Las restricciones podrían endurecerse si los contagios siguen en alza; Kicillof presiona por más medidas ante el temor a un desborde sanitario; la crisis alteró las previsiones económicas en el año
La alarmante segunda ola de contagios devolvió a Alberto Fernández a la centralidad política de la que tan a menudo rehúye. En tiempos trágicos Cristina Kirchner se hace alérgica a los reflectores. Como en la irrupción del coronavirus el Presidente experimenta el peso total de la responsabilidad. El drama repetido, sin embargo, lo exhibe distinto a aquel “comandante” indiscutido de 2020.
Le toca tomar decisiones ingratas -en apariencia inevitables- ante una sociedad escéptica que arrastra el sufrimiento reciente de una cuarentena de ocho meses que golpeó sin piedad la economía sin evitar, a cambio, cifras escalofriantes de muertos e infectados. La oposición desconfía de él, al punto de sobreactuar tensión hasta cuando está básicamente de acuerdo. Las heridas internas del Frente de Todos siguen abiertas. Y tiene escaso margen financiero para asimilar un freno brusco de la actividad.
Hay que rastrear en esas complejidades los motivos de por qué se demoró tanto en tomar medidas limitantes de la circulación cuando desde hace un mes al menos los epidemiólogos advertían sobre un aumento explosivo de los contagios. Se toleró la Semana Santa como una suerte de despedida colectiva del veranito social y con la esperanza de que, en el estribo, la vacunación ayudara a detener lo previsible.
El martes la Casa Rosada entró en shock cuando llegó desde el Ministerio de Salud el dato de que se había quebrado la barrera de los 20.000 contagios. La curva se disparaba de manera inequívoca. Fernández, aislado en Olivos, se decidió a avanzar sin detenerse mucho más tiempo en las discusiones con las administraciones de Horacio Rodríguez Larreta y de Axel Kicillof por los alcances de las restricciones.
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Entró a un túnel cuya salida solo figura en los papeles: el 30 de abril como fecha de final de la prohibición de circular de madrugada y de las reuniones sociales es aspiracional. “Esto es día a día. No sabemos dónde termina”, se sincera un funcionario que participó de las discusiones. De alguna manera sigue avanzando entre penumbras, con un nivel bajísimo de testeos que convierte las medidas en ruegos al cielo.
Nadie explicó cómo se contagió el Presidente. Secretos de Estado que acaso conozca el Instituto Gamaleya, que se comunicó a diario con la residencia de Olivos para recopilar datos sobre la evolución del paciente, vacunado con dos dosis de la Sputnik V
En el Gobierno ni siquiera pueden garantizar que no vaya a enmendarse el decreto con medidas más duras antes de fin de mes. Desde ampliar la hora del virtual toque de queda nocturno, hasta una cuarentena de fin de semana, como la que dispuso Chile. La premisa es no llegar al cierre total como en 2020, mantener abiertas las fábricas y no afectar la educación. Y acotar las acciones a espacios físicos y temporales, sin medidas extremas de alcance general e indefinido. Pero encima viene el frío.
El ritmo lo marcarán los contagios. Nunca en 13 meses de pandemia se habían duplicado los casos en dos semanas. Si la tendencia no se detiene la Argentina podría tocar los 50.000 casos al día antes de mayo. A eso se refiere Kicillof cuando habla de un “tsunami”. Su ministro de Salud, Daniel Gollán, sigue clamando por endurecer las restricciones. “El sistema sanitario está al límite”, pregona. Ni la continuidad de las clases está asegurada. En la provincia señalan que los resultados de test de secuenciación genómica de los infectados empiezan a mostrar una incidencia creciente de la cepa brasileña, de altísima contagiosidad.
El conurbano y el área de La Plata tienen municipios con tasas de ocupación de camas críticas preocupantes, si se tiene en cuenta las consecuencias inmediatas que tendría un alza exponencial de los infectados. En la ciudad de Buenos Aires transmiten tranquilidad, aunque empieza a evidenciarse la tensión del sistema privado, por definición menos flexible.
La “cuarentena inteligente” que se propone el Gobierno para no afectar el repunte económico y cuidar el humor social tiene el límite del desborde hospitalario. “Toda discusión se termina si empieza a haber enfermos sin atención”, explican cerca de Fernández.
