Por Claudio Benites (Especial Télam)
Por Claudio Benites (Especial Télam)
Los atentados de Al Qaeda contra Estados Unidos en 2001 derivaron en una de las crisis más grandes sufridas por la industria aerocomercial norteamericana, pero también internacional, una debacle solo superada por la parálisis que vivió todo el planeta por la pandemia de coronavirus en el último año y medio.
"Los ataques terroristas contra el World Trade Center y el Pentágono no fueron sólo ataques contra los Estados Unidos, sino también contra el sistema de transporte aéreo mundial, un facilitador de la paz y la libertad", aseguró Willie Walsh, director general de la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA) y destacó que "dos décadas después, todavía se viven sus consecuencias, incluido un aparato de seguridad e inteligencia enormemente ampliado que se superpone a los viajes aéreos".
Esa afirmación se condice con las cifras que la IATA acaba de revelar en ocasión de los 20 años de los atentados, en un informe que destacó que los mayores impactos operativos se registraron en las aerolíneas de Estados Unidos.
El 10 de septiembre de 2001, un día antes de los atentados, los aeropuertos estadounidenses manejaron 38.047 vuelos; el 12 de septiembre, atendieron sólo 252 vuelos comerciales y la recuperación desde entonces fue progresiva.
El efecto se sintió de inmediato. Los ingresos de las aerolíneas estadounidenses de pasajeros disminuyeron de 105.300 millones de dólares en 2000 a 92.000 millones en 2001, y no volvieron a recuperarse hasta 2004 cuando alcanzaron los 106.700 millones.
Esto derivó en una pérdida neta de 8.000 millones en 2001 y las cifras en rojo continuaron hasta 2005.
En total, se estima que las pérdidas netas del período 2001-2005 fueron de 60.600 millones. Sin embargo, esto incluyó ajustes relacionados con la bancarrota del denominado Capítulo 11 de Reestructuración de las aerolíneas por la Ley de Quiebras. A nivel operativo, las pérdidas durante el período totalizaron 28.300 millones, reseñó la IATA.
En términos de la cantidad de empleos, en cambio, la industria nunca llegó a recuperarse del todo.
En 2000, las aerolíneas estadounidenses empleaban a 520.000 trabajadores; en 2010, tocó su piso con 378.600 y, aunque creció progresivamente en la última década, aún no alcanzó los niveles previos a los atentados y sumado a los impactos de la pandemia, actualmente emplea a 391.300 personas.
Pero el derrumbe de la industria aerocomercial no solo afectó a Estados Unidos.
A nivel mundial, los ingresos operativos de las aerolíneas disminuyeron de 328.500 millones de dólares en 2000 a 307.500 millones en el 2001 y US$ 306.000 millones en el 2002. Los ingresos no se recuperar realmente hasta 2004 cuando alcanzaron los 378.800 millones.
Las pérdidas fueron de US$ 13.000 millones en el 2001, y las cifras en rojo continuaron hasta 2005 hasta completar en ese período un perjuicio global estimado de US$ 41.500 millones.
Aunque en ese momento el derrumbe fue calamitoso para la industria, su efecto fue muy limitado si se compara con otras crisis posteriores de las últimas dos décadas.
Entre 2000 y 2001, la caída del número de pasajeros fue del 1,1%, mientras que durante la crisis financiera mundial de 2008 y 2009 fue del 1,2% y entre 2019 y 2020, con la pandemia, escaló a 65,9%, mientras que la caída de ingresos para las aerolíneas muestra un efecto mayor para el post 2001: 6,4%, 16,5% y 55,6%.
Si bien es difícil cuantificar el impacto, el brote de SARS de 2003 y la invasión de Irak liderada por Estados Unidos ese año también jugaron un papel en la desaceleración de la recuperación tanto de las aerolíneas estadounidenses como internacionales.
A esto se sumó, además, una serie de costos nuevos en materia de seguridad.
Los reguladores ordenaron a todas las aerolíneas que modernizaran sus flotas con puertas de cabina de pilotaje cerradas y fortificadas y todos los aviones nuevos debían entregarse con ese mismo sistema.
El golpe total fue tan duro que el 17 de septiembre de 2001, todas las aseguradoras de aviación emitieron un aviso de cancelación de siete días del seguro de riesgo de guerra de terceros de la industria del transporte aéreo.
Esta acción no tenía precedentes y amenazaba con el cierre de toda la industria de la aviación.
Algunas naciones tomaron medidas temporales para ayudar a las aerolíneas durante el período inicial, entre ellas la Administración Federal de Aviación (FAA) de Estados Unidos, que emitió un seguro premium contra riesgos de guerra de responsabilidad civil a las compañías aéreas de aquel país.
El sector privado regresó rápidamente al mercado, pero a un costo considerablemente mayor para las aerolíneas, estimado en US$ 2.000 millones adicionales en primas por una cobertura mucho más limitada que la proporcionada por algunos países.