"El tiempo es bastante amable con nosotros, sus fugaces pasajeros, y nos da permiso para creer que hoy puede ser el primero de los días, y para querer que sea alegre como los colores de una verdulería". Eduardo Galeano
"El tiempo es bastante amable con nosotros, sus fugaces pasajeros, y nos da permiso para creer que hoy puede ser el primero de los días, y para querer que sea alegre como los colores de una verdulería". Eduardo Galeano
La sensación que uno tiene cada vez que acaba un año es la de un profundo alivio, independientemente de la calidad del año que se deja atrás; si ha sido positivo, negativo o neutro, el alivio y las renovadas esperanzas, siempre van a estar. La sola sucesión de los días no cambia, la diaria monotonía del reloj (de pared) que en su curso inevitable marcará siempre dos vueltas de doce horas, van a seguir sucediéndose, impasibles en su dinámica, uno tras otro los segundos seguirán siendo segundos hasta ser minutos, y los minutos, inexorablemente, seguirán su curso hasta llegar a ser horas que completarán el destino de convertirse en días. Sólo el almanaque nos dirá que en el fatal instante en que el segundero haya dado las 1.440 vueltas correspondientes al 31 de diciembre, empezaremos a vivir otro año.
Ese simple cambio que es simplemente el paso de un segundo a otro, lleva en sí mismo la ilusión de que lo que viene es algo mejor, con esperanzas y con mejores expectativas a las ya gastadas expectativas pasadas. En ese segundo las copas se alzarán, las miradas se encontrarán expectantes y lacrimosas, deseosas y recargadas de anhelo, se brindará con el sólo propósito de desear a quienes amamos que lo que viene esté pleno de felicidad. "¡Que se vaya lo viejo, que venga lo nuevo!" Reza una frase de un poeta. Pero... ¿todo cambia? No, no cambia nada, pero es sabido que con el cambio de año uno renueva sus objetivos, se plantea nuevos desafíos y se enfoca con energías renovadas a lo que viene. Interiormente, a modo de viaje introspectivo, intentamos deshacernos de viejas y malas costumbres, evitando cometer los mismos errores, intentando encontrar el camino para que lo que dejamos atrás quede bien atrás.
Cuando nos referimos o nos planteamos que el año nuevo es una vida nueva, solo estamos dando por cierto, de manera implícita, que el año que se va es algo que queremos dejar atrás, que es preferible olvidar. Borrón y cuenta nueva. ¡Chau 2023! 2024, esto recién empieza. El número 24 para los quinieleros es el "Caballo", así que si soñamos con caballos o patadas en el culo, seguramente vamos a tener que jugarle al 24, pero como yo no juego, tampoco voy a apostar por el 24. Y sí amigos, es que con todo lo acontecido solamente en diciembre de 2023, nos está alertando que esto recién empieza. Es que en el año que se va, nuestra Argentina, esa que odiamos amar, no nos dio casi respiro. No es mi intención hacer una crónica detallada de lo que sucedió en todo este año, seguramente mucho de los medios harán su anuario y nos contarán por diferentes herramientas de la comunicación todo, absolutamente todo.
Es otro año que se va y a sólo un par de horas del nuevo año, la incertidumbre, el descontento, la incredulidad en muchos, la sorpresa en otros, y la reafirmación en aquellos que, como videntes amateurs, se la veían venir, y ahora, con cierto dejo de falta de humildad dicen: "Te lo dije, se veía venir, vos no quisiste creerlo". Y lo repiten como un mantra a todos aquellos que quieran escucharlos. Algunas voces se dejan escuchar, otras, callan. Callan, quizás para no alertar y/o revolver en los errores y/u omisiones de los cuales fueron responsables en un 100 por ciento. Esas voces auto silenciadas, estoy seguro, esconden el grito de la voz de la consciencia. Pero aquí estamos "revolcaos en un merengue, y en un mismo lodo, todos manoseaos", tal como auguró para todos los tiempos Enrique Santos Discépolo.
Ve la luz el año 2024. Y, seguramente, como recién nacido, entra a los cachetazos y gritos. Tenemos noches de amor, pero casi ninguna en paz. Entre decretazos y medidas antipáticas para el general de la población argentina, pero más precisamente para los trabajadores y particularmente en totalidad de la casi desaparecida clase media argentina, las cacerolas salieron de sus alacenas para hacer ruido en los principales barrios de la porteña Buenos Aires y sus ecos retumbaron en las capitales de las provincias. En una acotada y virtualizada estampa de caras pétreas y severas, el presidente, en su particular forma de hablar haciendo sentir culpable al otro, daba sólo un décimo de un paquete de medidas inmensurables en su daño específico. Déjà vu de lo que nos espera… Nuevos vientos se esperan, para algunos son de esperanza, de renacimiento, para otros son vientos huracanados que solo dejaran muerte y miseria.
Sólo pasaron tres semanas del nuevo gobierno, muy acelerados en cambios estructurales que no van en sintonía y a la velocidad del bolsillo de la población. Y a todo esto se le suma todo el peso de un año tremendamente pesado en las espaldas. Pero es momento de resetear nuestras almas, de enfocar el horizonte, y de esperar, como en cada comienzo de un ciclo, que todo lo que vendrá, será mejor. Esa es la esperanza, la renovada esperanza a la que cada año el argentino promedio le mete una fichita, aunque sea para salvar los gastos.
Enero, a priori, se presenta con densos nubarrones, probabilidad de tormentas extremadamente violentas, con muy poca visibilidad y alto índice de presión. En lo que respecta al clima, va a estar caluroso, como siempre.
Se avisora 2024. En sus marcas… listos…