La vuelta a la fase 1 de cierre total es un escenario del que la Casa Rosada prefiere no hablar, que el gobierno de Kicillof considera casi inevitable y que Larreta rechaza, porque cree que será innecesario e inconducente después de la experiencia del año pasado. Fernández navega por el medio, entre dudas y presiones.
El “botón nuclear”
Lo que quedó patente en la última semana es el quiebre definitivo de las variables económicas y políticas que se había trazado el oficialismo. Hay que pensar de nuevo el escenario del año electoral.
Martín Guzmán, que repitió como una letanía aquello de que el programa económico es el presupuesto, se enfrenta a nuevas complejidades.
Fernández lo apoya. Insistió en público y en charlas reservadas con dirigentes y sindicalistas con que la actividad no se va a afectar. Que no será necesario volver a repartir subsidios como el IFE, que consumió 90.000 millones de pesos en 2020. Pero siempre aclara que lo hará si la realidad lo empuja.
Hay un “botón nuclear” que el Presidente espera no tener que apretar. Implicaría repetir el 2020: encierro y descalabro de las cuentas públicas para atender las consecuencias sociales. “La incertidumbre es la marca de estos tiempos en todo el mundo”, suele repetir, como quien abre el paraguas. Nadie desconoce los riesgos inflacionarios de un plan que solo puede sostenerse con emisión.
El oficialismo hizo sus proyecciones electorales con la tesis de que la segunda ola atacaría al país con un porcentaje altísimo de la población de riesgo vacunada. Promediamos abril con apenas el 10% de la población inoculada con una dosis
Al igual que con las restricciones el Gobierno alega que esta vez será selectivo en la ayuda. Se trabaja en un plan para segmentar los aumentos de tarifas (sin tocar a los sectores de menos ingresos), destinar ayudas a las industrias más afectadas (turismo, gastronomía) e incrementar los planes sociales que atacan la pobreza e indigencia. Queda por verse si la CGT conseguirá ampliar la prohibición de despidos que rige hasta el próximo sábado 24.
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Todo un desafío para un amante de los equilibrios como Guzmán. Su proyección inflacionaria del 29% se queda sin apostadores. El único consuelo es que si la situación sanitaria obliga a nuevos confinamientos y a “prender la maquinita” para financiar el asistencialismo el propio freno de la actividad podría funcionar otra vez como ancla para los precios. ¿Remedio o enfermedad? Difícil elección.
Al combo de dificultades se suma la incertidumbre sobre el acatamiento social a las medidas restrictivas. Fernández, sin autocrítica por la gestión pandémica, culpó a la gente por relajarse con los cuidados. Aun cuando nunca se explicó oficialmente cómo se contagió el Presidente, si es que se sabe. Secretos de Estado que acaso conozcan en el Instituto Gamaleya, que se comunicó a diario con la residencia de Olivos para recopilar datos sobre la evolución del paciente, vacunado con dos dosis de la Sputnik V.
El miedo a la rebeldía formó parte de las conversaciones Nación-Ciudad-Provincia. Una parte importante de la negociación pasó por cómo controlarlas. Larreta habla de disuasión, Kicillof apunta a “fuertes multas”. Nadie ve un clima propicio para llenar las calles de policías y actuar severamente contra quienes desafían el decreto que prohíbe circular de madrugada o reunirse con amigos en una casa.
El Presidente intentó ser salomónico, al permitir que los restaurantes sigan abiertos hasta las 23 y puedan seguir atendiendo casi una hora más. Lo que pedía Larreta, sensible con el potente sector comercial de la Capital. Fernández y el jefe porteño delegaron la charla en Julio Vitobello y Diego Santilli (excompañeros del PJ porteño y de una lista electoral en 2000), que terminaron por limar diferencias.
El Gobierno podía imponer, pero necesitaba un acuerdo para desarmar rebeldías. Larreta lo vivió como un pequeño triunfo. Fernández se irritó cuando lo escuchó decir que no compartía las restricciones. A él también le dedicó la balacera de descalificaciones a los opositores que lanzó la mañana siguiente al anuncio, traducen en el peronismo.