Si en un gesto de compasión, generosidad o impotencia, el FMI decidiera perdonarnos las deudas, el actual gobierno argentino en seis meses volvería a estar empantanado en el mismo fango, porque en estos temas el populismo no sabe hacer otra cosa que endeudarse, emitir o cobrar impuestos. Y a veces todo esto junto. La deuda efectivamente es un problema serio, pero a nadie se le escapa que la deuda es una consecuencia de una economía que gasta más de lo que produce. La respuesta de fondo es esa: interna y relacionada con el funcionamiento del capitalismo en sociedades democráticas con estado de derecho. El gobierno debe dar respuestas a estos desafíos. Transformar al FMI en el cuco de la película puede llegar a ser una buena excusa o un opinable negocio publicitario, pero no es una respuesta seria en el mundo real. Los problemas de los argentinos son responsabilidad de los argentinos. Basta de echarle la culpa de nuestras desgracias al imperialismo, a la sinarquía o al Lobo Feroz.
Respecto de nuestra relación con el FMI, importa recordar que lo integramos desde 1956 y que hasta la fecha hemos firmado en sus diferentes modalidades alrededor de 27 acuerdos. El populismo debe de haber sido el que más adjetivos descalificativos empleó contra el FMI. Una verdadera y típica paradoja, porque casualmente el peronismo es la fuerza política que más acuerdos hizo con el detestable FMI. Muchos más que los radicales o los militares. Algunas otras aclaraciones son pertinentes. El FMI no es una sociedad de beneficencia, es una institución representativa del capitalismo globalizado creada después de la segunda guerra mundial bajo los auspicios de las ideas keynesianas y con objetivos sociales que hoy nos animaríamos a calificar de progresistas. Los préstamos los otorga a sus socios y Argentina exhibe esa condición por decisión propia. Y no tengo conocimiento de que alguna vez un gobierno argentino haya planteado retirarse. Y no lo han hecho porque los gobiernos podrán ser nacionalistas, antimperialistas, de derecha o de izquierda, liberales o conservadores, pero por lo general no son estúpidos. Y retirarse de ese "club" más que un acto de soberanía nacional sería una estupidez o algo peor. O sea que el FMI no es una sociedad de beneficencia, pero tampoco un ávido y siniestro vampiro de Transilvania dedicado al ejercicio lujurioso de chuparle la sangre a los pobres pueblos del patio trasero que suelen darse gobernantes tan buenos y tan justos. Sus préstamos, que las naciones socias los solicitan sin que nadie les ponga un revólver en el pecho, hay que devolverlos, una pretensión legítima de cualquier prestamista, aunque importa aclarar que el FMI no es un banco. Asimismo, si es o no una banca usurera, es un tema a discutir, pero lo que en nuestra modesta historia local debemos recordar es que los intereses que cobra el FMI suelen ser más bajos que los intereses que alguna vez nos han cobrado (con sus negocios particulares incluidos) ciertos aliados nacionales, antiimperialistas y populares. ¿Cómo Chávez? Sí, como Chávez. Cualquier duda, conversar con Claudio Uberti
Consideraciones históricas al margen, en la actual coyuntura debemos arreglar con el FMI. Acerca de la necesidad de ese arreglo habría un acuerdo entre el oficialismo y la oposición. Por lo menos de la boca para afuera todos dicen que es necesario arreglar. El debate en cuestión es en qué condiciones se arregla. Lo ideal que el acuerdo sea un acuerdo nacional, es decir, que esté respaldado por el oficialismo y la oposición. Es lo ideal y lo necesario, entre otras cosas porque cualquier acuerdo que se firme, sus consecuencias se extenderán más allá del período constitucional de un gobierno. El problema es que los argentinos siempre nos damos maña para no hacer lo ideal y necesario. Algunas advertencias importan. La deuda del FMI no es toda la deuda argentina. Es más, apenas representa el doce por ciento del total. Es una verdad por todos sabida que la Argentina hace rato que se viene endeudando. Sin ir más lejos, el actual gobierno, el presidido por Alberto Fernández y Cristina Kirchner es el que porcentualmente más deuda externa ha adquirido. En apenas dos años los Fernández se han endeudado más que Macri en cuatro, e incluso han superado la capacidad de endeudamiento de ese otro endeudador serial que fue Axel Kicillof. Endeudador y pagador serial.
