El censo de mayo, con atraso (estaba programado para 2020) aquietó por unos días las cuestiones coyunturales, dejó en su domicilio a quienes no se pensaba encontrar… y allí estuvieron y quitó premura a las noticias. Con la polvareda aquietada se pudo ver el esqueleto que estaba detrás. Fue un momento. Algo es algo. Hasta se dio tiempo, la sociedad, para un juego. El supuesto es que presidente, gobernador e intendente esperen en su casa al censista y entreguen el código o contesten las preguntas. Já.
Nada más divertido que imaginar a cualquiera de los tres contestando en vivo las preguntas del encargado en cada domicilio. Que sucediese o no es algo que no le quita peso a la imaginación: un funcionario ejecutivo contestando las preguntas elementales. Cuántos varones, cuántas mujeres viven en esta casa, etc, etc.
Argentina se alejó hace tiempo de las cuestiones elementales. Hace pocos días un político uruguayo sostenía, al preguntarle sobre diferencias con Argentina: "En Uruguay hay respeto irrestricto a la división de poderes". Esa es una cuestión elemental. Hay otras.
Vamos con la más dura. Está claro que La Peste es mundial, como está más que claro que nadie sabía que llegaría y, por tanto, puso en un punto de crisis (igualitario) a todos. Nuestro punto de partida fue el 20 de marzo de 2020. Lo anunció el presidente. Nuestra peste tiene fecha de inicio, con uno o un millón de virus Covid-19. Peste aceptada por decreto.
No es el eje de esta reflexión, pero se impone recordar que el ministro de Salud de Argentina estaba fuera de cualquier información seria y que el ministro de nuestra provincia era un buen hombre acosado por el pánico y la angustia, y se volvió a Córdoba, donde reside desde hace algunos años. El encargado en Rosario ya estaba en funciones en Salud y se rodeó de buenos consejeros. La provincia encontró en la doctora Martorano una funcionaria muy eficaz.
La Nación, como la avasalladora provincia de Buenos Aires, anduvieron a los trompicones y tropezones. Contra una peste y su vacuna no cabía la militancia o sí, pero denunciaba – y denuncia – un sesgo asesino en quienes se paran, frente a una tragedia, con el eje en la acusación y no en el salvataje.
No es nuevo en Argentina acusar antes que salvar. Tal vez en estos dos verbos de primera declinación se encuentre uno de nuestros problemas de construcción. No tenemos como hecho "irrestricto" el respeto por el futuro: salvar, como la pasional vehemencia por la culpa: acusar. Así somos.
La Peste, que tanto sorprendió al mundo, puso en posición particular a los Ejecutivos. Debieron aprender a sobrevivir como personas y como funcionarios elegidos por el pueblo que, circunstancia, hombre y circunstancia, allí los colocó.
El encierro, la imposibilidad de los paseos, la recreación, los encuentros multitudinarios, las simples visitas de pocos o de uno en uno, diariamente y sin cesar, no existió. No hubo encuentros y comprendimos que La Peste fue una encerrona. Fue La Peste la que quitó la sábana y desnudó caracteres y personalidades que jamás se pensaban de ése modo. Desnudos y a los gritos en el Siglo XXI.
De cada uno de los poderes ejecutivos se conoció esa faceta: el pensamiento en soledad, el consejo de pocos y la emisión de palabras y palabras hacia un "afuera" que nadie conocía muy bien porque se insiste, nadie tenía experiencia de pestes.
Podrían tener conocimiento de la cárcel, tal vez alguno de la soledad de la minoría, otros la flexible cintura para adular, insultar y volver a adular, pero la verdadera catadura del pensamiento en soledad apareció ante lo visible, casi una contradicción: gobernando para muchos desde un pequeño cuartito, un teléfono y una comunicación virtual. Ya volveremos sobre lo visible y lo invisible.
La metáfora de "vivir dentro de un termo" no es rigurosa, ni de alto vuelo literario, sino ramplona, pero muy eficaz para explicar una parte de lo sucedido. Fernández, Perotti y Javkin debieron entrar en un termo con lo que eran y, poco a poco, aceptarlo, convivir con tal realidad. Y después emitir mensajes para los gobernados, los que confiaron en ellos, para terminar con este censo en mitad de La Peste, donde todo se reduce a cuántos somos y dónde vivimos sin que se pregunte -no se podría- a dónde vamos.
