Uno de los verdaderos personajes que conocí absolutamente leal a sí mismo (la única lealtad valiosa, la que no trae sorpresas o desengaños) fue Héctor Ricardo García. Un personaje "dendeveras", de carne y hueso.
Uno de los verdaderos personajes que conocí absolutamente leal a sí mismo (la única lealtad valiosa, la que no trae sorpresas o desengaños) fue Héctor Ricardo García. Un personaje "dendeveras", de carne y hueso.
Hagamos un Ejército de Voluntarios para invadir Malvinas (no decíamos "las Malvinas"). Lo propuso y en la puerta de Azopardo y Garay, en Buenos Aires, en el edificio de cemento tan particular como era Crónica, en esa esquina de El Bajo, casi La Boca, antes de doblar para Avellaneda, o retroceder para Casa Rosada o, tal vez, al viejo Paseo Colón, en esa esquina (repito: Azopardo y Garay) puso la mesita, como las de café, las que nunca preguntan (según la verdadera historia de la amistad, la silla y los papeles que debían llenar o que llenábamos) y allí sí, sí, sí señor, estuve sentado frente a esa mesa algunas horas, anotando voluntarios. Más claro, una mesa y una silla donde se presentaban los que, voluntariamente, querían formar parte del ejército para Invadir Malvinas.
Dos preguntas traían los voluntarios hasta la mesa de reclutamiento. ¿No estaré demasiado "grande"…? Tengo un revólver viejo, ¿las armas las ponemos nosotros o las ponen ustedes…?
Al día siguiente la tapa de la edición matutina de Crónica era totalmente blanca y en mitad de la misma un aviso clasificado: Compro avión de guerra en buen estado…
Héctor Ricardo García ya había sido parte del Operativo Cóndor (secuestro de un avión, aterrizaje en Malvinas) no era un desconocido ni era secreto su nacionalismo. Aquello que aparentaba una broma tenía como General al General Otero (trayectoria en Boca Juniors) y como Sargento a "Ringo" Bonavena, que al igual que el General Otero aceptó sacarse fotos.
Bonavena, que daba vueltas en la redacción -para deleite de todos– decía "a este gallego, yo lo quiero, yo lo sigo…".
Escribíamos más que sus dichos, inventábamos diálogos, avisábamos el entusiasmo. Era una especie de juego, el resto de los medios miraba, entre risas y la admiración ante la locura; en muchos casos es la locura lo que se admira. Sucedía.
El aviso clasificado en tapa fue demasiado, se clausuró el diario ("con los milicos no se jode", nos decían los amigos) y tuvimos que salir, en igual formato, día, máquina impresora, con la marca "Ultima Hora".
Aquello de Bonavena soldado en la "causa Malvinas" fue impresionante en este punto: todos creían, todos querían, ése fenómeno colectivo ("Ringo") se trasladaba porque la excusa era aceptada como causa, como bandera, como integrante del propio imaginario. Va Ringo, voy con Ringo, las Malvinas son Argentinas.
El entusiasmo colectivo, más allá de la ignorancia científica para explicarlo con tal rigor, era visible. En muchos casos generaciones y generaciones de argentinos criados en escuelas donde escribían (escribíamos) las Malvinas son Argentinas eran la base del entusiasmo. Bonavena era un intuitivo. Estaba donde tenía que estar.
Héctor Ricardo García, a quien admiro, tenía ese "olfato" que supera el rigor de los que estudian "Periodismo". Otros tiempos. El estudio formal, terciario, el periodismo como carrera no ayuda a la admiración o, quizás, admirar no sea necesario, no se pueda, no aparezca el sujeto.
Cuando para el 18 de marzo el señor Presidente, Alberto Ángel Fernández, anunció que comenzaba la guerra contra la inflación pensé en "el Gallego" García. Apareció Ringo.
Fernández necesitaría un Bonavena. La guerra se nutre en estas personalidades de la épica que la vuelve diferente, que cubre su costado indescifrable (¿cómo descifrar, en las guerras/guerras, el afán de muerte, la necesidad de la matanza…?). En el caso de la Guerra contra la Inflación más claro todavía: hace falta un "Ringo" Bonavena que ayude a la sonrisa y cubra el costado sórdido y el peor: el ridículo.
Estamos encima del 20 de marzo y evocamos aquel del 2020 cuando empezamos la Cuarentena. Estamos con La Peste. Con Ginés González García avisando que era poco menos que una tontería. Estamos con el desequilibrio financiero tan, pero tan manifiesto, con la Guerra allá donde una invasión territorial pone las cosas en un punto cercano al no retorno y lo que eso significa.
Héctor Ricardo García, en su fenomenal modo "animal" de entender el show, el espectáculo, la noticia, la primicia, la trascendencia, sabía, doy fe de eso, que era parte del juego en que andaba: vender diarios, conseguir audiencia radial (Radio Colonia fue una señal única) y audiencia televisiva para su programa primero, su canal después. Creía en el mensaje como herramienta para comunicar. No estaba enamorado del mensaje, dominaba el secreto: todo para que quedes atado a mis mensajes, mis movimientos. Si logro sorprenderte logro desarmarte y que seas parte de mi juego. Esa es la llave de la comunicación y su Razón de Estado.
¿Lo sabrá Alberto Ángel…? Tengo un miedo, uno solo. Si, como "el gallego", entiende el juego, no hay problemas; fulbito para la tribuna, dejar hacer, dejar pasar, vamos que venimos…
Tengo un miedo, uno solo: ¿lo sabrá Alberto Ángel?... ¿Creerá seriamente en la guerra anunciada o es fulbito para la tribuna…?
Nunca, societariamente, he tenido tan clara la sensación de miedo. Si Fernández tuviese un "Ringo" Bonavena daría una señal clara de que es todo show y no una guerra a una palabra: inflación.
El presidente, su mensaje sobre la Guerra emprendida contra la inflación, necesita un escudero como Ringo y pensándolo bien, Dylan nunca será Rocinante; eso también es un problema.
Con Fernández el miedo es como decía Troilo de su vida y su barrio, nunca se va, "siempre está llegando".
Fernández necesitaría un Bonavena. La guerra se nutre en estas personalidades de la épica que la vuelve diferente, que cubre su costado indescifrable (¿cómo descifrar el afán de muerte, la necesidad de la matanza…?).
En el caso de la Guerra contra la Inflación más claro todavía: hace falta un "Ringo" Bonavena que ayude a la sonrisa y cubra el costado sórdido y el peor: el ridículo.