por Rogelio Alaniz
por Rogelio Alaniz
Un lugar común, que se repite hasta el cansancio, es el que postula que la corrupción política existe en todas partes y en todos los tiempos. Como todo lugar común, la afirmación dispone de una significativa cuota de verdad y su respectiva parte de mentira. Como se dice en estos casos, no todos los políticos son ladrones ni todos los ladrones son políticos. Matices. Como diría Henry James: “Sólo me intereso por los matices”. Y en el punto de vista, agregaría, para ser leal con el autor de “Otra vuelta de tuerca”. Los matices habilitan la comprensión; el punto de vista ahuyenta cualquier posibilidad de relativismo. La afirmación vale para la literatura, pero también para la reflexión política. No hay análisis político que no incluya los matices y el punto de vista. Lo demás es reduccionismo, simplificación, sacrificio de la verdad en definitiva. Valgan estas consideraciones para intentar entender los episodios de corrupción que estallaron en estos días en España, lugar en el que estoy “viviendo” desde hace un par de semanas. Dos ex presidentes de la Junta de Andalucía fueron procesados por prevaricato y malversación de fondos. Según las informaciones disponibles, se los acusa de haber “desviado” una suma aproximada a los ochocientos millones de euros. Se trata de dirigentes históricos del Psoe, hombres con reconocida militancia política y que a lo largo de más de tres décadas han ocupado las más altas responsabilidades públicas en nombre de su partido. Las indagaciones judiciales se iniciaron hace más de cinco años y, según se dice, existen pruebas suficientes para procesarlos y condenarlos. El procesamiento adquiere estado público a veinte días de las elecciones nacionales en las que el Psoe aspira a suceder al gobierno conservador de Rajoy. Hasta aquí los hechos que hoy ocupan las páginas de los diarios. A un argentino, lo sucedido no debería impresionarlo demasiado, entre otras cosas porque al primer golpe de vista parece confirmarse el principio de que el pecado, como la corrupción política, existe en todas partes. En el caso que nos ocupa, una vez más se dispone de fondos públicos para fines ilegales o, para ser más precisos, para reproducir el sistema de dominación político vigente. El Psoe gobierna en Andalucía -tierra de Felipe González y Alfonso Guerra- desde hace décadas y desde siempre el ciudadano común sospecha que el sistema político es corrupto. Las argumentaciones “éticas” para justificar la corrupción tampoco deberían sorprendernos. En España también se roba para la corona y no sólo la de los Borbones. Tan legalizado está este robo que los principales dirigentes del Psoe han salido a la palestra para justificar a los imputados ponderando su honestidad personal. Efectivamente, hasta los opositores más duros al socialismo admiten que Manuel Chaves y José Antonio Griñán no se han quedado con un peso. Es más, el juez a cargo de la causa admitió, entre líneas, la honestidad de sus imputados. Importa señalar que los socialistas no son los titulares exclusivos de la corrupción. En Cataluña, el hijo de Jordi Pujol, el caudillo histórico del nacionalismo catalán, está “hasta las manos” -él y su padre-, con el agravante de que además de robar para la corona, robaron para sus bolsillos y el de todos sus parientes. Financiar la política con los recursos públicos parece ser una costumbre que practican políticos de identidades tan diferentes como Fraga Iribarne en Galicia y Rita Barberá en Valencia. El caso Bárcenas y los episodios que comprometieron a la princesa Cristina y su amoroso marido, incluyen en la movida al propio rey Juan Carlos, quien tuvo el tino de abdicar, porque de continuar en el trono lo más probable es que lo que hubiera llegado a su fin no habría sido su cetro sino la monarquía misma. A la hora de ubicar las similitudes, habría que señalar, por último, que en todos los casos la corrupción no es una aventura individual, sino una decisión sistémica. En el Estado no roba el Llanero Solitario sino un colectivo que, según nuestras preferencias, podemos