Nos escribe Martina (47 años, Buenos Aires): "Hola Luciano, aquí te escribe una madre de hijo de 11 que está más adolescente que nunca. ¿Cómo se puede manejar esta situación? A veces ya ni sé si es maleducado, por cómo responde. Además, es difícil sacarlo de la pantalla y cuando no está en línea, se la pasa dando vueltas por la casa de mal humor. Ya ni sé qué es mejor. ¿Esto no tendría que pasar más adelante? ¿No es muy chico para comportarse así?".
Querida Martina, ante todo te agradezco tu consulta porque nos lleva a un tema que fue uno de los motivos por los que escribí mi libro "Esos raros adolescentes nuevos". Definitivamente, la adolescencia hoy comienza cada vez más temprano, por eso es que también -de un tiempo a esta parte- se empezó a hablar de pre-adolescencia.
Aunque, en sentido estricto, no es que los chicos estén más adolescentes, porque falta el proceso adolescente propiamente dicho: que es enamorarse y revivir la dependencia temprana de la infancia para interpretarla de otro modo. Sí es claro que, en estos casos, vemos todos los rasgos de la conducta de confrontación y el estado de ánimo (pre)puberal, que tiende al fastidio y al aburrimiento.
Este último punto, permite pensar dos cuestiones: por un lado, el niño que se está por convertir en adolescente necesita revivir otra etapa temprana, la de la masturbación infantil, hasta que la redescubra con fines de excitación en la adolescencia; hablar de masturbación tal vez suene un poco fuerte, pero creo que algo de esto es lo que me decís cuando me contás que tu hijo deambula malhumorado. Otros chicos no pueden sentarse a la mesa y evitar jugar con los cubiertos; otros se pueden pasar horas picando una pelota y si los padres le piden que por favor deje de jugar con la pelota en la casa, como si se tratara de un acto impulsivo, lo vuelve a hacer.
Por otro lado, ese niño que confronta y desafía necesita descentrar el saber que supone en los adultos. Si todavía siguiera creyendo que los padres saben todo, ¿cómo haría para tener su propia experiencia? Creo que lo difícil para nosotros, en este momento, es resituar el modo en que los escuchamos. No es que sea una cuestión de mala educación, sino que se trata de un nuevo modo de comunicación que pugna por abrirse paso.
A veces a los adultos nos llama la atención cómo niños tan chicos hablan entre sí, con insultos y agresiones que son chocantes. Por supuesto que es algo que es preciso sancionar y llamar la atención sobre este punto, pero no como a un niño pequeño que se lo reprende y reta o prohíbe que use ciertas palabras o haga ciertas cosas; es preciso mejor reconducir toda esa intensidad hacia nuevos modos de hablar y comunicarse. Con el tiempo, es algo que se logra.
En este punto, llegamos a lo que más me interesa decirte en esta columna. Pienso en las veces que los adultos nos la pasamos chocando con los niños porque insistimos en una escena en el mismo momento en que ocurre. Me explico mejor: por ejemplo, tu hijo está viendo tele y ya lleva horas y vos vas y le decís que ya está bien, que pase a otra cosa y él te dice "sí, sí, ahora va", pero no se mueve de estar frente a la pantalla.
Escena de manual: entonces uno va y se pone frente al televisor y empieza a discutir al grito de "¿no te dije que apagues la tele…?" y ahí empieza una trifulca cuyo eslabón terminal es el niño diciendo que somos unos neuróticos -para usar un eufemismo- y nosotros con la vena hinchada y latiendo de impotencia. Creo que es una situación que podría narrarse de mil formas variadas y con más de un contenido, pero que todos podemos reconocer.
Entonces, aquí viene mi consejo: hay que aprender a irse; con esto no quiero decir que abandonemos la escena, sino que confiemos en un segundo tiempo. Es más importante decir con firmeza: "Ya te dije algo" y retirarse, que seguir pegados a una escena que solo se cierra con agresión.
Aquí viene la parte en que muchos padres me dirán: "pero entonces no va a hacer caso y no va a dejar de hacer lo que está haciendo" o "¿cómo sabemos que el consejo funciona?". Y, la verdad, es que no lo sabemos, solo hay que ejercitarlo; porque si todo va bien, cuando el niño quede librado a su impulso, se va a angustiar y detendrá su actividad.
En última instancia, lo que no debemos perder de vista es que el niño que crece también sabe que él es insoportable para sí mismo, que su aburrimiento, fastidio y malhumor son vías que realiza porque todavía no conoce otras mejores. Entonces es preciso dejarlos volver, que vengan a buscarnos para hablar, porque así es que vendrán con una nueva actitud, renovados y distintos al niño que fueron.
Al niño que camina hacia la adolescencia, es preciso dejarlo conocer la angustia y esto también quiere decir dejar que tropiece. A partir de que pueda conocer la angustia es que será capaz de apropiarse de sus acciones. Por eso nada más nocivo que estarle encima a un niño con un fastidio y malhumor que replica el suyo.
(*) Para contactarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com.