Por Damián Leandro Sarro
Las tensiones en la tríada madre-hijo-nuera, la muerte de su madre en junio de 2016 y las sesiones con su analista constituyen el principal combustible en este viaje analéptico.
Por Damián Leandro Sarro
La novela de Edgardo Kawior (Bs. As., 1973), psicoanalista, productor y director de teatro y tallerista de escritura, nos ofrece -por su misma naturaleza polifónica- varias puertas de acceso: la lectura lineal de la autobiografía, la del paratexto, la psicoanalítica y la del relato testimonial, entre otras alternativas. En sus páginas se despliega un tejido textual -si se acepta el pleonasmo- sustentado en una hibridez narrativa que pivota entre lo textual y lo paratextual: la potencialidad semántica del título, además del diseño de tapa, se ve acompañada por disposiciones gráficas de páginas con otro tamaño de fuente que, más allá de resaltar su contenido verbal, pretende explicitar una intencionalidad narrativa funcional para el desarrollo de la diégesis novelística.
La novela apela, desde su comienzo, a una conjunción entre flashes narrativos -tipo postales fotográficas- y el ejercicio de la memoria en el proceso de reconstrucción de la historia: una analepsis -o flashback- que hilvana acontecimientos y etapas en la vida del narrador -Edgardo- desde su infancia hasta la cuarentena ocasionada por la pandemia del 2020; este aspecto no es casual si se aprecia la cantidad de veces que aparecen «historia» y «memoria», un binomio interpretativo diseminado en la novela. Esta se representa como una caja polifónica ideada ad hoc para depositar -purgar- retazos de la subjetividad del narrador-autor, quien confiesa que ante la pantalla "no hay nada más fuerte que la experiencia de estar construyendo con palabras una cantidad de situaciones, escenas, diálogos, encuentros entre personajes" (p. 181) que van tejiendo la(s) historia(s) de su familia, aunque el eje novelístico gira en torno a la presencia-ausencia de su madre y las tensiones parentales derivadas por la no-aceptación de Eva Gómez, su novia y futura esposa no judía, "Mami, ¿por qué nunca me dijiste que Eva no te gustaba porque era goie?" (p. 19), interrogante que condiciona casi existencialmente la relación madre-hijo; así, la novela podría leerse como "la historia de una madre judía. La historia de una madre amorosamente jodida" (p. 19).
Las tensiones en la tríada madre-hijo-nuera, la muerte de su madre en junio de 2016 y las sesiones con su analista constituyen el principal combustible en este viaje analéptico. Según las puertas de acceso como claves de lectura, se presenta la autobiografía en la exploración -¿reflexión?- de la intimidad personal y familiar, circunstancia que lleva al narrador a confesar: "Nunca tuve un diario íntimo, quizás por eso estoy escribiendo esto ahora" (p. 175); asimismo, la relación del narrador-paciente con el analista en su búsqueda de respuestas no produce más que nuevas preguntas: "¿Cuál será la forma de un relato autobiográfico? […] La novela edípica del neurótico, porque -más que familiar- el asunto acá tiene que ver con la imposibilidad de ser el gran amor de mi madre y con no haber podido lograr que ella aprobara a Eva" (p. 53).
La construcción subjetiva del narrador-autor se realiza, en parte, gracias a la mirada y al reflejo que se genera en el otro y en sí mismo: "Miro en el retrovisor al pendejo caliente que fui y pienso en las teorías psicoanalíticas respecto a la libido" (p. 35). Aquí puede leerse intertextualmente con la idea de «antropología especulativa» de Juan José Saer sobre la ficción: esa interpretación del hombre desde el speculum en su proceso de identificación y proyección hacia sí mismo y hacia los otros. Kawior, sin proponérselo, tensiona dos de los postulados saerteanos sobre la ficción: por un lado, en la dicotomía objetividad-subjetividad, ya que su trabajo narrativo autobiográfico no se deja catalogar dócilmente en la non-fiction, esa "multitud de géneros que vuelven la espalda a la ficción […] deben suministrar las pruebas de su eficacia" (Saer, 2004: 11), sino que potencia la ficcionalización de la memoria en un entramado donde se nutren la confesión, la referencialidad externa y cotidiana, la intimidad, el trauma y el desahogo; por otro lado, La madre jodida juega con el barómetro de la verosimilitud y apela, también sin proponérselo, a la siguiente premisa de Saer: "El rechazo escrupuloso de todo elemento ficticio no es un criterio de verdad […] es la verdad como objetivo unívoco del texto y no solamente la presencia de elementos ficticios lo que merece, cuando se trata del género biográfico o autobiográfico, una discusión minuciosa" (2004: 10), a lo que Kawior escribe "Si la mentira se transforma en verdad cuando alguien la cree, las palabras trascienden sólo si producen efectos en quienes las leen, resonando como voces de otros que se confunden con la propia" (p. 220).
En este punto se aprecia una disolución explícita entre el yo-narrador y el yo-autor que, desde lo autobiográfico, conforma un espacio intertextual de constante metamorfosis; tal como sostiene Saer, la objetividad propia de quien pretende contar una vida "a medida que avanzamos en la lectura […] va entrando en el aura del biografiado, asumiendo sus puntos de vista y confundiéndose paulatinamente con su subjetividad" (2004: 9). Kawior lo confiesa sin reparos: "comprendió, en las diferentes instancias que conforman la experiencia fascinante del escritor, que cuando encarna al narrador -igual que el analista- debe preguntar como un idiota y no temer a ocupar el lugar del hazmerreir" (p. 220). Puede percibirse un desprendimiento del yo-narrador hacia un yo-lector que, gracias a su lectura global del texto, interpreta la novela como un ars, como una habilidad, como un artificio -en el mejor sentido formalista- para resolver sus traumas personales, La madre jodida "ha sido mi artilugio para terminar la fiesta en paz" (p. 221); esta clave de lectura puede verse como un procedimiento transferible para todo lector que se identifique con las complejidades parentales que propone Kawior, cuestiones que, en suma, constituyen tópicos para el abordaje de problematizaciones familiares y para la invitación a la lectura, objetivo que se propone esta reseña.
Las tensiones en la tríada madre-hijo-nuera, la muerte de su madre en junio de 2016 y las sesiones con su analista constituyen el principal combustible en este viaje analéptico.