Nos escribe Nicolás (56 años, Saladillo): "Buen día Luciano, te escribo para saludar por las fiestas y agradecerte tus textos, me hicieron mucha compañía en este tiempo y por eso quería pedirte una reflexión para el 2023, que va a ser muy complicado para mí por una cuestión de salud que tengo que atravesar. Estoy en tratamiento, soy consciente de que tengo que tener paciencia, igual a veces me cuesta; ya poder decirlo es un alivio, ya no estoy triste ni enojado, pero igual se hace difícil. Te agradezco mucho, cuando te leo siento que es como si habláramos".
Querido Nicolás, nunca nos vimos personalmente y, sin embargo, hablamos. Este es el misterio de la palabra, que comunica a pesar de la distancia y el tiempo. Qué distinto que es cuando leemos algo para entender lo que dice y cuando un texto nos habla. Te vas a reír, pero a mí me pasa con dos escrituras: la Biblia y los textos de Freud.
Es asombroso cómo la lectura puede llegar a lo más íntimo de nuestro ser y ahí quizá es que comienza una nueva relación, ya no tanto con el sentido de lo escrito, sino con la voz que se abre camino a través de lo dicho. Ahí ya no importa si estamos de acuerdo o no, porque no leemos de manera literal, como si buscáramos una escena en la imaginación, sino que se trata de encontrarnos a nosotros mismos.
Es lo que ocurre también con algunas canciones, a cuyas letras no les prestamos mucha atención, pero lo que dicen nos llega profundamente. Por ejemplo, una canción que dice "Te tengo bajo la piel" puede ser que no nos diga nada desde un punto de vista exterior, pero si nos adentramos en la imagen, si la encarnamos, más allá de la adecuación metafórica, está el sentido comprensivo y sensible; es decir, la sensación.
El ser humano es el animal que puede desarrollar su sensibilidad, que puede hacer que su capacidad de sentir se amplíe y le permita volverse más profundo para sí mismo. Esto no depende de su inteligencia. Las máquinas hoy son más inteligentes que los seres humanos, sin que eso las haga más sensibles. Al contrario, incluso si pensamos en lo que vino ocurriendo en estos años cuando las máquinas reemplazaron a las personas en algunas tareas, podemos decir que hasta los humanos nos robotizamos un poco y perdimos muchas capacidades para la interacción y para vincularnos.
Me decís, querido Nicolás, que vas a tener un 2023 complicado. Lo primero que pienso es que me alivia a mí también que la enfermedad no te haya quitado sensibilidad y que haya pasado ya el tiempo del enojo y la tristeza. Más allá de una enfermedad orgánica, creo que es posible pensar muchos de nuestros procesos anímicos como enfermedades, porque son acaso la ocasión de poder hacer una experiencia diferente con nosotros mismos.
Valoro que digas que tenés que atravesar algo; si me permitís, te diría que creo que ese es el lugar que nos toca en esta tierra, el de transitar, independientemente de lo que cada uno crea que hay al final del camino, porque lo cierto es que no podemos dejar de caminar, que no es otra cosa que no quedarnos siempre en el mismo lugar. Eso es lo que ocurre con el enojo, que no hace más que atornillarnos en el mismo sitio, aunque también a veces es necesario para tener una fuerza para ir en otra dirección. Si el enojo es para caminar, bienvenido, pero que no sea para quedarse enojado.
Lo mismo ocurre con la tristeza, que nos despierta a nuestra interioridad y da la ocasión de pensar mejor el proceso que estamos viviendo, o de ver en qué anda el otro más allá de lo que pudimos haberle proyectado. A esta altura, Nicolás, te cuento que suelo pensar que todos estamos enfermos, que todos nos tenemos que curar de algo y que lo importante es vivir con la enfermedad que nos tocó vivir, sin identificarnos con ella como si fuera nuestro ser.
Estamos enfermos, no somos la enfermedad. Lograr entender de manera sensible esta distinción creo que es lo que vos llamás "paciencia", como grado máximo de la conciencia. Esta no consiste en saberlo todo, en conocer la causa de las cosas, en gobernarse a uno mismo o el mundo que nos rodea, sino que somos conscientes para conocer nuestra ignorancia y la necesidad que tenemos de crecer, a pesar de los años transcurridos.
Querido Nicolás, yo no puedo desearte que no te pase algo que te pasó. No quiero decir ninguna de las fórmulas vacías que se dicen en estas circunstancias. También sé que nadie le puede llevar la cruz a otro, salvo un ratito. "Si hice más liviano el peso de tu cruz", dice una canción de Fito que me gusta mucho. De lo que estoy seguro es que esto no se consigue con falsas invocaciones al "Va a estar todo bien".
Querido Nicolás, solo puedo decirte que espero que vivas tu vida con la seguridad de que es tuya, que ese es tu máximo bien y que no te pertenece para más que llegar a ser vos mismo al cabo de un camino que no estaba escrito, quizá sí señalado. "Si mis palabras te pudieran dar fe (…) yo sería tan feliz", dice una canción de Charly, pero la fe se descubre a solas, en esos momentos en que no nos tenemos más que a nosotros mismos.
Pensar con sentido no es inteligencia, sino una forma de la sensibilidad. Hay cosas a las que podemos llegar con el pensamiento, pero también hay otro modo de acceder al sentido, que es la oración. Hasta aquí lo que puedo decirte con el pensamiento, en lo que sigue rezaré por vos y por quienes están tristes y se sienten solos. Te invito a que vos también lo hagas, ya que todo el mundo necesita piedad cuando un año nuevo comienza.