaz de federar a la gente y que pueda entusiasmar”, lamenta. “Esa es la verdadera tarea, que es política y no concierne solo a políticos o periodistas, también a los ciudadanos, nos concierne a todos. Ahí es donde estamos fallando no solo en Francia, de manera general en Europa”.