“Son de la guerra contra Hitler. Nos traen de todo”, dice Nick, que desde el Odesa Food Market canaliza una red que cocina para las fuerzas ucranianas que se preparan para resistir el asedio ruso.
Los habitantes dan sus testimonios a la prensa.
“Son de la guerra contra Hitler. Nos traen de todo”, dice Nick, que desde el Odesa Food Market canaliza una red que cocina para las fuerzas ucranianas que se preparan para resistir el asedio ruso.
“Esta guerra hará limpieza. En la nueva Ucrania no habrá corrupción”, afirma con sumo optimismo este emprendedor judío. “Estamos solos, y lo entendemos perfectamente. Pero, si caemos, el mundo que vendrá no os va a gustar”, advierte.
“Estamos solos, y lo entendemos; pero, si caemos, el mundo que vendrá no os va a gustar”, dice un judío
La hermosa arquitectura de Odesa da una extraña serenidad a la tensión. El Odesa Food Market, con sacos terreros protegiendo la entrada, está en un elegante edificio que antes de 1914 fue un banco.
Cada asedio tiene su urbanismo, y el de Odesa, la perla del mar Negro , caerá a plomo sobre sus bellos bulevares y edificios de arquitectura francesa e italiana. Sobre su puerto y sus playas, que los ucranianos fortifican con más arena.
La vida nunca es como uno espera. “Es como una pesadilla. Hace dos semanas estaba en Barcelona, en La Bodegueta de la rambla Catalunya, y ahora estoy con el ejército ruso llegando a mi ciudad”, dice Mijaíl, que se dedica a importar productos de cirugía estética.
“Para construir la Unión Soviética –dice– se necesitaron millones de muertos, y para reconstruirla también se necesitarán millones de muertos”.
Amplias son las barricadas de Odesa porque amplias son sus avenidas, cruzadas por vigas armadas en cruz y patrulladas por milicianos jóvenes, inexpertos y nerviosos.
Con la imposibilidad de sacar del cajero más de treinta euros al día, con todo cerrado –sólo abren las tiendas de comida, gasolineras y algunos cafés–, sus habitantes han huido, se han encerrado en casa o caminan con un aire perdido.
Los barrenderos siguen barriendo, los enchufes para coches eléctricos siguen dando energía y, como en todo asedio, el punto de inflexión será cuando los semáforos se apaguen.
La vida nunca es como uno espera. En el enorme Teatro de Ópera y Ballet de Odesa tenían programado para hoy domingo el concierto Música de amor , un recorrido por las canciones de amor en la lírica, con el brindis de La Traviata de colofón.
No habrá ni brindis ni amor. La Ópera estaba ayer rodeada –como en 1941, todo en bucle– por enormes muros de sacos de tierra. Y si es verdad lo que dicen, que su acústica es tan extraordinaria que permite escuchar un cuchicheo en cualquier parte del vestíbulo, los decibelios del ejército ruso pueden acabar reventando la sala.
Con la ópera al fondo, Anatoli asegura que los rusos nunca entrarán en Odesa. “La pueden bombardear, y mucho, pero no verás a un solo soldado ruso dentro de la ciudad”, dice este empresario cruzando su mano por el cuello como un cuchillo.
Esta escenificación de un degollamiento, con el imponente teatro de ópera construido en 1887 al fondo, produce una extraña sensación.
Un imperio herido
El vicealcalde de Odesa, Oleg Brindakdice, afirma que Putin sueña con esta ciudad. “Más allá de la geoestrategia. Porque conquistar Odesa es conquistar el pasado”.
“I do not want to leave, I want to live” (no quiero irme, quiero vivir), dice Serguéi, un joven profesor de inglés. “El miedo –añade– depende de las condiciones psicológicas de cada uno”. Como la vida, que nunca es como uno espera: “Hay gente –dice Serguéi– que todavía no entiende lo que pasa”.
“Estos arco os servirán de refugio cuando bombardeen. Venid aquí cuando escuchéis la alarma antiaérea”, indica Alex bajo unos arcos bastante dudosos. Alex es un buen resumen de todo. Nació en Odesa en 1986 cuando su madre, embarazada, escapó de la radiación de Chernóbil. Es de familia rusohablante, se ha presentado voluntario para luchar contra los rusos y se prometió a su mujer en la isla de la Serpiente, la de “barco ruso, jódete” (la respuesta que dieron los marineros ucranianos de la isla al no querer rendirse). “Todo –dice– puede ocurrir”.
Mikolaiv es la última ciudad en manos ucranianas antes de Odesa. Anoche, cuando las milicias vigilaban que no hubiera una sola ventana con luz, un chico que había huido de Mikolaiv dijo que ahí los rusos estaban machacando fuerte con lanzadoras BM-30 Smerch.
Con información de La Vanguardia