Santa Fe cumple 450 años. Hasta aquí tiene un importante pasado verificable; enfrente, adelante, un futuro incierto.
Santa Fe cumple 450 años. Hasta aquí tiene un importante pasado verificable; enfrente, adelante, un futuro incierto.
Conocemos, al menos a grandes trazos, con la ayuda de actas capitulares, crónicas de época, versos épicos, cartografías y restos materiales, topónimos y memorias transmitidas de generación en generación (con sus inevitables deformaciones), el itinerario histórico de la ciudad y su jurisdicción originaria.
Sabemos de modo aproximado que la gesta fundadora Juan de Garay, y sus 76 compañeros de aventura, la mayoría criollos y mestizos, fue, en rigor, una mezcla de aventura y plan geopolítico. Alguien podría calificar a este concepto de pretencioso. Pero sólo expresa con palabras actuales un propósito claro de ocupación de las cuencas media e inferior del río Paraná y el estuario del Plata, abandonados por España luego de la defección de Pedro de Mendoza en 1537, un año después de fundar el puerto y fuerte de Santa María del Buen Ayre.
Cabe recordar que el primer adelantado del Río de la Plata, nacido en una familia noble de la Guadix andaluza, decepcionado por los fracasos de la expedición y consumido por el "morbo gálico" contagiado en Europa, se embarca de regreso a España y, durante la travesía, muere ese año en alta mar amortajado por las aguas del Atlántico.
El incendio del fuerte del Buen Ayre por una confederación de tribus encabezada por los querandíes, así como la consiguiente matanza de españoles, replicaba el antecedente del fuerte de Sancti Spiritus, levantado por Sebastián Gaboto en la desembocadura del Carcarañá, en 1527, y aniquilado por los timbúes y aliados en 1529.
De manera que cuando Garay decide organizar la expedición fundadora de la futura Santa Fe, hacía más de treinta años que los sobrevivientes del Buen Ayre habían arraigado aguas arriba, en la ciudad de Asunción, donde habían pervivido merced a los acuerdos establecidos por Domingo Martínez de Irala con jefes guaraníes de esa región, acuerdos rubricados con la mezcla de sangres que llevarán en sus venas muchos de los mancebos que, en 1573, acompañarán a Garay en su expedición aguas abajo.
Sabemos que, en ese recorrido, antes de continuar su exploración al sur con la mira puesta en los restos de Sancti Spiritus, el capitán vizcaíno estableció un campamento a orillas del río de los Quiloazas, unos 80 kilómetros al norte de la actual Santa Fe. Y a él habrá de volver, para convertirlo en ciudad, urgido por un litigio territorial con Jerónimo Luis de Cabrera, gobernador del Tucumán y fundador de la Córdoba reciente, que terminaba de señalar las ruinas del fuerte de Gaboto como lugar de emplazamiento del puerto de San Luis para darle salida fluvial a su gobernación.
La historia, como tantas otras veces, parecía jugar a los dados con las expectativas de los conquistadores, compelidos a adaptarse sobre la marcha a las contingencias que se les planteaban. Para frenar el avance de Cabrera, Garay invoca la jurisdicción de Juan Ortiz de Zárate, tercer adelantado del Río de la Plata, que navegaba desde España, ya próximo a la desembocadura del gran río en el Atlántico. Y vuelve con rapidez al lugar del campamento para convertirlo en ciudad mediante los rituales de ley, la creación del Cabildo y la designación de sus autoridades. En suma, pasos formales relevantes para sostener en Lima los títulos de la jurisdicción de la flamante Santa Fe frente a las pretensiones cordobesas.
Si los acontecimientos que rodean el tramo final de la elección presidencial de estos días nos sumen en abismos de incertidumbre, para mitigar sensaciones negativas es bueno pensar que el momento de nuestro origen institucional fue traumático respecto de los propósitos que alentaba la mesnada fundadora. Y decepcionante para Garay y Cabrera que veían romperse sus respectivos planes primeros.
Para Santa Fe, superada la crisis territorial en la Real Audiencia de Lima, los tiempos siguientes no serían mejores. La ciudad y su jurisdicción habían salido mejor paradas del litigio, pero la localización urbana, bajo asedio indígena y rodeada de una naturaleza que dificultaba los caminos del comercio por tierra, complicaba su evolución. Por eso, 76 años después de fundada habrá de activarse la previsión de su traslado, que culminará formalmente en 1660, 87 años después de su implante en tierras de calchines y mocoretás.
Pero los problemas no terminarán con la década de esforzados trabajos que insumirá la mudanza. En las primeras décadas del siglo XVIII, la ciudad volverá a enfrentar graves peligros por las invasiones de tribus guaycurúes, al punto que volverá a evaluarse su abandono. En 1739 se consigue el otorgamiento de la función de "puerto preciso" por la Real Audiencia de Charcas, convalidada en 1743 por la Corona española. Ese privilegio (puerto exclusivo para las mercaderías procedentes del Paraguay), concedido para sostener su condición de ciudad de frontera y antemural defensivo de la ciudad de Buenos Aires, la estabiliza en el sitio actual.
Sin embargo, en 1780 el virrey Vértiz suspende la preferencia portuaria y hunde a Santa Fe en una crisis profunda en la que pierde gran parte de su población y sectores clave de sus producciones artesanales, como las de carretas y astilleros fabricantes de embarcaciones. Dos años después, el funcionario real separa de su jurisdicción buena parte de la actual provincia de Entre Ríos. La catástrofe es amortiguada por despliegues comerciales a escala subcontinental de parte de empresarios como Francisco Antonio Candioti y Bartolomé Diez de Andino.
A ellos, en las primeras décadas del siglo XIX, se sumará la fuerza política y la astucia militar del brigadier general Estanislao López, que pondrá a Santa Fe en el centro del convulsionado escenario de provincias autonomizadas y en frecuente guerra civil. Será también el incuestionable pionero de la Organización Nacional, el principal inspirador del Pacto Federal de 1831, considerado por diversos historiadores como un ensayo protoconstitucional.
Ese propósito tomará forma en el texto aprobado en la ciudad de Santa Fe por el Congreso General Constituyente de 1853, perfeccionado siete años después en este mismo lugar por la convención reformadora de 1860 que reincorporó a la escindida provincia de Buenos Aires al cuerpo de la Nación Argentina. El país quedaba constituido como moderno Estado de derecho. Esa tradición es la que hoy custodia y difunde el Museo y Parque de la Constitución Nacional, reservorio contemporáneo de nuestra historia constitucional y del valor de la ley como cauce de una convivencia fructífera.
Pero los objetivos de la institución no se agotan en la preservación de un pasado que, en su desarrollo, tuvo que sortear reiterados y trágicos desencuentros. Es un proyecto en curso, abierto a los desafíos del futuro, a cambios vertiginosos y profundos, nacionales, regionales y globales, que requieren a cada paso respuestas condignas. Tenemos a favor, como sólido basamento, un activo histórico incomparable. Y la voluntad de potenciarlo cuanto se pueda para que sus irradiaciones alcancen a la Argentina toda.
(*) Presidente de la Asociación Museo y Parque de la Constitución Nacional.
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