Muchos de los que migraron y fueron encarcelados, hoy claman por ser deportados. Recluidos en los centros de detención habilitados por las autoridades estadounidenses, ven pasar los días inmersos en un nuevo temor: morir por Covid-19.
Muchos de los que migraron y fueron encarcelados, hoy claman por ser deportados. Recluidos en los centros de detención habilitados por las autoridades estadounidenses, ven pasar los días inmersos en un nuevo temor: morir por Covid-19.
Lejos de sus familias y sin la posibilidad de cumplir con las medidas de aislamiento sin hacinamiento ni precariedades, suplican al Gobierno de Donald Trump que los autorice a retornar a sus países de origen.
Desde Luisiana hasta Florida se repiten las escenas de aquellos que hacen llegar fotografías y videos suplicando por libertad en medio de la pandemia que obligó al mandatario republicano a declarar el estado de emergencia desde hace un mes.
Las dificultades de aislarse en un centro de detención
Mientras que medios como 'The Guardian' han reportado denuncias de detenidos que advierten sobre las brutales condiciones en las que permanecen en la correccional de Winn, por ejemplo, en la que 44 fueron aislados y ocho deportados a Colombia antes de cumplir los 14 días de cuarentena recomendada, agencias de prensa como Reuters han divulgado videos de mujeres que alertan sobre el registro del mismo panorama a pocos kilómetros, en un centro de Basile.
En un testimonio entregado al diario, Sirous Asgari, un científico de 59 años de procedencia iraní que continúa detenido pese a haber conseguido ser exonerado en 2019 por parte de la justicia estadounidense y luego de que el Ministerio de Exteriores de Irán reclamara su liberación tras conocer su historia, describió los centros de permanencia como espacios estrechos en los que no cuentan ni siquiera con los elementos básicos para protegerse del virus.
Y el relato de Asgari no es el único. Como el suyo, son decenas los de detenidos de distintas nacionalidades que ven en la resignación de pedir el regreso a sus hogares la alternativa más viable para mantenerse con vida, aunque en sus poblaciones natales los aguarden las sombras de la violencia y el hambre que los obligó a migrar.
Son terribles las condiciones en las que los inmigrantes deben no solo sobrevivir sino además intentar no contagiarse del virus, en habitaciones maltrechas de las que solo tienen permitido salir durante 60 minutos diarios y hasta las que no llega el calor del sol, ni el de los abrazos de sus padres, parejas e hijos.