Verónica Kern y José Pensiero
Verónica Kern y José Pensiero
Los árboles dan vida. Su función en el ambiente es primordial. Su rol en la vida del hombre, también.
Como obras perfectas de la naturaleza, con sus procesos y sus estructuras, sostienen la vida del planeta. Sus estructuras, tronco, ramas, hojas, flores, frutos, son notables y evidentes. No sucede lo mismo con sus procesos. Éstos existen, pero no se ven. Será por eso que, a veces, suelen olvidarse. A estos procesos benéficos se los llaman servicios ambientales. Servicios que los árboles nos dan gratuitamente, con su sola existencia. En este día, resulta oportuno recordar cuáles son esos beneficios.
Atrapan el carbono del aire y lo incorporan a la vida, usando la energía del sol, a la vez que liberan, casi como un desecho, el oxígeno que respiramos la mayoría de los seres vivos. Si producir oxígeno es vital, también lo es capturar grandes cantidades de carbono en sus masas leñosas, ya que el incremento de este gas en la atmósfera es una de las causas del calentamiento global y cambio climático.
Intervienen en el ciclo del agua. A través de su entramado de ramas y raíces permiten que el agua de lluvia penetre lentamente en el suelo y utilizan una parte importante para su sobrevivencia. Los bosques actúan como grandes esponjas que absorben agua, su destrucción se vincula a eventos de inundaciones recurrentes.
Protegen los suelos, los sostienen con sus raíces e incrementan su fertilidad por el aporte continuo de materia orgánica. Resguardan las márgenes de arroyos y ríos.
Regulan las temperaturas extremas y el clima local, atemperan los vientos. Atrapan sustancias contaminantes y partículas del aire. Estructuran los ecosistemas y sostienen la biodiversidad. Son refugio, hábitat y alimento de otros seres vivos.
Acompañan al hombre desde el comienzo mismo de su existencia. Han sido y son abrigo, alimento, medicina, herramientas, medios de transporte. Vínculos sagrados. Arte y cultura. El papel donde se escribió la historia. Las vigas que construyeron casas y tendieron rieles. Los puentes que acercaron destinos. Los barcos que cruzaron océanos. Resguardo de nuestra última morada.
Y en nuestra vida urbana, el árbol es sosiego. Naturaleza en medio del cemento. Terapia para los males de este tiempo. Los árboles están ahí, en las veredas, en plazas, parques, acompañando nuestro camino. Nos preceden, nos sobreviven. Nos regalan su belleza. Copas llenas de flores, vivas de insectos y aves. Teñidas de ocres y amarillos. Desnudas de hojas o exultantes de verde. A menudo nos maravillan, nos conectan con la vida y recomponen nuestro espíritu.
Árboles nativos
Hay árboles que son nuestros. Que forman parte del paisaje prístino de nuestra provincia, que se originaron en este suelo. Son los árboles nativos o autóctonos. Muchas veces, menos conocidos que los traídos por el hombre, que son más populares en plazas, parques, veredas y cultivos. Componen los bosques nativos, esos que desde hace décadas, se pierden sin remedio.
Completamente adaptados al ambiente, a las condiciones de suelo, temperatura y disponibilidad de agua. Con enorme valor biológico por su estrecha relación con el resto de los seres vivos, como insectos, aves y mamíferos. Con valor forestal, forrajero, alimenticio, medicinal, melífero, tintóreo, curtiente, paisajístico. Dueños de una singular belleza, no siempre reconocida.
Así, a lo largo y ancho de la geografía santafesina, se distribuyen conformando nuestras ecorregiones, con su vegetación característica.
Acompañan al río Paraná y sus afluentes, en islas y costas rebosantes de verde, sauce criollo, seibo, sangre de Drago, aliso de río. Forman bosques puros o mixtos junto con laurel de río, timbó blanco, timbó colorado, ingá, curupí, ubajay, canelón. Allí crecen, nuestros bellos árboles costeros, enmarañados entre enredaderas, en suelos arenosos y paisajes cambiantes.
El norte santafesino es tierra de imponentes árboles forestales. El quebracho colorado, el árbol de hierro, es el emblema forestal de nuestra nación. Nos trae a la memoria nombres de pueblos y fortines, siluetas de tanineras abandonadas, historias de luchas, explotación y olvidos. Guayacán, guayaibí, guaraniná, viraró, espina corona, palo cruz, mistol, ñangapirí, integran bosques muy diversos en nuestra cuña boscosa.
El itín y el quebracho colorado santiagueño, más escasos, son propios del noroeste santafesino, en esos ambientes característicos del chaco seco.
En el centro de la provincia abundaban los algarrobos, blancos y negros. "El árbol" para los pueblos originarios, en señal de respeto y admiración. Sus frutos, las algarrobas, eran fundamentales para su alimentación. Aromito, tala, tusca, chañar, ñandubay, sombra de toro, quebracho blanco, también integran los bosques del espinal santafesino. Curupíes y cina-cinas acompañan los cursos de agua a lo largo de todo el territorio provincial.
En Santa Fe crecen más de ochenta especies de árboles nativos. Adaptados a ambientes diversos, con diferentes cualidades y virtudes. Muchos de ellos desconocidos para la mayoría de quienes deciden qué especies plantar o cuáles producir. Sin embargo, son los árboles que necesitamos, los que tienen que volver al territorio, los que aportan los mayores beneficios ambientales.
Gran parte de los bosques nativos de nuestra provincia se perdieron. Y si bien quedan aún algunos relativamente bien conservados, muchos se encuentran degradados, con escasas especies valiosas y suelos erosionados. Los postes, maderas, leña y carbón que utilizamos provienen enteramente de estos bosques. El enriquecimiento y restauración de bosques empobrecidos con alguna de nuestras valiosas especies arbóreas es aún una práctica escasa. Debería alentarse la introducción al cultivo de algunas de estas especies, agregando así valor a nuestros recursos naturales, y al mismo tiempo preservando nuestra biodiversidad e identidad cultural.
Por todo ello, en el día del árbol, queremos exaltar a nuestros árboles nativos. Los propios del territorio santafesino. Valiosos, rústicos y bellos. Pero también sobreexplotados y desconocidos.
Conocerlos y valorarlos es fundamental para protegerlos y comprender la urgencia de multiplicarlos en toda nuestra provincia.
(*) Docentes de la Facultad de Ciencias Agrarias, UNL