Viernes 28.6.2024
/Última actualización 0:50
Cuando en la mañana de este jueves 27 de junio de 2024, y de la voz del presidente del Tribunal Leandro Lazzarini ,se escucharon las condenas a los abusadores sexuales Walter Sales Rubio, Sheila Arteriza, Solange Arteriza y Alicia Reina, se escucharon gritos confusos en la Plaza 25 de Mayo de Santa Fe.
No se puede decir que hubo alegría. Nadie en esta despiadada secuencia de abusos sexuales sobre menores, que se sucedieron en la tranquila San José del Rincón durante más de 15 años y dentro del marco de confianza y admiración que implicaban las relaciones entre un entrenador, sus asistentes y sus alumnas, puede decir que este final es feliz ni nada que se le parezca.
La justicia, el Tribunal, el coraje de las victimas, la presión adecuada de los familiares que se plantaron en la Plaza, y el seguimiento sin condicionantes de la prensa, conformaron un escenario sólido donde no había lugar para la mínima impunidad.
50 años para Sales Rubio, un entrenador que supo gozar de la fama mediatica en la región; 32 para su pareja y cómplice, Sheila Arteriza; 16 para su hermana Solange Arteriza por promover la corrupción de las menores y 14 para la madre de ambas, Alicia Reina, por los mismos hechos: ABUSO SEXUAL CON ACCESO CARNAL, AGRAVADO POR SER LOS ENCARGADOS DE LA EDUCACIÓN DE AL MENOS 15 MENORES, ENTRE 2004 Y 2021.
La condena es la más gravosa que recuerden los tribunales penales santafesinos en la historia, sobre abusos sexuales.
El mensaje es lo que se espera siempre de una condena penal justa: Una línea que traza para siempre el espanto humano frente a uno de los delitos más graves que se conozcan.
Es un mojón que empuja a los jueces y fiscales que tienen a cargo causas similares, a castigar con la máxima dureza a quienes lastiman para siempre la integridad de la infancia y rompen de la peor manera, la confianza imprescindible entre quien educa y quien aprende.
Es un mensaje que alienta a las victimas a denunciar, que le devuelve confianza a la sociedad sobre el funcionamiento de la justicia y que ayuda a recomponer el desvencijado tejido social.
Los abusadores sexuales, en el grado que sea, deben ser aislados de la sociedad. Sean quienes sean, siempre que existan pruebas suficientes para condenarlos. No hay que tener piedad con ellos a la hora de la condena, porque quienes tengan intenciones de hacerlo, deben saber que para ellos habrá castigo.
Por estas horas, en el mismo Palacio, se ventila la historia de un empresario gastronómico acusado de abusar de su propio hijo. Los «vínculos» del empresario, procesado y detenido, tensan los pasillos de Tribunales. El murmullo se escucha claro: «Dicen que anda amenazando con ventilar asuntos privados de sus «clientes», si no le dan la libertad condicional».
Este fallo ayuda a despejar el humo de las presuntas amenazas. Es una bisagra, parece, como lo fue aquel proceso a Edgardo Storni en el abuso de menores en las iglesias santafesinas. No es que hayan desaparecido, pero a la curia le quedó claro: si cayó el Obispo, caerá el párroco. Y esa es la señal
¿Cuántas historias, a lo largo de los años, cuentan de la libertad y la impunidad de importantes hombres de negocios, de reputación social, de encumbradas ubicaciones políticas, judiciales, empresarias, en asuntos de violencia de género, de abusos sexuales a mayores y menores?
Muchas. La sociedad va rompiendo muros de impunidad, con mucho esfuerzo. Lo impulsaron con fuerza las mujeres con el «Ni una menos», en la última década. Ahi andan los Alperovich, empezando a sentir como crujen algunos cimientos.
Ahí empiezan a sentir temor los que creen que el dinero, el poder o sus influencias, pueden tapar sus peores costados.
Hoy no hubo alegría. Pero si alivio y reparación.
Cuando hay justicia, hay siembra de futuro. Y esta es una sociedad que necesita con desesperación, que se enciendan luces que los vayan señalando.