Insisto. El problema real es un país que gasta más de lo que produce. Así de sencillo y así de complicado. Los funcionarios del Fondo (que están muy lejos de presentarse como humanistas bondadosos y compasivos, entre otras cosas porque si lo fueran no estarían en ese lugar) ya saben que tienen que lidiar con defaulteadores históricos, pero por razones institucionales estarían dispuestos a atender nuestros problemas a cambio de algunas garantías. Lógico y previsible. Por lo pronto, un plan económico o algo parecido a un plan económico que dé respuestas a algunos de nuestros problemas crónicos y estructurales, empezando por el déficit fiscal. Al respecto hay que decir que por más juego de palabras que hagamos, la palabra "ajuste" es inevitable. En términos generales, sabemos que un ajuste nunca es agradable, pero no debería ser una mala palabra en una economía capitalista, cuyos rasgos distintivos son sus oscilaciones y sus crisis. El problema es que en la Argentina los economistas de todos los partidos comparten dos certezas: el ajuste es necesario, pero al ajuste lo debe hacer el otro. Que el ajuste es necesario, está fuera de discusión. Y lo que en todo caso se discute es si se hace por las buenas o por las malas. O si lo hacen los "otros" o "nosotros".
Es necesario hacerse cargo de que la crisis actual está destruyendo a la Argentina. Nada más y nada menos Si la solución es el default, el destino que nos aguarda es el de parias. El peronismo lo sabe, aunque está algo confundido porque por primera vez en su historia debe hacerse cargo de la escasez y no dispone por razones temporales del recurso de dejarle una bomba de tiempo al gobierno que venga. Asediados por la crisis, no saben qué hacer. La racionalidad les dice que no hay margen para continuar la fiesta, pero las posibles soluciones que se les presentan no les gustan, entre otras cosas porque además de granjearse la antipatía popular les afecta negocios y beneficios montados alrededor del paradigma "capitalismo de amigos". Por lo pronto, de la boca para afuera sus sectores más responsables rechazan la posibilidad del default. ¿Pero qué proponen a cambio? No lo sabemos. Creo que ellos tampoco lo saben. Y los que supuestamente lo saben, están peleados entre ellos. Mientras tanto, lo que Alberto Fernández denomina "diplomacia bilateral" no es más que un enjuague de embustes y farsas, algo así como la proyección exterior de las mentiras que en el orden interno jalonaron su carrera política. Presidido por ese aura virtuoso, Santiago Cafiero viaja a Estados Unidos, mientras Alberto Fernández preside esa verdadera cloaca de dictaduras bananeras que es la CELAC y se prepara para viajar a Rusia y a China, mientras su embajador en Nicaragua comparte escenarios con uno de los responsables del atentado terrorista contra la Amia. En ese contexto, convengamos que la gestión de Cafiero es por lo menos complicada. Y mucho más para un aprendiz en estas diligencias. Cafiero canciller. Qué mal que te veo Argentina. Pensar, en homenaje a la nostalgia, que alguna vez esa responsabilidad fue ejercida por Miguel Ángel Cárcano o Zavala Ortiz o el propio Guido Di Tella. Qué mal que te veo Argentina. De todos modos, los yanquis son bien educados, lo recibieron, lo escucharon, se sacaron una foto y punto. Lo más importante es lo que ahora decidamos. Aunque el gobierno se resista a creerlo, dispone del privilegio de contar con una oposición dispuesta a admitir que el acuerdo con el FMI está dispuesto a firmarlo. Para ello, el gobierno debe elaborar un plan y presentarlo ante el Congreso. Eso sí, el plan debe estar avalado por el presidente, pero muy en particular por la señora Cristina, es decir, por el poder real.