I
I
Al cuerpo sin vida del Paco lo encontró un barrendero municipal la madrugada de julio de 1976, una madrugada helada en una ciudad que a esa hora parecía desierta, entre otras cosas porque en julio de 1976 no era aconsejable ni saludable ensayar paseos nocturnos por la ciudad. Paco, lo que quedaba de él, estaba tirado al lado de un árbol cerca del palco de Plaza España. Estaba como recogido -es lo que dijo el barrendero- y en principio él pensó que dormía, hasta el momento en que advirtió que lo habían molido a golpes, por lo menos esas eran las señales que se registraban en su rostro. La policía dirá luego que efectivamente lo habían matado, un informe que se conoció días después, porque, a decir verdad, ninguna autoridad se preocupó demasiado por esa muerte, la muerte de alguien que, a juzgar por las ropas o por los harapos que cubrían su cuerpo, que no superaba los cincuenta kilos, se trataba de un mendigo al que posiblemente lo hayan golpeado en alguna de esas riñas entre mendigos; luego el frío y las escasas defensas del cuerpo de la víctima hicieron el resto. Como para justificar la indiferencia policial, un agente reconoció al muerto y aseguró que, efectivamente, se trataba más que de un mendigo, de un hombre extraviado por el alcohol a quien él había detenido un par de semanas antes por promover desórdenes en la terminal de ómnibus, desórdenes que, poco cuesta imaginar, no iban más allá de alguna palabrota dicha en voz alta, porque ya para entonces Paco era incapaz físicamente de hacer algo más que eso, motivo por el cual su detención apenas se extendió por unas horas, porque, como dijera en algún momento otro policía: "Demasiado trabajo tenemos en estos días, como para ocupar una celda con este borracho de mierda". De lo que se deduce que, por buenas o por malas razones, Paco había llegado a una situación en la que ni siquiera era digno de merecer una celda.
II
Me enteré de la muerte de Paco seis o siete meses después, casi sobre el filo de las fiestas de fin de año. Lo supe gracias a la información que me dio mi hermana, que en esos días me fue a visitar a la cárcel de Coronda, donde estaba detenido desde marzo de 1976; desde el 24 de marzo para ser más preciso. Sonia me dijo que Paco había muerto y no se sabía con exactitud quién lo mató o en qué circunstancias lo mataron, verdad -dijo mi hermana- que nunca se conocerá, entre otras cosas porque quienes debían investigar se negaron a hacerlo desde un primer momento y si bien una tía de Paco llegó desde la ciudad de Buenos Aires para reclamar una investigación, la policía no le dio demasiadas explicaciones, y si se tomaron el trabajo de atenderla fue porque se trataba de una señora viuda de un oficial del ejército e integrante de una familia patricia venida a menos, pero patricia al fin. Para ser sincero, la noticia de la muerte del Paco no me sorprendió demasiado, porque Paco buscaba la muerte, o quería morirse desde hacía mucho tiempo, desde hacía por lo menos diez años, una fecha que de todos modos es difícil de determinar porque nunca se sabe con precisión en qué momento una persona decide que lo más importante de su vida es beber sin límites. ¿Por qué quería hacerlo? ¿Por qué esa decisión? Son preguntas que entre sus amigos más de una vez nos hemos hecho sin hallar una respuesta satisfactoria, si es que resulta posible hallar respuesta a estas decisiones. Paco había llegado a Santa Fe en 1964 o 1965 con el objetivo de estudiar abogacía, carrera que abandonó en el primero o segundo año, porque su pasión absoluta era la literatura, y la poesía en particular. Según recuerdan sus amigos de entonces, su vocación literaria era auténtica y sus poemas llegaron a ser publicados en las revistas más consideradas de aquellos años. Cuando yo llegué a Santa Fe en 1967, Paco ya era un alcohólico que vagaba por diferentes pensiones de estudiantes y, según me dijera una de sus ex novias, la mujer que alguna vez se casó con él y que luego de separarse, porque, seamos sinceros, vivir con Paco resultaba imposible, lo quiso y lo protegió hasta donde pudo, porque, importa decirlo, cuando a Paco lo mataron ella estaba presa en Devoto. Entre 1968 y 1971, Paco para entonces había sido internado un par de veces, internaciones que, a juzgar por los resultados, no alteraron lo que parecía ser su vocación definitiva o su martirio definitivo, martirio que ni su ex esposa ni sus amigos pudimos evitar. Por lo que entonces averiguamos, su familia porteña se limitaba a enviarle una suma de dinero para que pueda vivir "dignamente", pero luego de dos o tres intentos por corregirlo, parecían haberse desinteresado completamente de él.
