El día después de los mayores brotes de violencia social desde la vuelta a la democracia en Chile en 1990 tuvo distintas caras en la ciudad de Santiago, en donde se pudo ver desde enfrentamientos de manifestantes con carabineros, cacerolazos pacíficos y largas filas para conseguir nafta y comida hasta, en el otro extremo, personas que paseaban como en cualquier domingo primaveral.
En las calles céntricas, el alumbrado público, los semáforos, las vallas y los bancos de las plazas y los carteles publicitarios muestran las huellas de un día de furia que arrasó con todo a su paso.
También hay en algunas esquinas restos de barricadas incendiadas, que fueron usadas anoche por los manifestantes que desafiaron a las Fuerzas Armadas, que tenían el control de la seguridad y el orden público, por el decreto de Estado de Emergencia del presidente Sebastián Piñera y el posterior "toque de queda".
Pese a que esa medida prohíbe el normal desplazamiento de las personas, las manifestaciones no se detuvieron.
Fue inevitable recordar los años de la dictadura de Augusto de Pinochet (1973-1990) con la presencia en las calles de militares, que no solamente custodian los puntos críticos de la ciudad -centros de reunión de manifestantes y todas las estaciones del subte-, sino que además patrullaban las calles con tanquetas y jeeps, en todos los casos repletos de efectivos uniformados y fuertemente armados.
En la emblemática y capitalina Plaza Italia los manifestantes desafían a las fuerzas policiales y militares, que procuran dispersarlos con gases lacrimógenos, y apenas un rato después los grupos vuelven a la carga, en una acción que lleva ya horas.
En esta plaza y en los alrededores se pueden ver y oler los restos de los enfrentamientos, del mismo modo que se confirma ímpetu de los manifestantes, que pese a la amenazante presencia de las fuerzas de seguridad, se mantienen firmes con cánticos y saltos.
El reclamo ya va hasta la renuncia de todo el gobierno, lo que confirma que lo que se inició como una revuelta por el alza del precio del boleto del subte -ya dejado de lado- ahora sumó otras demandas, entre ellas el fin de la corrupción de la clase política y el combate a la tremenda diferencia económica que reina en Chile entre los poderosos y los simples trabajadores.
En estas marchas, la mayoría son jóvenes, que llegan con amigos y pareja, con pañuelos en el cuello. "Tenemos que traer estos pañuelos no para taparnos la cara como si fuéramos encapuchados, sino que para protegernos de los gases", explicó Elisa a la agencia Telam.
La pareja de Elisa, que prefirió no dar su nombre, promete que se quedarán en la Plaza Italia aunque los carabineros los apaleen y los detengan. "No nos vamos a ir: queremos respuestas del gobierno", remata.
Otro joven lleva un cartel que reza: "El robo y el saqueo lo hacen ustedes, HDP". Y le grita a este cronista: "basta de acusar al pueblo de los robos y saqueos; hace años que los políticos y los ricos nos roban todos los días".
Los manifestantes también amenazan con marchar hasta el Palacio de La Moneda, a unos 3 kilómetros, pero Carabineros y militares tienen orden de no dejarlos pasar, lo que acrecienta la tensión, igual que cuando comienzan las detenciones y los intentos por burlar el control de las fuerzas.
Otra cara de las manifestaciones se pudo ver en la comuna de Ñuñoa, donde miles de personas se congregaron en la plaza principal, pero aquí con un llamado al diálogo y a que se terminen los enfrentamientos y la violencia.
En esta manifestación no hubo personal de las fuerzas policiales para resguardar el orden público, aunque no se sabe que pasará en las próximas horas.
Los manifestantes, en este caso en familia y provistos de carteles, cantan por el retorno a la normalidad, pero con respuestas del gobierno, para que las causas que llevaron a estas revueltas comiencen a solucionarse, "como el alto costo de la salud, la educación, los robos de Carabineros y militares, la corrupción de los políticos y la constante burla de los ricos de este país, que nos meten la mano en el bolsillo mientras ellos se enriquecen cada vez más", según relató Carlos, vecino de la comuna.
Una mujer se acerca y suma su reclamo: "no se olviden de las AFP (Administradora de Fondos de Pensiones), que nos prometieron jubilar con el 70% del sueldo y lo único que recibimos son pensiones insignificantes que no nos alcanzan para vivir".
En cambio, en las comunas de Las Condes y Vitacura, tradicionalmente acaudaladas, se vive una normalidad que llama la atención, como si nada hubiera ocurrido en la ciudad, con niños en las plazas, parejas paseando y jóvenes andando en bicicleta.
Lo único llamativo en estas comunas son las largas filas en las estaciones de servicio y en los pocos comercios abiertos, para abastecerse de combustible y alimentos.
Según los operadores de las estaciones de servicio, el abastecimiento de combustible está asegurado, y aún así las filas se alargan a medida que pasan los minutos por miedo a que la nafta no alcance.
Las filas para comprar comida se dan frente a los comercios atendidos por sus propios dueños, ya que los supermercados y grandes tiendas están cerrados por la falta de transporte público en la ciudad, sumado a la falta de seguridad y el miedo a los saqueos e incendios.
En un rato habrá comenzado un nuevo toque de queda hasta las 6 del lunes en Santiago, con la restricción a la libertad de desplazamiento. Pero las movilizaciones no parecen cesar. Habrá que ver entonces la respuesta de los militares, que hasta acá no ahorraron palos ni golpes.