Por Graciela Ribles
Por Graciela Ribles
Un visitante inesperado nos sorprende alterando la sobremesa familiar.
Las plumas erizadas son su única defensa.
Juan va hasta el auto, regresa con una jeringa descartable, imprescindible en el botiquín de un médico de emergencias.
Intenta darle agua, le humedece la cabeza para aplacar el calor, pero nada, la paloma muere como un presagio, sobre la mesa de mamá.
Carla trae una caja para poner el cuerpo, pero al levantarla nota en su pata un anillo, y aferrado a este un pequeño papel.
-Es una paloma mensajera y tiene un mensaje.
Federico lo retira con cuidado.
-¿Qué dice? -preguntamos atraídos por la curiosidad.
Federico comienza a leer.
-Cuando leas este mensaje seguramente estaré muerta. Espero tu justicia, te amo. Ana.
Llega la noche y continúan las conjeturas.
¿Quién es Ana? ¿Por qué su vida está en riesgo? ¿Quién será el receptor del mensaje?
Mamá aparece con unas pizzas, papá apoya unas cervezas sobre la mesa de granito y aporta un dato revelador:
-Ustedes eran chicos, por eso no se acuerdan de El Gallego, un amigo del trabajo, que trasladaron a Entre Ríos. Tenía un par de palomas mensajeras que usaba para comunicarse con otros miembros de la federación. Él me contó, que cada paloma lleva en su anillo un número individual de identidad. En letras, figura el país o las iniciales de la federación colombófila y en números, el año que se matriculó.
Al escuchar esto, Juan corre a la calle.
Por suerte, el recolector de residuos no pasó, abre la bolsa y saca la caja.
-Carla, dame luz con la linterna del celular.
-Mamá, ¿todavía está la lupa que llevaba a la escuela?
Con la lupa, Juan distingue algo.
-Federico, anotá: 1478321 FCA.
Juan guarda los datos en el bolsillo de la bermuda.
Esa noche sueña con el hospital y la sala de emergencias. Una mujer malherida, lo tiene sujeto de la mano, quiere ayudarla pero no puede.
Entre dormido susurra un nombre: Ana, Ana.
Con el ambo puesto, Juan conduce su auto hasta la dirección que le dieron en la federación.
Según los datos aportados, es el domicilio del propietario de la paloma.
¿Quién vivirá allí Ana o su amante?
La casa tiene un jardín al frente, las paredes de ladrillos vistos, unos pocos escalones conducen a la puerta principal.
Antes de apretar el portero eléctrico duda.
¿Cómo explicar lo del mensaje y la extraña forma en que lo recibió?
Las manos tocan el papel en su bolsillo, no se anima, decide volver otro día.
En ese momento, un auto se detiene. Una joven de unos treinta años desciende.
Ana, nos vemos mañana, gritan desde el interior.
Juan se sorprende. ¿Será ella?
La mujer se da vuelta, casi choca con Juan, que va de salida.
-Hola, ¿buscas a alguien? -dice.
-¿Ana? -pregunta Juan.
-Sí -responde ella.
Juan saca de su bolsillo el papel.
-Creo que esto te pertenece.
Al ver el diminuto mensaje, una creciente incomodidad invade el momento.
Rápido, lo guarda en la cartera, empujándolo bien al fondo, como si pudiera hacerlo desaparecer.
-¿Y la paloma? -pregunta Ana
-No sobrevivió -dice Juan
Ana lo invita a pasar. De manera imprevista, este desconocido está involucrado en algo muy personal. La casa huele a flores, el concepto abierto le permite ver cómo Ana prepara el café.
Hace mucho que no presta atención a la belleza femenina.
Ella vuelve con dos pocillos y los apoya sobre la mesa. Camina al ventanal y lo cierra. Está segura que no lo dejó abierto. Se sienta enfrentándolo y cruza las piernas.
Juan no puede evitar mirarlas.
-Contame, cómo fue que mi paloma terminó en tu casa y porque me buscaste
Juan le relata lo particular de ese domingo, las especulaciones y como decidieron que él fuera responsable de encontrar a la muchacha en peligro.
Ana ríe, ante lo gracioso de la situación.
-¿Te parece que estoy en peligro? -dice
-El contenido del mensaje es el de una persona que pide ayuda -dice Juan, avergonzado.
Ana se levanta y de la cartera saca el mensaje.
-Cuando leas este mensaje seguramente estaré muerta. Espero tu justicia. Te amo. Ana.
Esto es lo que ustedes leyeron.
-Mi gemela vive en la ciudad vecina, un par de kilómetros al oeste del puente. Desde niñas nuestro abuelo nos enseñó a mandar mensajes con palomas; una costumbre que deseamos conservar más allá de la comodidad que brinda la tecnología -dice agitando el celular.
