Rogelio Alaniz
El 12 de septiembre de 1976 un vecino encontró a la vera de la ruta 36, en el partido bonaerense de Magdalena, los cadáveres de los abogados Sergio Karakachoff y Domingo Teruggi. Los cuerpos estaban despedazados a balazos. Los dos abogados habían sido secuestrados el 9 de septiembre en un operativo integrado por civiles armados. Ese día, diez autos y cuarenta hombres armados hasta los dientes ingresaron a la casa de Teruggi, donde vivía con su esposa María Rosa Tonelli y su bebé. Previo a ello el comando se había hecho presente en la guardería donde estaban las hijas de Karakachoff, Matilde y Sofía. La directora, María Luisa Navarro, se comunicó de inmediato con la mujer del dirigente radical, Marimé Arias Noriega, quien en vano intentó advertirle a su marido sobre lo que estaba ocurriendo. Mientras tanto, en su estudio, Karakachoff se enteró de que un comando armado había allanado la casa de su socio, pero a pesar de las advertencias de sus amigos, Menucci y Fernández Cortés, se hizo presente en el escenario de los hechos. La esposa de Teruggi intentó advertirle desde la puerta sobre lo que estaba pasando, pero ya era tarde. Karakachoff era la presa apuntada por los fascistas platenses, el dirigente radical acusado de marxista, el defensor de presos políticos y abogado de la CGT de los Argentinos. En septiembre de 1976 los verdugos no iban a dejar pasar semejante bocado.
Karakachoff y Teruggi se conocían desde hacía muchos años. Militaban en partidos diferentes, pero compartían ideales parecidos. Teruggi se había iniciado en el socialismo, fue presidente de la FUA en 1971 y en los últimos tiempos se identificaba con el peronismo combativo. Karakachoff le ofreció integrarse a su estudio jurídico desde donde atendían juicios laborales y presentaban recursos de habeas corpus. En la misma época, otro abogado en Santa Cruz se hacía millonario con una ley de la dictadura.
Las causas del crimen no están del todo esclarecidas. La responsabilidad de la dictadura militar es inexcusable, ya que sólo sus sicarios podían darse el lujo de recorrer alegres e impunes la ciudad de La Plata con diez autos y cuarenta hombres armados sin uniformes ni documentación. Pero tampoco son ajenos a estas muertes los comandos armados de la ultraderecha peronista.
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