Una noche de calor extremo, la expectativa de despedir 2004 con un recital de la banda de rock del momento, un boliche "excesivamente sobrevendido", una llamarada y unos pocos minutos de show son parte del inventario de imágenes que, inalterables y casi calcadas, reconstruyen los sobrevivientes en su relato a 15 años de la tragedia de Cromañón.
"Era una noche más de recital aunque se sentía un clima de euforia: era fin de año y el mensaje de las letras de Pato (Fontanet) era para todos nosotros", recordó a Télam Sebastián Alberio, por ese entonces de 19 años, que seguía a Callejeros desde hacía más de un año y había ido al recital junto a su hermano y un amigo.
"Me acuerdo cómo entré, cómo fue el cacheo, que me sacaron las zapatillas y que jodíamos que parecía una revisación médica para una pileta porque ese nivel de control era inédito para un concierto", detalló.
Mailín Blanco tenía 16 y había ido con Lautaro, su hermano de 13: "Me gustaba mucho ir a recitales, pero con Callejeros me identificaba especialmente con sus letras".
Juan Filardi tenía 15 y ese jueves de final de año se acercó a Cromañón con dos amigos y su papá, Oscar, que había puesto como condición acompañarlo para dejarlo ir a una zona del barrio de Once que consideraba "peligrosa".
Como una sucesión de fotogramas, de aquel 30 de diciembre de 2004 las versiones coinciden en controles exhaustivos al llegar, el calor abrasador, la multitud sofocante, el tema de la banda "Distinto" y el fuego.
Y en el caos, el relato también encuentra un orden: la luz que se corta, la irrealidad del espanto fundiéndose a negro y, finalmente, el silencio.
Mailín despertó al otro día a las 6 de la mañana entubada y permaneció internada hasta el 22 de enero. Sebastián estuvo 9 de los 18 días que pasó en el Sanatorio de La Providencia en un coma inducido. Juan permaneció 15 días internado en el Hospital Italiano tras haber perdido el 70 por ciento de su capacidad pulmonar.
"Al despertar apareció un dolor, el de la inescrupulosidad de la muerte, desconocido para cualquier joven de 16 años", advirtió Mailín, hoy de 31, cuyo hermano falleció en el boliche de Once.
"Al principio no sabía si iba a poder volver a ser feliz al 100 por ciento, hoy con dos hijos (con Federico, otro sobreviviente de Cromañón), digo que sí, que vivo plenamente y que el mayor homenaje que podemos hacerle a los chicos es vivir", señaló.
Aunque cree que "la Justicia perdió una oportunidad de desentrañar un sistema corrupto de inspecciones que es el que permite que estas cosas pasen".
"Era la chance de sacar el velo y ser un punto de inflexión, pero eligió cortar el hilo por lo más delgado y centrar responsabilidades en la banda sin analizar las del poder político y empresarial", acotó.
En ese sentido, remarcó que "el sistema sigue priorizando el dinero por sobre la vida": "Cromañón se repite y se repitió. Pero nuestro caso fue un emblema porque demostró que nada funcionaba: ni el sistema de emergencia de la Ciudad, ni las morgues que no estaban preparadas, ni nada. El día después se clausuró hasta el Gran Rex", recordó.
Sebastián, que hoy tiene 34 años y es periodista y músico, advirtió que "cuando falla el Estado, cuando fallan los controles y la seguridad privada, nos tenemos que cuidar entre nosotros y como público podríamos haber evitado cagarle la vida a una banda. Lamentablemente le pasó a Callejeros".
Quince años después, "por qué" o "para qué" murieron 194 personas y otras más de 1400 resultaron heridas aquel 30 de diciembre son preguntas que circulan en su cabeza sin encontrar ningún cauce.
Con resignación, como si fuese necesaria alguna respuesta, arriesga: "En el rock algunas cosas cambiaron, se cumplen más con los horarios, están los carteles de salida de emergencia, ves los matafuegos bien señalizados".
"Ahora lo primero que miro cuando voy a un recital es si hay salidas de emergencia, si el techo tiene o no una mediasombra, eso se volvió un acto reflejo prácticamente. Pero los lugares siguen sobrepasando la capacidad. La diferencia es que yo, si veo que está muy colapsado de gente, me voy a mi casa", concluyó.
En Cromañón, las chispas de las bengalas prendieron la media sombra de un material inflamable que recubría el techo del local, lo que generó un humo tóxico que mató a gran parte de los jóvenes que estaban en el predio, cuya capacidad superaba las 3000 personas a pesar de estar habilitado para poco más de 1000.