-Seguramente, estaré muerta se refería a que tenía que presentar en la oficina un trabajo importante y por error le envíe al jefe otro archivo. Gracias a Dios, pude solucionarlo. Nada de qué preocuparse, Juan.
Miro el reloj, mi guardia empieza en un hora, tengo que irme.
Ana cierra la puerta, por la ventana ve a Juan subirse al auto.
Está levantando las tazas de la mesita cuando siente un fuerte tirón de pelo que la hace caer al piso.
Francisco, su ex pareja está en la casa.
En el suelo, recibe un par de patadas en la cabeza.
-Levantate, basura ¿Así que te mandas mensajes con tu hermana y tenés un machito que viene a defenderte? -dice, furioso, golpeándola con el puño cerrado en la cara.
Ana con la mano se limpia la sangre que le sale por la nariz y la boca, mientras se arrastra hasta llegar abajo de la mesa.
Él la toma de la remera, con tanta fuerza que desgarra la tela.
-Perdón, perdón, me porté mal -susurra Ana.
-Traeme una cerveza, puta de mierda, antes que me arrepienta y te mate.
Ana se levanta con dificultad y va a la heladera, aterrorizada, no quiere contradecirlo.
-No me gusta pegarte pero es la única manera que las perras como vos entienden -dice Francisco, mientras enciende la televisión.
Al verlo más tranquilo Ana le pregunta:
-¿Puedo ir al baño? me molesta la sangre en la cara.
-Dale andá.
Ana intenta tomar el celular que está sobre la mesa.
Francisco capta el movimiento, de un salto se abalanza sobre ella haciéndola caer sobre el sillón, con los puños comienza a golpearla, desgarra la piel, fractura huesos. Nunca para de golpear, ni siquiera cuando entra la policía.
Ana llegó a apretar el botón de pánico que le entregaron esa mañana.
"La guardia está tranquila", piensa Juan.
Suena el intercomunicador.
-Doctor, está llegando una paciente en estado crítico, es un caso de violencia de género.
Juan va a la sala de emergencias.
La mujer en la camilla está irreconocible, el rostro es un racimo de carne desgarrada. Los signos vitales están comprometidos, es evidente que tiene dificultad para respirar.
-Preparemos todo para intubarla antes que se comprometa más la vía respiratoria.
Juan separa la camilla de la pared para poder hacer el procedimiento.
-Enfermera ¿ya tiene el tubo orotraqueal con la medida que pedí?
-Sí, doctor
Antes de inducirla farmacológicamente en un coma, la paciente con un movimiento inesperado le coloca algo en el guante. En ese momento, el monitor lanza un sonido estridente, inconfundible, que indica que el corazón se ha descompensado.
Una línea plana en la pantalla revela lo peor, entró en paro cardiorrespiratorio.
Juan comienza con las maniobras de reanimación, compresión y descompresión en el tórax a un ritmo de 100 por minuto.
La enfermera se adelanta y carga en la jeringa las primeras ampollas de adrenalina a la espera que el doctor las solicite.
El caos se adueña de la sala y, en esos minutos que parecen horas, el monitor vuelve a ser protagonista.
Fibrilación ventricular.
-Desfibrilador cargando -dice un asistente.
La descarga eléctrica sacude el cuerpo de Ana. La arritmia continua.
-De nuevo, más potencia
-Todos atrás
La descarga no surte efecto. La arritmia se transforma de nuevo en una línea plana. El corazón sigue en paro.
-No responde doctor -dice la enfermera
Juan insiste con las compresiones manuales, no va a dejarla ir sin dar batalla.
-Adrenalina
-Compresiones 1, 2, 3, 4
Más adrenalina. Más compresiones. Así durante 40 minutos.
Sonia, la enfermera, compañera de tantas guardias, lo detiene.
-Doctor, la paciente se ha ido. Declare la hora de la muerte.
Juan, extenuado mira su reloj y dice:
-Hora de la muerte 23:45
Antes de salir del shock room, un pequeño papel en el piso llama su atención. Lo levanta. Es el que la mujer puso en su mano antes de descompensarse. Lo abre y lee:
"Cuando leas este mensaje seguramente estaré muerta. Espero tu justicia. Te amo. Ana".
Vuelve a la camilla, retira la sábana que cubre el cuerpo, intenta reconocer el rostro de Ana.
Al finalizar la guardia Juan se sube al auto, va a la ciudad vecina, un par de kilómetros al oeste del puente.
Mamá aparece con unas pizzas, papá apoya unas cervezas sobre la mesa de granito y aporta un dato revelador: "Ustedes eran chicos, por eso no se acuerdan de El Gallego, un amigo del trabajo, que trasladaron a Entre Ríos. Tenía un par de palomas mensajeras que usaba para comunicarse con otros miembros de la federación. Él me contó, que cada paloma lleva en su anillo un número individual de identidad. En letras, figura el país o las iniciales de la federación colombófila y en números, el año que se matriculó"