"De acá a la China": un viaje al pasado, al presente y al futuro del gigante asiático
Es la segunda economía del mundo y hasta el 2023 fue el país más poblado. Desde la ciudad de Shanghái, su centro financiero, abrimos la puerta de este destino que, aunque exótico para muchos, atrae cada vez más a viajeros curiosos por conocer sus secretos.
Mirada al futuro: Shanghái, reflejo del proyecto de China.
“De acá a la China”: así decimos si queremos expresar que algo es muy evidente. “Eso fue falta, de acá a la China”, escuchamos por ejemplo en un partido. O bien cuando pretendemos dar consistencia y magnanimidad a nuestros sentimientos: “Te quiero de acá a la China”. Y es que China es para occidente, y sobre todo para América, sinónimo de lejano, de desconocido, de aquello que cuando éramos chicos nos dijeron que se podía alcanzar cavando un pozo tan profundo que nos llevara hasta la otra parte del planeta.
Sin embargo, “lo chino” también nos puede ser cercano y familiar: algún “súper” de barrio, los productos tecnológicos, lugares de comida, los bazares o los habilidosos deportistas que vemos en los Juegos Olímpicos.
"De acá a la China": Una expresión que habla de lo evidente o lo inmenso.
Pero ¿qué tanto conocemos realmente del gigante asiático, de este país que hasta 2023 fue el más poblado del mundo, ahora detrás solamente de India? ¿Qué sabemos de este lugar famoso por su gran muralla, sus dinastías, sus plantaciones de arroz, Mao Zedong, y su imparable crecimiento económico a partir de los ’80?
Visité el país por primera vez en 2014, en un intercambio de dos meses con una ONG. Tenía 18 años recién cumplidos, estaba terminando el primer año de la carrera de periodismo, y no podía pensar en otra cosa que no fuera salir a descubrir el mundo. Esa vivencia me forjó personal y profesionalmente. Diez años después, con varias otras experiencias encima y pisando los 30, volvió casi turbulentamente el deseo de pisar otra vez aquellas tierras. Encontré un vuelo en oferta y, dando un salto de fe, lo compré.
Shanghái, la ciudad modelo del principio del ying y el yang
Si vamos a China desde este lado del globo, lo más probable es que aterricemos en alguna de sus dos ciudades más importantes: Beijing, su capital, o Shanghái, su mayor centro económico. Yo lo hice en la segunda, en el Aeropuerto Internacional de Pudong. Tres aviones y 36 horas después, llegaba al lejano oriente. Como se dice, la ficha tardó en caerme. Quizá la primera pista de que realmente estaba en China me la dio el aroma a su comida. Una parte fundamental de su ADN está conformada por sus puestos callejeros y decenas de locales y “localcitos” gastronómicos, desde donde se escapa el inconfundible y entrañable olor a especias, sopas y caldos.
Súper de barrio, bazares y comida china en cada rincón.
Después de dejar el equipaje en el hostel, fuimos rumbo a Nanjing Road, la calle peatonal y comercial más famosa de la ciudad. Marcas de lujo, locales de tecnología, tiendas internacionales y grandes hoteles son los protagonistas del paseo. Si uno no es un fanático de las compras, lo mejor que puede hacer es disfrutar del caminar y dejar que todos los sentidos se vayan despertando y expandiendo. Viajar es justamente eso, observar.
La calle termina en el Bund, un distrito junto al río Huangpu, desde donde se ve uno de los skylines más famosos e impresionantes del planeta. El área comercial de Pudong, construida hace tan solo tres décadas, se muestra imponente y emerge como símbolo de la apertura de China al mundo. La Perla de Oriente, el Shanghai World Financial Center, la Torre Jin Mao y la Torre de Shanghái se roban todas las miradas que, alucinadas, se rinden ante semejante espectáculo.
Pero Shanghái no se trata solo de rascacielos. La vida no pasa solo en las oficinas, también sucede allí afuera, a la vista de todos, en sus parques. Los espacios verdes de la ciudad se encuentran muy cuidados y son el descanso necesario de la vorágine del asfalto. Y si se va en fin de semana, como me tocó, uno puede ser testigo de uno de los mercados más curiosos que existe: el de matrimonios.
