Martes 3.11.2020
/Última actualización 19:33
Tras una votación anticipada que ha sido récord, millones de estadounidenses se movilizaban este martes para elegir presidente, renovar toda la Cámara Baja del Congreso, un tercio del Senado y las legislaturas de la mayoría de los estados. Así, en medio de un fuerte clima de polarización política, de la peor crisis económica en décadas y con las cifras epidemiológicas de la pandemia aún sin control, se definía el futuro político de Estados Unidos.
La mayoría de las encuestas pronostican una victoria del candidato opositor, el ex vicepresidente Joe Biden, junto a su compañera de fórmula, la senadora Kamala Harris, tanto por el voto popular como en el Colegio Electoral, que es el que vale legalmente. Sin embargo, los sondeos se equivocaron hace cuatro años. Y por eso mismo, el actual presidente y candidato a la reelección, Donald Trump, sostiene que repetirá la sorpresa de 2016.
En contra del anhelo de Trump, estas elecciones tienen muchos "condimentos nuevos": fue la campaña más cara de la historia de Estados Unidos; todo indica que por primera vez también, mucha más gente habrá votado, sea por correo electrónico o presencialmente, antes del día de las elecciones que durante los comicios propiamente dichos; el propio presidente agitó el fantasma de un fraude, al punto de generar temores declarados de la oposición de una crisis poselectoral.
A todo esto, se suma la inédita combinación de una pandemia que mató a más de 231.000 personas y profundizó la polarización entre un oficialismo que no la considera la prioridad política y una oposición que exige un cambio de rumbo. Y una crisis económica que frenó el período de crecimiento más largo de la historia del país e inauguró una recesión, aún pese a algunos signos de recuperación.
Por lo general, cuando un presidente busca ser reelecto, los comicios pasan a convertirse en una suerte de referendo sobre su gestión. Pero esta vez, dado este complejo y distintivo contexto, la situación de examen podría ampliar su alcance a los aliados más visibles de la Casa Blanca y al partido oficialista en términos globales.
La oposición demócrata no solo logró movilizar un número inédito de millones de dólares para recuperar la Casa Blanca, sino para castigar, por ejemplo, a su hombre en el Congreso -el jefe de la bancada mayoritaria en el Senado, Mitch McConnell- y a uno de los artífices de su mayor legado (más de 200 confirmaciones de jueces conservadores, tres de ellos en la Corte Suprema), el presidente de la Comisión de Justicia en la misma cámara, Lindsey Graham,
Nadie, excepto Trump, vislumbra la posibilidad de que la oposición demócrata pierda el control de la Cámara Baja, la movilización nacional en torno a varias elecciones senatoriales puso en peligro el dominio republicano de la Cámara Alta. Los republicanos poseen actualmente una mayoría de 53-47 en el Senado y hoy se ponían en juego 35 bancas, 23 en manos de ellos y 12 en poder de los demócratas.
El posible avance demócrata que pronostican la mayoría de las encuestas también podría expandirse sobre las legislaturas locales que se renovarán mañana y que, en este año particular, suman un valor extra. Tras el reciente censo nacional, todos los poderes legislativos de los estados deberán redibujar el año próximo los distritos electorales y ya no es secreto que en muchos casos el trazado beneficia a la mayoría parlamentaria del momento.
El dinero no es ni la única ni la principal señal de que esta elección logró movilizar más a la sociedad estadounidense. Un día antes de las elecciones, ya votó de manera anticipada en torno al 70% del total de la participación de 2016, una cifra sin precedentes que en Texas superó el 100% de la participación de la anterior elección presidencial, mientras que en otros once estados el 85%, incluido seis considerados clave para el resultado final.
En Estados Unidos no se conoce el tamaño del padrón antes de las elecciones, pero sí cuántos ciudadanos están en condiciones de registrarse y luego votar. Este año son poco más de 239,2 millones, casi 9 millones más que hace cuatro años. En 2016, cuando ganó Trump, más de 137,5 millones personas votaron. Con la elección anticipada de más de 94 millones de ciudadanos este año, muchos analistas creen que la participación podría crecer hasta 150 millones, lo que superaría incluso el nivel de 2008, cuando Barack Obama arrasó en las urnas.
Además del dinero y la participación, las elecciones de este año tienen un tercer elemento electoral inédito: Donald Trump y sus continuas advertencias sobre un posible fraude. Al mismo tiempo que la oposición demócrata impulsaba el voto anticipado, la campaña presidencial republicana instalaba el fantasma de un fraude con los votos por correo. Casi un 64% del voto anticipado se emitió de manera postal, lo que significa que en muchos estados será clave para el resultado final. Pese a esto, aún hay sentencias pendientes en la Justicia federal y de varios estados sobre si parte de las flexibilizaciones para sufragar por correo son constitucionales. Esto significa que parte de esos votos ya emitidos aún podrían ser anulados.