Sam Altman fue el protagonista casi exclusivo del mundo tecnológico y las inteligencias artificiales durante las últimas dos semanas.
Sam Altman fue corrido de la empresa y luego contratado por Microsoft. Con compra de acciones de por medio e interacciones inusuales entre empleados, se sospecha de la propia herramienta.
Sam Altman fue el protagonista casi exclusivo del mundo tecnológico y las inteligencias artificiales durante las últimas dos semanas.
La figura clave de Silicon Valley en la actualidad y de cara al futuro con tan sólo 38 años tuvo una fugaz despedida y contratada en el puesto de CEO de OpenAI, con un paso aún más efímero dentro de Microsoft.
Altman se enteró a través de una videollamada el 16 de noviembre que dejaba de ser el director ejecutivo de la empresa tras ser elegido en 2015 por los propios Elon Musk y Ilya Sutskever.
Desde aquella jornada se inició una maratón de declaraciones y especulaciones en torno a los motivos que llevaron a su salida de OpenAI. Un actor clave fue Microsoft, poseedor del 49% de sus acciones, y que buscó contratarlo para sostenerlo dentro de una esfera de trabajo conjunto y evitar la “fuga de cerebros”.
Precisamente este último punto fue el que obligó a dar vuelta atrás al directorio de OpenAI ya que casi el 90% de los empleados amenazaron con renunciar si Altman no regresa a su puesto.
Finalmente, con Satya Nadella, CEO de Microsoft, como intermediario entre Sam y quienes lo despidieron, se definió el regreso. Una vez concretado, Altman echó a sus verdugos. Todo esto en el lapso de cinco días.
Si bien, la salida de Sam Altman fue argumentada por OpenAI en un comunicado que indica que “se produce tras un proceso de revisión deliberante que concluyó que no fue consistentemente sincero en sus comunicaciones con la junta, lo que obstaculizó su capacidad para ejercer sus responsabilidades. La junta ya no confía en su capacidad para seguir liderando OpenAI”, las justificaciones no convencen.
La hipótesis más reciente, pero cargada de mayor tinte de misticismo, es la que involucra a una inteligencia artificial como el factor determinante de la decisión.
Partiendo de la base de que ninguna es aún una cuestión oficial, se planteó la posibilidad de que la propia versión avanzada de IA que posee la empresa a nivel interno (al igual que sus competidores y que aún no es de libre acceso al público) es la que movió fichas para que Sam Altman sea corrido.
La idea de que ya existe una inteligencia general artificial superior (AGI) o que se está cerca de la misma le da fuerza a dicho planteamiento. Los expertos del campo definen a esta categoría de herramienta como aquella que igualaría las capacidades humanas e incluso podría superarla.
En su momento, los empleados habían admitido sentir cierta “sorpresa” y “temor” de las capacidades de GPT-4, a la par que desarrollan GPT-5. El corrimiento constante de su techo hace presumir que las “intenciones” de la máquina también se han movilizado.
El hermetismo lleva a hilvanar teorías extrañas en la mayoría de los casos. En esta ocasión, las dudas sobre los mensajes que supuestamente Altman envió a los directivos, que no coincidían entre sí y de los cuáles no se conocen precisiones, sumado a las declaraciones cruzadas sobre el rumbo de la seguridad en torno a estas investigaciones y la actitud proactiva de la IA dan pie a las hipótesis.
Sobre este último punto, Reuters indicó que “varios investigadores escribieron una carta a la junta directiva advirtiendo sobre un poderoso descubrimiento de inteligencia artificial que, según dijeron, podría amenazar a la humanidad”.
La hipótesis con mayor certeza de ocurrir, pero tampoco sin la confirmación oficial, ubica a Sam Altman en supuestas negociaciones en Medio Oriente para recibir financiamiento para el desarrollo de nuevas unidades de procesamiento sensorial (TPU), accionar restringido en Estados Unidos.
Altman, aún un joven empresario y con prometedor futuro que podría ubicarlo a la par de nombres como el de Bill Gates y Steve Jobs, habría mirado por detrás del horizonte, algo que no gustó dentro de su empresa y el estado.
EE.UU. posee actualmente restricciones a las empresas que procuran financiación externa para su expansión, con el objetivo de fortalecer la industria estadounidense. Dicha inversión debería ser pasiva, es decir, sin otorgar control o una posición en el consejo de administración, y no debería superar el 10% del total.
El desarrollo de la producción de chips por parte de un hombre relacionado a las IA, con el fin de darle competencia a NVIDIA, también representa un riesgo a futuro para la estabilización del poder. Ya se demostró como los satélites privados Starlink de Elon Musk son capaces de mover agujas mundiales sólo en base al deseo del magnate
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