Hace unos días me enteré, a través del diario, de lo que le pasó a una señora de 78 años que vive sola -como tantos adultos mayores- y que se encontraba descansando en su dormitorio. Cuatro delincuentes pudieron ingresar a su vivienda y procedieron a buscar dinero; ya nos podemos imaginar la cantidad de dinero que puede tener un adulto mayor jubilado. Al no encontrar lo que buscaban…¿Qué creen que hicieron para amedrentar a nuestra similar congénere adulta mayor? Obviamente: la maniataron y luego procedieron a golpearla como si fuera una "bolsa de papas", sin ninguna consideración, con una verdadera actitud criminal.
Como adulto mayor me pregunto: ¿Qué hacemos los demás adultos mayores ante situaciones como estas? ¿Solamente dejamos que nos golpeen, el día que nos toque, y esperar que la policía, los fiscales, los jueces, encuentren, investiguen, procesen y juzguen a los delincuentes, algo que en la práctica vemos que es imposible? Y si se los encuentra y se le aplica el rigor de la Justicia… ¿van a estar presos los días mientras esperan que el juicio se concrete, que lleva su tiempo? Luego, un profesional legal le hará entender a la Justicia que se trató de un error involuntario de los delincuentes, que nunca tuvieron esa intención, que seguramente actuaron de esa manera por la rebeldía del adulto mayor.
Si por casualidad los condenan, lógicamente a un año de cárcel, entonces se les paga un sueldo y se les da de comer. Mientras eso pasa, los adultos mayores golpeados quedan con dificultades en la salud física y mental y se tendrá que arreglar solos, sin percibir sueldo ni comida como los delincuentes. Así, a los años que le quedan por vivir los tendrá que vivir con sufrimiento por culpa de unos delincuentes asesinos, que fueron premiados por la Justicia. Los adultos mayores no nos merecemos semejante tropelía de los delincuentes, que pululan por las calles con absoluta libertad, contando con la pasividad Policial, la de los fiscales y, por ende, la de los Jueces.
Que el Señor nos acompañe, es el único que nos queda, porque ni nosotros mismos somos capaces de elevar la voz, ni de agruparnos, ni de gritar, solamente nos resignamos. Además tampoco alza su voz o actúa en su defensa algún miembro entre quienes nos gobiernan, algún juez, la misma iglesia o el Defensor del Pueblo. Resultado: ¡Nadie! Estamos solos.
Qué triste final el de nuestros días, que deberían estar jalonados por el amor y el cariño de nuestros hijos, nietos, vecinos y amigos. Solamente nos queda la posibilidad de que nada nos pase. O que los delincuentes, sabedores de que nada les pasará, nos azoten como lo hicieron con Cristo.