En homenaje a Jacques Maritain, Gustave Thibon, Étienne Gilson, G.K. Chesterton; C.S Lewis; J.R.R Tolkien; Josef Pieper; Rafael Gambra y Leonardo Castellani.
Literatura universal / Protagonistas
En homenaje a Jacques Maritain, Gustave Thibon, Étienne Gilson, G.K. Chesterton; C.S Lewis; J.R.R Tolkien; Josef Pieper; Rafael Gambra y Leonardo Castellani.
En este mundo de las apariencias y de relaciones determinadas en buena parte por la utilidad, dice Aristóteles en el libro VIII "Sobre la amistad" de la Ética nicomáquea, que hay tres clases de amistad. La primera de ellas, aclara, se da por interés: "(…) los que se quieren por interés no se quieren por sí mismo, sino en la medida en que pueden obtener algún bien unos de otros". La segunda, sigue, es por placer: "Igualmente ocurre con los que se aman por placer; así, el que se complace con los frívolos no por su carácter, sino porque le resultan agradables. (…) Se aman por lo que es bueno o complaciente para ellos, y no por el modo de ser del amigo, sino por lo que le es útil o agradable. Estas amistades lo son, por tanto, por accidente, porque uno es amado no por lo que es, sino por lo que procura, ya sea por utilidad o placer. Por eso las amistades son fáciles de disolver, si las partes no continúan en la misma disposición; cuando ya no son útiles o agradables el uno para el otro, dejan de quererse".
En tercer y último lugar, tal cual destaca el filósofo estagirita, está la verdadera amistad: "(…) que es la amistad perfecta de los hombres buenos e iguales en virtud; pues, en la medida en que son buenos, de la misma manera quieren el bien el uno del otro, y tales hombres son buenos en sí mismos; y los que quieren el bien de sus amigos por causa de éstos son los mejores amigos, y están dispuestos a causa de lo que son y no por accidente; de manera que su amistad permanece mientras son buenos, y la virtud es algo estable". Precisamente, añade, sólo los buenos pueden ser amigos por sí mismos "en la virtud", mientras que los malos no se quieren por sí mismos, a menos que surja algún provecho o interés.
Algunos me llamarán iluso por considerar como amigos, en su tercera variante aristotélica, a quienes ya partieron a puerto seguro. Estos buenos y verdaderos amigos se conectan entre sí, no solo porque transitaron gran parte del siglo XX, sino porque profesaban la fe cristiana. Vivieron en tiempos, además, convulsionados por las guerras y el desánimo constante, como así también la vigencia del nihilismo en el plano de las ideas, lo cual conllevo, entre otras cosas, a la erradicación del pensar metafísico y de las cuestiones trascendentales. Sin embargo, ellos no se dejaron doblegar ante un mundo carente de luz sino, por el contrario, nos brindaron su llama interior para poder seguir iluminando nuestras vidas.
Estos enormes autores mantuvieron un espíritu sin igual que, a pesar de las distancias y diferencias geográficas como idiomáticas, poseyeron una semejanza que a decir verdad se traduce en un lazo invisible y misterioso; una suerte de hermandad que los mantuvo más que unidos y, sobre todo, los mantiene vivos en la actualidad. Espíritus que jamás perecerán a pesar que ya no estén con nosotros, pues entendieron el camino de la vida como buenos peregrinos o, en términos de Gabriel Marcel, fueron unos verdaderos "homo viator" en constante viaje y búsqueda hacia la meta suprema que no supieron someter los tiempos actuales, ya que entendieron que había algo más por lo cual luchar, contra todo lo inanimado de su tiempo.
Ya sea como filósofo, historiador, polemista, cuentista, apologista en lengua anglohablante, francoparlante, germanoparlante o hispanohablante, han servido y transitado un único camino que los mantuvo gran parte de su vida focalizados en una tarea que escapa a todo interés vacío e intrascendente. Ellos intentaron, justamente, hacernos vivir para un propósito mucho más grande, lleno de luz y esperanza, ante la sombra del mundo y los tiempos presentes.
