Por Verónica Dobronich
Por Verónica Dobronich
La ansiedad es una respuesta natural del cuerpo ante el estrés, pero cuando se convierte en un trastorno, puede afectar de manera significativa la calidad de vida. En Argentina, aproximadamente el 30% de la población experimentó síntomas de ansiedad durante la pandemia, lo que subraya la creciente importancia de abordar este tema de manera seria y fundamentada. Además, se estima que alrededor del 9.2% de la población sufrirá un episodio de depresión a lo largo de su vida, lo que indica la interrelación entre ambos trastornos.
Es crucial destacar que no existen recetas mágicas para combatir la ansiedad. Las estrategias de autocuidado, como la respiración profunda o la meditación, son útiles, pero no suficientes para resolver un trastorno. La ansiedad puede manifestarse de diferentes formas: como una emoción pasajera, un rasgo de personalidad o un trastorno clínico. Por lo tanto, es fundamental abordar la ansiedad con un enfoque integral que contemple sus múltiples facetas.
La ansiedad es parte de nuestro sistema de alerta natural. Nos ayuda a reaccionar ante situaciones de riesgo y a tomar decisiones rápidas. Sin embargo, cuando esta respuesta se prolonga o se activa sin un motivo claro, puede convertirse en un trastorno debilitante. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los trastornos de ansiedad son los más comunes a nivel global, afectando a más de 260 millones de personas. En este contexto, es esencial entender que la ansiedad no es simplemente una fase o algo que se puede “controlar” con fuerza de voluntad.
Los estudios han demostrado que los trastornos de ansiedad a menudo se acompañan de desequilibrios químicos en el cerebro, como niveles alterados de serotonina y norepinefrina. Esto refuerza la necesidad de un tratamiento médico que aborde las causas subyacentes de la ansiedad.
La terapia cognitivo-conductual (TCC) es una de las modalidades más efectivas para tratar los trastornos de ansiedad. Esta terapia se centra en identificar y cambiar patrones de pensamiento negativos que alimentan la ansiedad. Diversos estudios clínicos han demostrado su eficacia en la reducción de los síntomas, ayudando a los pacientes a desarrollar habilidades para enfrentar situaciones que antes les causaban estrés.
Además de la TCC, los fármacos como los antidepresivos (ISRS) y ansiolíticos han mostrado eficacia en el manejo de la ansiedad, permitiendo equilibrar los neurotransmisores en el cerebro. Sin embargo, la medicación siempre debe ser prescrita y supervisada por un profesional de la salud.
El ejercicio físico también juega un papel crucial en el manejo de la ansiedad. La actividad física regular promueve la liberación de endorfinas, sustancias químicas que generan una sensación de bienestar. Al mismo tiempo, la práctica de mindfulness y técnicas de meditación han demostrado ayudar a reducir los niveles de estrés y mejorar la salud mental en general.
Es fundamental que las personas con ansiedad busquen ayuda profesional, ya que la condición no se supera únicamente con esfuerzos individuales. Un entorno comprensivo y empático es clave para la recuperación. La educación sobre la ansiedad es vital para que familiares y amigos puedan brindar un apoyo efectivo, evitando comentarios que minimicen la experiencia del individuo, como "deberías relajarte" o "simplemente no pienses en eso".
La ansiedad no es una elección, ni una fase pasajera. Es un trastorno que requiere atención y tratamiento adecuado. Al comprender la complejidad de la ansiedad y adoptar un enfoque multidimensional, podemos ayudar a quienes la padecen a recuperar su bienestar emocional.