Vivir en un termo para el señor presidente trajo lo suyo. Desde incumplimiento de sus propias leyes hasta la excesiva oralidad, rayana en la verborragia, que llevó a que los periodistas cuestionasen / cuestionásemos (aburridos de la nada en los propios encierros) la increíble fragilidad de las convicciones de Alberto Ángel Fernández, porteño… y abogado.
Ahora agregó un yerro más, que ya no es circunstancial: Acusar a La Peste de todo lo plantado y pintado antes del 20 de marzo de 2020. El termo distorsiona el pensamiento racional y desata aquella furia por lo aleatorio que caracterizara a Tristán Tzara. En muchas ocasiones el Manifiesto Surrealista es la Biblia y el Calefón de la vocinglería de la Casa Rosada. Una vidriera irrespetuosa… y presuntuosa.
El discurso de diciembre del 2019 del gobernador fue uno. Contó las costillas del socialismo. Eligió confrontar, denunciando lo peor: la inseguridad. La vida es sorpresiva día a día.
Vivir en un termo para el rafaelino Omar Ángel Perotti se convirtió en el escamoteo de su base de sustentación: conversar mano a mano -en territorio- con habitantes de Malabrigo y Hughes. El escritorio tienta a los CPN (contadores) a "contar" porotos.
El encierro trajo recuerdos de lo que fue aquel peronismo de doce años atrás, antes de tres gobiernos socialistas con votos radicales e impronta personalista. Y la droga y la corrupción como escenario de sus actuaciones.
Pesaron aquellos recuerdos, muchos de ellos vencidos o superados (Siglo XX versus Siglo XXI) y es ese termo el que impidió ver que un ministro que patease un impresionante hormiguero sin polvos hormiguicidas eficaces haría que La Peste (mundial) con la suma de La Peste Estructural Santafesina (corrupción estructural, código narco, inseguridad urbana, violencia colectiva) traería un problema inatajable: el ministro era/es un soldado que había estado con los socialistas y ahora estaba con los peronistas. Llamativo, muy llamativo.
Tampoco se vencían estos problemas con bellos recuerdos del peronismo aquel… antes de Obeid. Menos en territorios provinciales con problemas nacionales. Con Perotti en la calle hubiese sido distinto, acaso. La Peste obligó al contrafactismo. No lo sabremos nunca.
Hay constancias de que Javkin se negó al termo que provocó La Peste, pero debió aceptarlo. Hay constancias de que se le pidió que denunciase el estado calamitoso en que se encontraba su territorio (Región Rosario) en diciembre de 2019. No lo hizo con todos los números y toda la vehemencia, y en marzo llegó el decreto de La Peste. Rosario no está bien y La Peste solo ha demorado que trascienda, pero el equilibrio está lejos.
La Peste atacó distinto a CABA y la provincia de Buenos Aires que a otros territorios. Desde la incidencia mediática a la positiva asistencia económica discriminada y discriminadora (las dos cosas) que se le dio. Parecía que había dos pestes. Y una pelea sobre las culpas de vacunas, escuelas, porcentajes de enfermos y muertos.
Rosario es territorio santafesino con alta influencia mediática de Buenos Aires. Altísima. Buena parte de la dirigencia mira Buenos Aires y sueña con el 3% de rating de algún programa político porteño. Se desviven por esas actuaciones, se esfuerzan por lograrlo, pagarían por esas invitaciones. ¡Ejem! Todos queremos esa audiencia que no vota en la provincia de Santa Fe, pero…
La Peste y El Termo. Hay otras dos cuestiones concurrentes al mismo tema. La oposición habitó en termos individuales, más chiquitos, con menos contenido. Ayudan al desconcierto.
Cristina, como el personaje de Saint-Exupéry, no vivió La Peste en un termo. Hace tiempo que vive en su propio planeta donde, como es obvio, lo esencial no es La Peste, el hambre, la Inflación, la guerra, la desocupación, el narcotráfico y ya se sabe: su cuestión esencial es invisible a los ojos. A nuestros ojos… dentro de nuestro termo, claro está.