El complejo arquitectónico que integra más de mil árboles en su estructura.
Funciona como una app de citas, pero en persona. Y los que buscan las parejas no son ni las solteras ni los solteros, sino sus padres. En el Parque del Pueblo de Shanghái, cada sábado y domingo, decenas de papás, mamás u otros parientes concurren al lugar y llevan un folleto o afiche con los datos de sus hijos: sexo, edad y profesión son los básicos. Además, algunos agregan la estatura, el peso, si están afiliados al Partido Comunista o si son dueños de una casa. Y no solo eso, sino que también especifican qué tipo de persona quieren como pretendiente: que no fume, que tenga estabilidad económica, que resida en determinado barrio, etc.
Así, las familias pasean por el lugar intercambiando información y viendo si hay algún candidato que coincida con lo que buscan. Si esto sucede, entonces los padres arreglan una cita para sus hijos. Con un poco de suerte, y si los involucrados finalmente se enamoran y construyen una relación, entonces habrá un nuevo matrimonio y el honor familiar no se verá manchado. Aunque las presiones respecto a estar casados están disminuyendo, la existencia de este “mercado” es una muestra de que sigue siendo parte fundamental y constituyente de su cultura. La soltería, aunque cada vez más común, todavía carga una pesada mochila de prejuicios.
Puede que uno se distraiga caminando y cuando vuelva la vista hacia arriba no sepa si sigue en China o si fue teletransportado al corazón de una ciudad europea. Esto sucede al andar por la Antigua concesión francesa de Shanghái, zona cuya administración estuvo a cargo de Francia a partir 1849 y durante casi cien años. El barrio es ideal para quienes gozan de la vibra cosmopolita y chic. En su corazón, paradójicamente (o no), se encuentra un “túnel” directo a la historia reciente de todo el país: el museo Memorial del Primer Congreso Nacional del Partido Comunista Chino.
Vista nocturna del río que divide la ciudad, ofreciendo vistas espectaculares de los rascacielos iluminados.
Para entender a las personas con las que uno como viajero interactúa todos los días es necesario ahondar en su historia reciente. La vida diaria de la sociedad china está fuertemente atravesada por las singulares condiciones de su inédito sistema político y económico. ¿Es un país comunista o capitalista? ¿O acaso es ambos? Si es así, ¿cómo pueden llevarlo a cabo? Para tratar de despejar tan solo algunas de todas estas dudas, decidí entrar al museo.
La exposición está divida en siete secciones cuyos “platos fuertes” repasan el surgimiento del Partido con su contexto nacional e internacional, la fundación de la República Popular de China en 1949 con Mao Zedong como primer presidente y la apertura económica a partir de 1978 de la mano de Deng Xiapign, la cual transformó el país y le dio la impronta por la que hoy es famoso. “Socialismo con características chinas” llaman a este sistema. Lo más curioso para mí como extranjero fue notar que cuentan su historia como un “todo”, en el que presentan cada etapa como “necesaria” para la siguiente. No hay para ellos “quiebres” ni contradicciones sino un solo proyecto que se fue desarrollando de manera progresiva. “Nunca olvides por qué empezaste, y tu misión puede ser cumplida”, dice un viejo refrán chino al cual llevan como bandera.
El último día en la ciudad lo dedicamos, además de a sus templos, shoppings y galerías de arte, a merodear sin rumbo, aprovechando que el sol había asomado después de varios días grises de lloviznas suaves pero algo molestas. Dejándonos llevar, pudimos ver a Shanghái a la cara. Y no estoy hablando en sentido figurado. Vimos los rostros de algunas de las más de 20 millones de personas que habitan esta megápolis: las que van a trabajar, las que salen con amigos, las que cuidan a sus hijos, las que ríen mientras caminan, las que limpian las calles, las que bailan y cantan.
Visitar Shanghái es viajar al pasado de esta nación, es vivir su frenético presente e imaginar casi sin máscaras su futuro. La ciudad es la prueba clara de la visión de país que China tiene y proyecta.
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