Lo veía por televisión y pensaba en el tango póstumo de Discépolo: Fangal. En esa letra tan descreída de la inocencia, esa aceptación: me pasa, me pasa porque uno lo sabe e igual sigue. Aviso: siempre pasa. Eso es Discépolo; uno que sabía pero no le importaba. Eso sí: lo contaba. Sus personajes describen la obligatoriedad del destino.
La primera estrofa dice: "Yo la vi que se venía en falsa escuadra, se ladeaba, se ladeaba, por el borde del fangal. Pobre mina que nació en un conventillo con los pisos de ladrillo, el aljibe y el parral. Alguien tiró la banana que ella pisó sin querer y justito, cuando vi que se venía, ya decúbito dorsal... me la agarré".
Discépolo habla de una relación que podría no haber sido pero que fue, que es. El texto sigue: "Fui un gil porque creí que allí inventé el honor. Un gil que alzó un tomate y lo creyó una flor. Y sigo gil cuando presumo que salvé el amor ya que ella fue quien, a trompadas, me rompió las penas. Ya ven, volví a la mugre de vivir tirao ¡Caray!...Si al menos me engrupiera de que la he salvao".
El remate, totalmente discepoliano no ofrece resquicios: "Esto dijo el "cusifai" mientras la "cosa" retozaba, retozaba, ya perdida en el fangal y él tomaba una ginebra desastrosa, entre curdas y malandras, en la mesa de aquel bar. Si alguien tiró la banana, él, que era un gil, la empujó, Y justito cuando vio que se venía, ya decúbito dorsal... se le prendió...".
Según los mas avezados sobrevivientes, este y otro tango que habla sobre Caín, los dejó inconclusos Enrique Santos Discépolo. Los Hermanos Expósito, Virgilio básicamente, junto con Homero, los terminaron.
Cuando Fernández, en su discurso, habló de su "porteñidad", con el orgullo del recién llegado, la imagen de Discépolo surgió nítida. Sus fantasmas rondaban ese recinto en el que -justo es decirlo- nunca homenajearon a Discépolo del modo absoluto que el artista tuvo con su amor, por el peronismo y las clases populares. Discepolín fue incondicional con algo tan explícito como "Mordisquito", que seguramente se reiría para cerrar, sobre Fernández, con lo suyo: …"a mi me la vas a contar...".
Sobre 1926 (falta tan poco para los 100 años) Enrique Santos Discépolo estrena en Montevideo, en el Uruguay, "Que vachaché", en una liviana comedieta. "El verdadero amor se ahogó en la sopa, la panza es reina y el dinero es Dios…". Eso dice la letra de aquel, su primer tango, que en otro punto advierte: "... vos parecés, haciendo el moralista, un disfrazao, sin carnaval". Tendría que revisar la foto de los participantes, pero tal vez no la precise, oigo las letras de Discépolo cantándose solas en el recinto.
El eje de su "porteñidad" en Fernández es raro, una contradicción muy notoria, como raro resultaba verlo exultante diciendo lo que dijo sobre la capital del país, advirtiendo que le va a quitar dinero para sus obligaciones como Estado, simplemente porque es de otro signo político. Es tan miserable que no hay modo de entender diferente la índole del enojo pese a que la pregunta es necesaria: ¿Si Buenos Aires tuviese un gobierno "peronista", sucedería…? No me pregunte sobre contrafactismo, apenas si soy periodista.
Donde la situación tuvo un vuelco, que considero peor que su contradicción sobre la Capital que el mundo admira y quiere visitar, es en el protocolo.
Fernández es el presidente de los argentinos, consagrado por el voto popular. La Democracia le otorgó el deber y el derecho de gobernar y por su intermedio todos somos gobierno (el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio… etc).
Si el presidente, cuando rinde cuenta de sus actos de gobierno y avisa qué hará, que de eso se trata la apertura de sesiones de ambas cámaras, se decide a responder a un Diputado -a uno solo- que desde luego interrumpe un discurso, altera el orden, le quitan calidad a la ceremonia (los dos) y redefinen sus roles: ya no es El Presidente, es un muchacho de tablón. Un Fernández contra un Iglesias. Frase va, frase viene. El barro del lodazal dejando marcas en la camisa, en el cuello, en los antecedentes, en el mensaje corporal, en las grabaciones, en la historia.
Detrás de Discépolo y su fantasma rondando la mesa frente a la que estaba sentado, junto a otras autoridades, que claramente convocaban a los versos ya transcriptos, faltaba redefinir para quien hablaba entonces.
Es Borges el que lo explica: "La tarde se había ahondado en ayeres, los hombres compartieron un pasado ilusorio. Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente". Habla de Buenos Aires, obvio.
Es todo tan claro. Si se vive en un fuerte, los que están adentro son todos iguales. Ayeres. Ilusorio pasado. Para que sea ciudad se necesita otra cosa, salir de esas cuatro defensas, enfrentar la calle, que aparecerá por esa razón, por la salida, y fabricará la vecindad, el Otro: la vereda de enfrente.
Hasta "mordisquito" sonreiría y le prestaría una resolución mucho mas hidalga, mas acorde a las circunstancias: "A vos te gusta otra palabra: la palabra opositor. Sos opositor porque te enamora el título de opositor… Yo no digo que un gobierno lo haga todo bien. No es humano. Pero que no haga nada bien tampoco es humano".
Sin entrar en el barro, Fernández, porque embarra su cargo.
El eje de su "porteñidad" en Fernández es raro, una contradicción muy notoria, como raro resultaba verlo exultante diciendo lo que dijo sobre la capital del país, advirtiendo que le va a quitar dinero para sus obligaciones como Estado
Un Fernández contra un Iglesias. Frase va, frase viene. El barro del lodazal dejando marcas en la camisa, en el cuello, en los antecedentes, en el mensaje corporal, en las grabaciones, en la historia.