Los cuerpos que se acumulaban en la vereda de enfrente a la entrada Cromañón, apenas tapados con plásticos, mostraban la magnitud de la tragedia que estaba ocurriendo dentro del local de la zona de Once cuando transcurrían los últimos minutos del 30 de diciembre del 2004.
Llegar hasta la esquina de Bartolomé Mitre y Ecuador, uno de los vértices de Plaza Miserere, fue como atravesar un campo minado por el dolor: solo se veía gente en estado de desesperación, almas inertes gritando, llorando, buscando a su amigo, amiga, familiar, de quien no se sabía si estaba con vida.
En el camino, decenas de ambulancias del SAME y de servicios de emergencias con médicos y enfermeros atendiendo víctimas que se desvanecían, jóvenes a su alrededor que pedían "aire" como única esperanza para evitar otra muerte, descontrol en medio de lo inentendible.
Detrás de las barreras de contención improvisada por la policía a metros de Cromañón, se concentraron centenares de familiares que palpaban la tragedia a través de las rostros de los efectivos que intentaban contener la angustia.
En la puerta del local, bomberos, policías y médicos rescataban a ritmo frenético a quienes aún permanecían dentro.
Cerca de la 1.30 de la madrugada, un jefe policial se acercó con la mirada perdida al cronista de Télam y a un periodista del diario La Nación, a quienes conocía de muchas coberturas, y le confesó lo que a hasta ese momento nadie podía imaginar: "Hay más de cien fallecidos".
Las piernas del cronista temblaban, la noticia voló y ya no quedaban dudas de que se trataba de la mayor tragedia no natural en la historia de nuestro país, que culminó con 194 muertos y más de 1.400 heridos.
Un playón de un estacionamiento fue el escenario jamás imaginado para acumular los cadáveres de casi 30 personas, al que ingresaron algunos familiares para intentar realizar un reconocimiento. El resto de las víctimas fatales alcanzaron a ser trasladadas a distintos hospitales y fallecieron con el paso de los minutos, las horas, los días.
Cerca de las 4 de la madrugada del último día de 2004 desde el exterior podía verse el pasillo de entrada al boliche repleto de zapatillas que las víctimas perdieron en la desesperada búsqueda del aire exterior. "Se pisaban unos a otros, se aplastaban. Era como una trampa mortal", graficó el mismo jefe policial.
Durante una breve recorrida por el interior del boliche, se observaban las banderas colgadas desde las barandas del piso superior, como una verde del barrio de Lugano que llevaba los nombres de fanáticos de la banda y otra que rezaba "Callejeros, Siempre con vos. Pepo y Fabi", las paredes negras con las huellas de manos como marca de la tragedia, el piso inundado por el agua de los bomberos, el escenario vacío y el telón del fondo con el que la banda Callejeros salió a brindar su fatídico recital.
Por Hernán Chiesa
(Jefe de la sección Seguridad de Télam y cubrió como cronista de Policiales la tragedia de Cromañón)