Viernes 30.8.2024
/Última actualización 23:28
"El peor analfabeto es analfabeto político. Él no oye, no habla ni participa en los acontecimientos políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los frijoles, del pescado, de la harina, del alquiler, del calzado y de las medicinas dependen de las decisiones políticas" - Bertolt Brecht.
Hace poco más de un año leí un artículo de la BBC Mundo que me llamó muchísimo la atención y del cual voy a tratar de reordenar y recordar algunos conceptos. El artículo en cuestión trataba sobre la etimología de la palabra idiota. La génesis de la palabra "idiota" proviene del griego "idiotes" y lo curioso es que no tenía ningún sentido negativo o insultante como sí lo tiene en el presente; ni siquiera aludía a la inteligencia de otro individuo o la de referirse hacia otra persona de manera despectiva y hasta con cierto desprecio, como sí sucedió cuando pasaron los siglos, donde en algún momento su significado fue mutando en el uso y la interpretación. La palabra se utilizaba en la antigua Grecia para designar a aquellos ciudadanos comunes que no actuaban en la vida social o política. Para los Griegos, que le daban mucho valor e importancia a la participación social y cívica, aquellos ciudadanos que no se interesaban en los asuntos públicos y que se mantenían al margen de las decisiones de aquella incipiente democracia griega, que se mantenían ignorantes y abandonados al desinterés de la cosa pública, eran idiotas. El excelente artículo publicado por la periodista Dalia Ventura desarrollaba entre otras cosas la necesidad de algunos autores de devolver a la palabra idiota su significado original. Algo que aquí en la Argentina sería muy difícil de imponer porque tendríamos que cambiar toda nuestra estructura de pensamiento e idiosincrasia. Idiota para nosotros - cuando es utilizada peyorativamente - es lisa y llanamente la palabra "boludo" esa palabra tan argentina que hace que en todo el mundo hispano parlante se nos define y nos identifica como tales: "Argentino boludo" es el primer chiste que nuestro extranjero interlocutor profiere casi automáticamente después de nombrar a Messi y/o Maradona y que es algo así como la principal característica que hacen a la esencia imperturbable e inmanente del ser argentino.
Independientemente de la elasticidad en el uso de la palabra boludo, que se adapta al significante y al tono de quien la dice, de ninguna manera deberíamos descartar el contexto en donde se aplica. Sin embargo, la palabra idiota va más allá, pues la connotación siempre será negativa, ignorando la etimología y el primer significado de la misma. Decime boludo, pero no me digas idiota.
Dice el diccionario sobre la definición de la palabra manso: De naturaleza apacible y tranquila, sosegada. Y la visión católica de la palabra mansedumbre nos dice que es la virtud que modera la ira y sus efectos desordenados. Es una forma de templanza que evita todo movimiento desordenado de resentimiento por el comportamiento de otro.
El título del texto de hoy pertenece a una canción que el cantante Piero usaba para cerrar los recitales allá por 1982/83, momentos en que la música argentina comenzó a llamarse rock nacional. Tiempos en que todos nuestros artistas volvían del largo exilio y con las energías renovadas de saber que de un momento a otro iba a florecer la tan ansiada democracia, de una vez por todas y para siempre. La letra de la canción es sencilla y llena de esperanza y nuevos bríos ante el futuro que se aproximaba; cantada con cierto sesgo de tranquilidad opiácea, Piero y su banda nos arengaba a estar mansos y tranquilos porque todo lo bueno estaba por llegar, y que era alto, brillante y lleno de buenas ondas. Eran los albores de nuestra nueva democracia y nuestra gente, la totalidad de la población, no importaba si era niño, joven o un viejo, estaban inmersos e involucrados en los nuevos vientos de la Argentina que se venía. En mi mirada de pre adolescente todo era una fiesta, todo se vivía con una gran intensidad, no importaban las banderas, las plazas y los estadios se llenaban con cualquier candidato a presidente. La pasión y la alegría era la moneda corriente. La política venía cargada de buena onda, los políticos eran admirados y cercanos a la gente. La televisión ya era en colores y las boinas, las manos cruzadas, los dedos en V, y todas las banderas, todas, flameaban orgullosas en aquellos que las portaban, niños a upa de sus padres, abuelos de desdentadas sonrisas, madres embarazadas, ansiosos adolescentes, jóvenes enérgicos. En aquel 1983 todos tenían un lugar para ser felices. Hace poco más de 40 años atrás, nadie era un idiota.
La realidad de éste año que ya pasó más de la mitad, es otra. Quedan en el recuerdo los deseos de unas felices pascuas porque ya la casa estaba en orden. La sonrisa amplia coronada de tupidas patillas que nos decía sin atisbo de vergüenza y secretas intenciones que no nos iba a defraudar. La televisión nos mostraba como un perdido presidente de sonrisa fingida intentaba forzar esperanza con el pavor indisimulable en la mirada de que era lindo dar buenas noticias y que en prácticamente uno días después el país se incendiaría en cada rincón. Pasaban presidentes a cada hora y se plantaba el cabezón mintiendo a cada ahorrista que lo que habían depositado, era lo que iban a recibir. Patacones por el trasero y a llorar como Cavallo. Pasaba el ignoto sureño que demostraría que se necesitaba más de dos puntos de vista para gobernar y dejó en la continuidad del poder a la que representaría el poder frente a los poderosos y que dividiría como nunca a un país que devengo en ellos y nosotros. Tal es así que la palabra grieta se instaló como una gran cicatriz que no tiene miras a cerrarse. Y fue tan grande esa lastimadura en el medio de la sociedad, que el presidente ojos de cielo dio una conferencia visiblemente perplejo, ofuscado y madrugado de se enojó con los argentinos que habían votado en contra de su gestión en aquellas P.A.S.O. del 2019. Pasó el gran verso argentino, de prominente bigote y profundas ojeras (no por gobernar seguramente) indescriptible en su dañino temple y su inocua personalidad actuada.
La historia nos trae al fin a este personaje foráneo de la política, que, a sabiendas de su actuar, no le interesa más que el déficit cero. Ni la política ni el bienestar social le afecta en los más mínimo. Sólo los números, fríos, de planilla. A decir de los griegos…
No seamos idiotas… o la variante tan argentina de la que venimos hablando en este texto.