En este sentido, me es humanamente imposible conocer en detalle la profundidad del pensamiento y obra de los autores que se nombran al comienzo. Ya sea por mi juventud, ya sea por los deberes de la vida diaria o quizá su grandeza sea tan inmensa que ni arribó a su gran magnanimidad; ni tampoco me animo a ser un representante de tan digo pensar, aún más por mi falta de virtudes en la vida. Sin embargo, si coincido en captar una esencia que, ciertamente, no es de este mundo, porque ellos volcaron su mirada a develar un cielo y, consecuentemente, penetraron con su sabiduría y contemplación a un Dios que, difícilmente, se deja ver en el plano del pensamiento en estos días. Allí radica la enorme virtud de estos pensadores que hicieron de su vida una empresa en torno a la búsqueda de la verdad.
Según G.K Chesterton: "El bien no está en encontrarnos con nuestros amigos, sino en haberlos encontrado". Mientras que J.R.R Tolkien asegura que "es una gran bendición tener amigos inoportunos y decididos que no le permiten a uno sumirse en un silencio permanente". A su vez, Jacques Maritain expresa: "La esencia de la amistad está en la benevolencia que va hasta el sacrificio de sí mismo por el amigo. Dios nos ama con amor de amistad subviniendo a todas nuestras necesidades y muriendo por nosotros en la Cruz".
Gustave Thibon, por su parte, dice: "El ser mediocre acepta de buen grado los términos medios en el amor o la amistad. No necesita para amar de una estima, de una transparencia totales y recíprocas, de un don de sí sin reserva: sus más caros afectos van impregnados de cálculo y de desconfianza; siempre llevan consigo puertas de escape. Por otra parte, se complace en esas medias tintas y no desea otra cosa. La señal de un alma grande, por el contrario, es el sentir la asfixia en esas relaciones medidas, reticentes y estancadas".
Dice C.S Lewis: "La amistad es innecesaria, como la filosofía, como el arte, como el universo mismo, porque Dios no necesitaba crear. No tiene valor de supervivencia; más bien es una de esas cosas que le dan valor a la supervivencia". Y para Josef Pieper, "la amistad necesita tiempo, se dice en él". Normalmente, continúa Pieper sobre la amistad, "no prende tampoco a la vista de otra persona, sino al sorprenderse de que, de pronto, ha aparecido alguien que 've las cosas igual' que nosotros y del que uno dice gozoso: ¡es bueno que existas!".
Rafael Gambra aclara: "La entrega en el amor humano o en la amistad es, asimismo, el fruto maduro de una lenta conquista del alma y del corazón. Por esta resonancia conceptual se suele oponer tradición a toda mutación violenta de lo que es interior o natural, eminentemente a la idea de revolución, que connota ruptura con el ayer, forzamiento del acontecer. Esta especie de donación o entrega que la vida otorga al hombre en el proceso de su propia maduración es lo que puede reconciliarse con el paso inexorable de la vida, librándolo de la extrañeza o de la angustia hacia retazos dispares o inútiles en el propio pasado. La vida paga por lo que de ella recibimos como fruto maduro de nuestro propio esfuerzo y entrega: el mundo circundante se hace nuestro y amable en la misma medida en que devuelve nuestro esfuerzo y nuestro amor en una tradición que lo penetra y transfunde".
Finalmente, Étienne Gilson dice: "Los dos fundamentos de la sociedad son la justicia y la amistad, porque sin justicia la amistad está ciega, como sin amistad la justicia es estéril. De esas tres proposiciones, ¿hay alguna que haya dejado de ser verdadera, siquiera por un momento, durante los últimos veinticuatro siglos? Por eso, si nuestros contemporáneos nos fallan, busquemos en el pasado el maestro que necesitamos. Ninguna relación inteligible entre dos términos pertenece para siempre al pasado; cada vez que se la comprende, está en el presente".