El denominado "Pacto de las Catacumbas", firmado hace cincuenta y nueve años por cuarenta obispos de varias partes del mundo, entre ellos cuatro argentinos, fue el cimiento del camino pastoral de Latinoamérica. Las catacumbas fueron durante los primeros siglos del cristianismo lugares de encuentro clandestino de los creyentes, que eran perseguidos por el imperio romano a causa de la fe. Era espacio de sepultura de los mártires. Allí se reunían y celebraban la Eucaristía. A nosotros nos puede sonar a algo tenebroso y que provoca miedo; a ellos les resultaba un lugar amigable y seguro.
A pocas semanas de concluir el Concilio Vaticano II en Roma, el 16 de noviembre de 1965, en la Catacumba de Domitila, se congregó un pequeño grupo de obispos en relación a los 2.500 que estaban participando de las sesiones conciliares. No quisieron realizar un gesto público y notorio que los distinguiera de los demás, sino un sencillo compromiso entre ellos delante de Dios y sobre las tumbas de aquellos que habían defendido la fe hasta dar la vida.
Se habían conocido durante las sesiones de trabajo del Concilio. Otros habían transitado un camino por compartir encuentros en el CELAM, creado en 1955, o habían participado de estudios académicos en universidades de Roma. Este pacto (compromiso) fue firmado por cuarenta obispos de todo el mundo. De América Latina eran veintiséis, entre los cuales cuatro eran de Argentina. Poco tiempo después lo firmaron cerca de quinientos obispos más que, al enterarse, quisieron adherir a la iniciativa.
Tanto el gesto como el contenido incidieron en estilos de vida de los obispos y en opciones pastorales reflejadas en 1968 en la asamblea de obispos de América Latina en Medellín, Colombia. De Argentina firmaron: Alberto Devoto (obispo de Goya), Vicente Faustino Zazpe (obispo de Rafaela), Juan José Iriarte (obispo de Reconquista) y Enrique Angelelli (obispo auxiliar de Córdoba).
Los firmantes asumieron el compromiso de "vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción". Y por eso explicitan: "Renunciamos para siempre a la apariencia y la realidad de la riqueza, utilizando vestimenta sencilla y descartando el uso de símbolos con utilización de metales preciosos (oro, plata, etc.)".
Además, se propusieron delegar la gestión de los asuntos económicos a los laicos, para "ser menos administradores y más pastores y apóstoles". También expresaron: "Rechazamos que nos llamen con nombres y títulos que expresen grandeza y poder (eminencia, excelencia, monseñor). Preferimos que nos llamen con el nombre evangélico de 'padre' (…)".
"Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc., al servicio apostólico y pastoral de las personas y de los grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, estar cerca de los pobres", agregan. Otro punto importante es el que llama a "transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia", que logren transformar las estructuras de injusticia de la sociedad. El texto completo (tiene trece puntos en dos páginas), para rezarlo y meditarlo, está en Internet como "Pacto de las Catacumbas".