Por Claudio H. Sánchez (*)
Por Claudio H. Sánchez (*)
En 1769 un artesano de origen húngaro llamado Wolfang von Kempelen construyó un autómata mecánico (llamado El Turco) supuestamente capaz de jugar al ajedrez. Este autómata es conocido especialmente por un ensayo que le dedicó el escritor norteamericano Edgar Allan Poe: "El jugador de ajedrez de Maelzel", publicado en 1835. Maelzel era el apellido de un músico alemán que compró el autómata luego de la muerte de von Kempelen y lo exhibió en diversas ciudades de Europa y Estados Unidos.
Poe opinaba que el autómata era un fraude, que funcionaba gracias a un jugador humano oculto en su interior. Dedica su ensayo a justificar esa opinión y a explicar cómo era posible que una persona permaneciera oculta dado que, supuestamente, todo el interior de la máquina era mostrado al público durante las exhibiciones.
Descartado el autómata de von Kempelen por fraudulento… ¿hubo alguna vez una máquina, anterior al desarrollo de las computadoras electrónicas, que fuera capaz de jugar al ajedrez? La respuesta a esta pregunta es El Ajedrecista, construido en 1912 por el ingeniero y matemático español Leonardo Torres Quevedo. Se exhibió por primera vez al público en la Feria de París de 1914 y mereció una reseña en la edición de noviembre de 1915 de la revista Scientific American. Una versión mejorada fue presentada en 1922.
Torres Quevedo nació en Cantabria, España, en 1852. Estudió en la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid y desde muy joven se interesó por los nuevos desarrollos científicos. En particular, comenzó a diseñar y construir lo que llamaba "máquinas algébricas": dispositivos mecánicos capaces de realizar cálculos matemáticos complejos, a la manera de las actuales computadoras. En 1912 creó su primer autómata ajedrecista.
El Ajedrecista de Torres Quevedo no era realmente capaz de llevar adelante una partida de ajedrez de principio a fin. Solamente resolvía el llamado "mate con rey y torre", en la que un jugador con su rey y una de sus torres enfrenta, y vence, a un rival que solamente tiene el rey. Es uno de los finales más sencillos y analizables del ajedrez. Y aunque vencía a todos sus oponentes, no siempre lo hacía por la vía más directa y en el mínimo de jugadas. Aun así representó un logro notable para la tecnología de la época.
En 1951, durante un congreso de cibernética en París, El Ajedrecista derrotó al polaco Savielly Tartakower, Gran Maestro Internacional. Fue la primera vez que una máquina derrotó a un jugador de esa jerarquía. Torres Quevedo murió en Madrid el 18 de diciembre de 1936. Sus ajedrecistas aún funcionan y se exhiben el Museo Torres Quevedo, de la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, en Madrid.
(*) Docente y divulgador científico