III
El alcohol, el vino barato de sus últimos años, habían devorado al poeta, pero a pesar de la ruina de su vida, a pesar de su miseria y decadencia, mantenía intacto sus modales de niño bien, su tono de voz capaz de recitar en inglés poemas de Eliot, Dylan Thomas o Auden, o en el más puro alemán los poemas de Holderlin, Rilke y Brecht. Resultaba sorprendente, patético y hasta doloroso, contemplar esa suerte de despojo humano hablar como un académico y recitar con la sensibilidad de un poeta. Por supuesto que su decadencia fue gradual y con altibajos, pero el verdadero suplicio de su vida no se extendió por más de diez años. Cuando murió, o lo mataron, en 1976, Paco no tenía más de treinta años, pero el deterioro de su cuerpo, según le dijo un funcionario policial a su tía, era el de un hombre de cien años. La última vez que lo vi fue en el bar de la terminal de ómnibus en febrero de 1976. Yo estaba con dos dirigentes de la Juventud Universitaria Peronista (JUP), porque habíamos decidido en nombre de la Federación Universitaria del Litoral ir a Coronda para visitar en la cárcel a los presos detenidos por orden del gobierno peronista de Isabel, gobierno que no necesitó de los militares para poblar de presos las cárceles. Decía que estábamos en el bar, que deben de haber sido alrededor de las seis de la mañana, porque ya había luz, cuando escuchamos un ruido de voces alteradas en la puerta y no bien presté atención lo vi a Paco discutir con el mozo porque no lo dejaba entrar, y no lo dejaba entrar tal vez porque consideró que a un mendigo zaparrastroso no le corresponde el derecho de admisión, o tal vez porque Paco ya entonces merodeaba sus miserias por esa zona de la ciudad, la misma zona donde luego lo encontraron muerto. Mientras Paco discutía con el mozo, con uno de mis compañeros de mesa, nos acercamos a la puerta y logramos convencer al mozo de que lo deje pasar, porque nosotros estábamos dispuestos a pagarle un café con leche con medialunas. El mozo dudó un instante, pero finalmente lo dejó pasar. Paco no agradeció, aunque por nuestra parte nosotros no esperábamos agradecimientos, simplemente queríamos que desayune con nosotros, la única acción que podíamos realizar a su favor. Se sentó a la mesa, hizo un comentario irónico -esa ironía que a pesar de su ruina nunca perdió- acerca de los mozos y los dirigentes estudiantiles, tomó con desgano su café con leche y apenas mordisqueó una medialuna. No recuerdo de qué hablamos, tal vez porque ya para entonces era complicado sostener con Paco algo parecido a una conversación, porque sospecho que ya para esa fecha ni él sabía quién era. Esa escena a las seis de la mañana en el bar de la terminal de ómnibus no la olvido más, no solo porque esa fue la última vez que lo vi a Paco con vida, sino también porque a los dos dirigentes estudiantiles de la JUP -los mismos con los que fuimos a Coronda y en la cárcel no nos dejaron pasar para visitar a los presos-, dos o tres meses después los mataron. Duarte y Abasto. Esos eran sus apellidos.