Caso Fernando Báez Sosa: tecnología avasallante y ausencia de límites, los fenómenos de época
La adolescencia es una etapa siempre compleja, por los cambios que implica, y que se agravan en este presente de falta de oportunidades, imperio de la imagen, falta de límites y, además, efectos traumáticos que dejó la pandemia. En un marco más amplio, el psicólogo Sergio Maggi también evaluó la caída del patriarcado y alertó sobre el “encierro” del teletrabajo y el debilitamiento vincular.
Caso Fernando Báez Sosa: tecnología avasallante y ausencia de límites, los fenómenos de época
Mientras se desarrolla el juicio oral y público a la patota de Zárate que asesinó a Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, en el verano de 2020, está a la vista que esos hechos, con adolescentes y jóvenes como protagonistas, no fueron una excepción, sino que se repitieron varias veces desde entonces, en su mayoría sin consecuencias fatales, pero con recurrentes episodios violentos, como la reciente riña callejera entre varias adolescentes en Elortondo, que se viralizó a través de las redes sociales, y muestra a las claras una sociedad crispada en sus bases.
En busca de abordar este fenómeno desde una de sus perspectivas, El Litoral convocó al psicólogo Sergio Maggi, quien además del ejercicio independiente de la profesión, se desempeña en el área de Justicia Penal Juvenil, y sostuvo en primer lugar que “la adolescencia es una etapa de mucha turbulencia a nivel del cuerpo y a nivel de las emociones; suelen ser influyentes los conflictos preedípicos que quedaron resueltos a medias y reclaman una definición en este lapso (la adolescencia) que es determinante para la consolidación de la estructura psíquica. Es un momento de mucho sentimiento de inadecuación con respecto a los demás grupos de niños y de adultos”.
A continuación, describió, en términos generales, que “siempre las frustraciones tempranas de adolescentes y jóvenes fueron un factor de preocupación, pero ahora lo son más, por la condición de masividad del padecimiento en esas franjas etarias, en un entorno que es muy decadente, con escasas oportunidades de progreso para la mayoría, y hasta con dificultades para el acceso y la permanencia en los distintos niveles de la educación”.
Luego, respecto de los comportamientos de rebaño -como el caso Báez Sosa-, ratificó que es clave el tipo de liderazgo que se constituye en estos grupos, porque entre ellos eligen sus líderes, que pueden ser positivos o negativos, y de eso dependerán sus orientaciones. “Vemos que, en muchos casos, se erigen líderes negativos, que buscan generar situaciones violentas, enfrentamientos con pares, que propicien su consolidación como referentes.
Asimismo, entran en juego, como en toda problemática de grupo, la trama o red de identificaciones entre ellos, distinto de lo que sucede con el fenómeno de masas, donde no hay redes, sino que existe una única línea, donde cada individuo se identifica directamente con el líder, sin intermediaciones”, evaluó.
Maggi, a la vez, apuntó a los drásticos cambios en los vínculos intrafamiliares: “Vemos una suerte de caída de los modos de control de la vida de los más chicos, y esto revela un relajamiento de la autoridad, que siempre es necesaria para ayudar a formar el marco conductual en un sujeto en formación, como lo es un adolescente. Si esto no está, el sujeto caerá en problemas, porque no puede reconocer el límite, en tanto no haya otro que lo introduzca, y entonces habrá dificultades para interactuar con los demás”. Tanto es así que, muchas veces, “las manifestaciones de violencia se originan como una expresión de la demanda de atención, como el velado reclamo de que alguien establezca un límite”.
Más adelante, consideró que “todo esto se enmarca en un fenómeno de época, como el derrumbe del patriarcado, que está muy mal planteado, porque no se observa un modelo que lo reemplace, ni tampoco veo la voluntad de rescatar algo de lo que el patriarcado ofrecía, como esa fuerza de ley para que una cultura sobreviva y el intercambio de los sujetos que la integran suceda a través de la palabra y del encuentro comunitario”. Y agregó: “Los que trabajamos en el campo de la salud mental y en la educación, percibimos, en este sentido, que hace falta una mayor solidez, y que nadie confunda este concepto con autoritarismo, que es otra cosa -aclaró-, eso es una aspiración de poder y de aplastamiento del otro desde una base netamente perversa”.
Tiempo singular
Sumando otro enfoque de la problemática, Sergio Maggi definió que “vivimos un tiempo muy singular con la introducción masiva en la sociedad de la tecnología y de la transmisión de voz e imágenes, que generan fenómenos en la conducta que no eran propios de anteriores generaciones.
Además, este fenómeno cuadruplicó su influencia en la pandemia, porque fue la herramienta por excelencia para sostener vínculos y prácticas, y como punto de encuentro. Esto derivó en una situación de encierro cada vez mayor y el vivenciar en un espacio donde se interactúa con otros, que están, pero sin estar”.
Aún bajo pandemia, el mismo psicólogo había advertido que luego del Covid como patología respiratoria de riesgo, sobrevendrían las consecuencias en la salud mental, y en estos tiempos, donde se inaugura una convivencia con esa enfermedad, los hechos le dan la razón cuando alude a los estragos que llevará largo tiempo reparar. “Hoy es muy claro el fenómeno de la frustración de los adolescentes y jóvenes por la falta de oportunidades, de muchos proyectos que en estos últimos años se diluyeron, incluso con el enrarecimiento del campo educativo y el reinado de la virtualidad, que desencadenó en un desgranamiento en los niveles primario y secundario del sistema”, puntualizó.
También evaluó que “la tecnología viene reemplazando puestos laborales en casi todos los ámbitos, y además precipita cambios en el orden social, como es el teletrabajo, que se potenció en la pandemia y es una forma de encierro letal. En los primeros días, sobre todo para la gente que vive en las grandes ciudades y necesitaba largos viajes, fue una buena noticia quedarse en casa a trabajar, pero luego se dieron cuenta del lado oscuro de la modalidad, porque toda la vida transcurre en casa, de la mañana a la noche, en un calabozo de lujo, al menos para los que disponen de cierto confort”.
Y continuó: “Esto es un fenómeno de época que la pandemia terminó de cristalizar, donde incluso los chicos escolarizaban a través de una pantalla, y que multiplicó la violencia doméstica, al mismo tiempo que se diluyeron cientos de miles de vínculos amorosos y quedó una dificultad bastante visible para la generación de nuevos vínculos. Sin dudas, parte de este fenómeno se incentivó con aquella consigna, muy potente, de no acercarse al otro, porque ese otro había sido investido de condiciones amenazantes, que es una forma de violencia y nos ubica en un escenario sumamente complejo”.
Imperio de la imagen
Sergio Maggi se refirió además las conductas de algunas personas o grupos, “que registran todo lo que pasa, a través de fotografías o filmaciones, y un segundo paso, inmediato, es su traslado a las redes sociales, incluso cuando se trata de peleas. Entonces, hay quienes despliegan lo mejor que tienen o, en ocasiones, lo peor que tienen, como en los casos de sujetos violentos, que se ufanan de protagonizar estos hechos y divulgarlos impunemente, como si fueran buenas acciones, en un marco de estímulo permanente por el impacto de imágenes de todo tipo. Y cuando uno es objeto del registro, hay que ver qué sucede en cada persona, pero este exhibicionismo, aunque no sea patológico, implica un rasgo que en algunas personas está mucho más acentuado en la actualidad, donde se descubre un afán de protagonismo, de apropiación del centro de la escena y de todas las miradas, más allá de lo perverso o lo brillante que pueda ser la actitud, pero es evidente el objetivo de exhibir la imagen sea como fuere”.