A 450 metros del obelisco, sobre avenida Corrientes, tiene el Teatro San Martín una fotogalería. Es menos un pasaje a calle Sarmiento que un evasivo pórtico a otra dimensión, donde el denso hormigueo urbano se silencia. Quienes allí se extravían por estos días son observados en quieta intensidad, desde retratos fotográficos en blanco y negro.
Son 63 rostros que miran desde una y otra pared, identidades en su mayoría desconocidas o poco menos para la audiencia masiva. Sin embargo se han instalado en la conciencia -en la imaginería- de muchos argentinos. Son "Fotógrafos contemporáneos" a los que, por una vez, Fredy Heer puso del otro lado del lente.
Fredy dejó Esperanza -y un emprendimiento productivo familiar que le proponía estabilidad- en 1972; lo hizo impulsado por una pasión que nació cuando su padre -ex laboratorista de Fernando Paillet- le regaló una Kodak.
Su oficio había crecido desde 1964 hasta allí, junto al de su amigo Hugo Raina; las carreras de auto en Rafaela y la zona, el rock de los '60 en la isla Berduc, fueron algunas de sus excusas.
Las alpargatas que suele calzar por el porteño barrio de Palermo, son testimonio de una identidad de origen que Fredy paseó por las estridentes noches de Mau Mau -reflejadas por años en el papel de El Litoral- así como por salones de arte, por la Casa Rosada y el Congreso, por las canchas de fútbol.
Monzón, Susana, Moria, Olmedo, Diego, Charly, Sandro, Mirtha, el gol 100 del Bichi Fuertes, el "no" de Reutemann a Duhalde, el mundial de Francia, De Niro, Depardieu, artistas plásticos, escritores, obras de arte.
Larrea, Fredy y el afiche de la muestra, emblema de “Foptoheerholga” (en Facebook) donde el sulto a la cámara de plástico se hace arte. Foto: Maximiliano Vernazza.
Por la mirada de Fredy pasaron personas de relevancia o anónimos momentos en la calle. El hombre observa, compone, dispara. Dibuja viñetas, construye mundos, interpela espíritus.
En Buenos Aires, Fredy fotografió la obra de Raúl Soldi y Benito Quinquela Martín, entre otros artistas. Trabajó en la revista El Expreso Imaginario y en el diario La Razón. Hizo retratos a Adolfo Bioy Casares, Olga Orozco, Abelardo Arias, Miguel Briante y José "Pepe" Bianco.
A su primera muestra, en el Centro Cultural Recoleta, le siguió otra en la Galería Arcimboldo, de imágenes tomadas con un celular, cuando los dispositivos apenas tenían un lente elemental.
Menos cámara, más foto
Leica, Nikon, Rolleiflex, los celulares. Heer se despojó de los dispositivos para quedarse con una cámara china, de plástico hasta en su lente. "Las fotos con Holga me salen bien, el secreto es la paciencia. Tiene una sola velocidad, es maravillosa. Es tan sencilla que es complicada".
Parece una paradoja, es una declaración de principios. Fredy eligió despojarse de la cámara, quedarse con la foto: su mirada, medir la luz, componer, disparar apenas una vez. No mucho más.
Con Gustavo, su nieto. El buen amor siempre ilumina la escena. Foto: Maximiliano Vernazza.
"Dos o tres tomas por retrato", incluso cuando "las fotos con Holga no salen bien. El secreto es la paciencia; las cámaras modernas sacan 20 fotos por segundo; la Holga tiene una sola velocidad", dice.
Andy Goldstein -curador de la muestra, amigo- se sumó en la edición de los "retratos", un trabajo que le llevó dos años.
Entre sus retratados están Sara Facio, Juan Travnik, Julie Weisz, Adriana Lestido, Alberto Goldenstein, Eduardo Grossman, Rafael Calviño, Fabián Laghi, Alfredo Srur, Julieta Escardó, Andy Goldstein, Esteban Pastorino, el santafesino Marcos López o Eduardo Longoni. Cualquier lista incompleta es injusta con todos y con el trabajo.
"Hay gente que dice que para hacer un buen retrato hay que conocer a la persona. Es mentira -sentencia-, necesitás tu ojo y una cámara. Nada más".
Fredy ahorra palabras como perfecciona los disparos de sus fotos, compuestas con arte, cuidado y sabiduría. Mide el aire de sus pulmones; es escaso como pocas son las tomas que puede hacer con un rollo caro y limitado.
Padece Esclerosis Lateral Amiotrófica; es la magnitud del escollo que no doblega su espíritu, su pasión. Sigue adelante con el atribulado amor de Cecilia, su esposa; de sus hijos Tamara y Martín, de su nieto Gustavo. Y de amigos que son incontables.
El estudio es parte de su casa, en el tercer piso de una construcción de época en calle Scalabrini Ortiz, a media cuadra de avenida Santa Fe. Es un espacio rodeado de libros únicos de fotografías -una preciosa biblioteca, como pocas en el país- y de ecos de charlas entrañables. El lugar es parte inseparable de Fredy.
"Retraté un total de 80 colegas con la premisa de que todos ellos, además de hacer buenas fotos, hubieran realizado alguna acción destacada fuera del trabajo, como una forma de dejar un legado. Es el regalo que quiero hacerle a la fotografía argentina".
Desde su silla de ruedas, Fredy no se detiene. Da indicaciones, pide armar el trípode, hace apuntar flashes y mide la luz de la ventana. Compone sobre el sin fin negro, un banco, el personaje retratado y no más.
Su ojo no mira como el de los mortales incautos; él observa como lo hace el lente de la Holga; sabe que la cámara le devolverá sus rebeldías, es cómplice de ellas. Trabaja en su nuevo proyecto: retratos de pareja.
Entre los profetas de luces absolutas y oscuridades infinitas, Fredy no deja de eternizar los contrastados instantes que regala la vida. A quien la sabe tomar.