calificar como banda o asociación ilícita. Sin ir más lejos, en el caso de Andalucía, los procesamientos incluyen, además de los dos ex presidentes a veinticinco funcionarios. Insisto, hasta aquí nada que a los argentinos pueda escandalizarnos. Pero luego entran a tallar los detalles, los malditos o benditos detalles con los que Dios o el Diablo se complacen en complicarnos la vida. Chaves y Griñán no son Boudou o el Morsa Fernández. Al respecto, Pedro Sánchez, Felipe González, Susana García, Antonio Hernández, Iñaki Gabilondo, es decir las principales espadas del Psoe, admitieron que cometieron los ilícitos mencionados, pero que su trayectoria personal es impecable. Es verdad que en España nadie está dispuesto a concederles un handicap a estos señores, porque en definitiva los ilícitos están y, como dijera un conocido periodista madrileño, así como una mujer no puede decir que está más o menos embarazada, tampoco se puede decir que se es más o menos corrupto. Sobre todo porque la ley señala que la corrupción consiste en desviar dinero público con fines impropios y desprecio de la ley. Diferenciar a Chaves y Griñán de Boudou o el Morsa, puede ser un matiz, pero yo no lo consideraría tan irrelevante, sobre todo si se tiene en cuenta que los socialistas andaluces no bien se iniciaron las investigaciones se despojaron de los fueros y renunciaron a su partidos, exactamente lo contrario de lo que hacen nuestros corruptos locales, desde Menem a De Vido. Hasta aquí lo personal, los detalles menores; las diferencias entre los que roban para la corona y los que en nombre de la corona roban para ellos, las vicisitudes entre dos trepadores sociales y hampones como Boudou y el Morsa y dos dirigentes socialistas decididos a financiar el poder político con recursos públicos. Vamos ahora a cuestiones sistémicas, a diferencias que calan hondo en la cultura de los pueblos y marcan diferencias. En primer lugar, el tema de la relación entre corrupción e impunidad. Corrupción hay en España y en Argentina, pero los niveles de impunidad son diferentes. En España los corruptos pueden ir presos; no sucede lo mismo en nuestros pagos. De todos modos, no exageremos. En España no todos los corruptos están presos, pero convengamos que a la hora de cometer ilícitos estos caballeros tienen más dificultades. La Justicia por lo pronto, es más independiente; los jueces no esperan que un gobierno se vaya para intervenir; no son santos, pero son más profesionales que los nuestros. No es una cuestión personal, no es que por naturaleza los españoles son más rectos que los argentinos. La diferencia es institucional, pero si se me permite, en el fondo es una cuestión de cultura. Desde los tiempos de Nerón y Calígula, el poder incluye corrupción. ¿Qué lo contiene? Las instituciones, pero las instituciones no son entes milagrosos, son construcciones sociales, por lo que es pertinente afirmar que los excesos y los límites al poder no dependen de los poderosos, sino de las sociedades, son ellas las que consienten o no la corrupción, una afirmación que adquiere plena entidad en los sistemas democráticos donde el pueblo es soberano. Admito que esta afirmación merece relativizarse, porque en la sociedades de masas las mediaciones institucionales son necesarias pero establecen inevitables y a veces insalvables distancias entre gobernantes y gobernados. ¿Complicado? Y sí, es complicado, ¿O alguien puede suponer que asegurar la convivencia civilizada de millones de personas es una cuestión simple? Tarea para el hogar. Si en todos los casos de corrupción política los dirigentes se justifican diciendo que roban para la corona, ¿qué se debe hacer para impedirlo? Hay diversas respuestas a este interrogante, pero hasta la fecha o las respuestas no son satisfactorias o, atendiendo a la consistencia de los hechos, no nos queda otra alternativa que admitir que robar para la corona es una actividad lícita. Por lo pronto, en España, a Chaves y Griñán su honestidad personal no les alcanzó para impedir su procesamiento. Y me parece bien que así sea.