A tono con el Mundial, paro la pelota y quiero hacer llegar mi opinión sobre el cierre del ciclo lectivo 2022 en el nivel medio. Dentro de la comunidad educativa, existe un amplio acuerdo en que nuestra secundaria necesita una revisión profunda pero, me parece necesario advertirlo: eso se hace con calma, reflexión, paulatinamente, a largo plazo y con colaboración de todos los actores del sistema educativo. No todo lo que se hizo hasta el presente está mal: por eso, más que "cambio" me parece más apropiada la palabra "redefinición". Es cierto que los números de egresados santafesinos del secundario son bajos en comparación con otras provincias argentinas pero la solución no pasa por la puesta en práctica de una pedagogía light que convierte a la repitencia en "mala palabra", que proscribe los exámenes y tiene como estandarte la extremaunción de un "trabajito" expiatorio. La solución no pasa por la fabricación del éxito escolar con penales sin arqueros.
En "Adolescencia, posmodernidad y escuela", Obiols y Di Segni afirman que: "La escuela secundaria de la sociedad posindustrial democrática debe ser una institución centrada en la transmisión del conocimiento socialmente válido en el plano de las ciencias, las humanidades y los sistemas normativos. Esta escuela tendrá que rechazar el facilismo que aprueba a todos sin exigir un mínimo de conocimiento; y tendrá que exigir a profesores y alumnos el cumplimiento de sus tareas específicas. Al enseñar el saber socialmente válido, desarrollará en sus alumnos hábitos, actitudes y valores capaces de conformar una personalidad autónoma que constituirá la base para ulteriores desarrollos en la esfera de las opciones entre valores. Solamente si se dedica a cumplir con su función instructiva la escuela, por añadidura, podrá ser educativa".
Estos mismos autores sostienen que la sociedad posindustrial es la sociedad del conocimiento: allí reside la nueva riqueza de las naciones y nunca, como ahora, ha sido necesaria una mano de obra tan altamente calificada, con iniciativa, con capacidad de aprender rápidamente y de adaptarse velozmente a situaciones y tecnologías nuevas. Se necesita mucha gente muy instruida y capaz de seguir aprendiendo.
En tal sentido, sospecho que ese perfil de egresado del secundario no se forja a partir de una cultura del "trabajito". Vuelvo a la comparación de este "trabajito" con el penal sin arquero. Por más que el arco esté libre: ¿Cómo hará el chico en sillas de ruedas para meter la pelota en la red? ¿Cómo harán el ciego o el sordo sin asistencia? ¿De dónde sacará vigor la piba que tiene el estómago vacío y apenas se sostiene en pie? ¿Quién les explicará las reglas del juego a los novatos que son empujados a jugar sin saber cómo? ¿Y qué pasa si estos jovencitos no quieren patear por simple modorra o apatía?
El "trabajito'' es una suerte de andador al que encadenamos a nuestros alumnos y los privamos de que aprendan a volar su propio vuelo. Como en los cuentos de hadas, el "trabajito'' funciona como una varita mágica que convierte a Cenicienta en Messi, Einstein o Marie Curie. Esos cuentos de hadas se esfuman cuando nos miden -por citar- con PISA: evaluaciones estandarizadas a las que no les importa si somos ciegos, sordos, mudos o vivimos en el Tercer Mundo.
La palabra "trabajito" desnaturaliza la idea original del trabajo práctico: una oportunidad de aprender a partir de la solución de problemas; de pensar de manera interdisciplinaria; de colaborar y cooperar con los pares. Si es un "trabajito", se parece a un "tramitecito". Es un trabajo enano desprovisto de esfuerzo, de sudor, de conflicto, de frustración, de responsabilidad, de marchas y contramarchas. El "trabajito" es un camino alfombrado, sin barro, sin espinas, sin baches y sin desniveles; un sendero perfectamente señalizado e iluminado que se transita con la voz del GPS del maestro. ¡Imposible perderse! ¡Nadie (se) pierde! El "trabajito" mata un principio fundamental de la educación que Montessori resume en: "¡Ayudame a hacerlo por mí mismo!" El "trabajito" le da la espalda a una idea clave de la tarea educativa: "Más vale que tengan chichones de pequeños y no fracturas expuestas de adultos".
Algunos llaman a esto "pedagogía de la amabilidad" ya que reduce el papel de la escuela a la guardería de adolescentes y niños, donde los profesores "dialogan" con sus alumnos y les indican la realización de algún sencillo trabajo individual o grupal. Para otros, se trata de una "contra-pedagogía" porque desvirtúa el rol del maestro y no importa si el alumno ha logrado el aprendizaje efectivo de conocimientos.
Para mí, es "asistencialismo educativo": les damos el pescado y no enseñamos a pescar. En un país como el nuestro donde el que no llora no mama y el que no afana es un gil: ¿Para qué estudiar si pasás de año por inercia? El asistencialismo es la anti-educación; niega la dimensión radical del sujeto; niega la dimensión humanista de toda comunicación educativa que Paulo Freire define así: "Humanismo que, rechazando tanto la desesperación como el optimismo ingenuo, es esperanzadamente crítico. Y su esperanza crítica se basa en una creencia, también crítica: los hombres pueden hacer y rehacer las cosas, pueden transformar el mundo. Creencia donde, haciendo y rehaciendo las cosas y transformando al mundo, los hombres pueden superar su situación en que están siendo un casi no ser, y pasan a ser un estar siendo en búsqueda de ser más". El asistencialismo convence de andar en muletas al que puede saltar, caminar y correr mejor que un atleta olímpico.
En caliente, con el cansancio de fin de año a cuesta y empapado de sudor, un colega me lo resumió así: "Hagamos lo que hagamos, van a pasar de año a fuerza de decretos y circulares emitidas entre gallos y medianoche. ¿Me querés decir cómo vamos a hacer para que trabajen a lo largo del año que viene? Estos pibes y pibas son los consentidos de las autoridades ministeriales que, como madres sobreprotectoras, conceden todos los caprichos a sus pequeños incluso antes de que hagan berrinches. Y si vos te ponés firme, te convertís en el malo de la película: los padres se van al Ministerio, patean la puerta de los supervisores y te hacen labrar un sumario por discriminación, por acoso educativo o maltrato catedrático. ¿Tenemos que 'corrernos' para respetar, entonces, su derecho a la brutalidad y la ignorancia? Me siento como el policía que presencia un robo pero está atado de pies y manos: no puede intervenir porque los ve entrar por una puerta y salir ilesos por otra. Realmente es una inversión de valores donde se desalienta al que se rompe el lomo y se premia o fomenta la actitud del que se la 'rasca'. ¡Esto es una apología de la vagancia!"
Repito: para mí, esta cultura del "trabajito", que ha prosperado como reguero de pólvora ante la mirada pasiva de algunos obedientes agentes educativos, implica renunciar a educar con el fin de que los números cierren. Porque los chicos y las chicas pueden olvidarse de las tablas de multiplicar, de los planetas que giran en torno al Sol, de quiénes integraban la Primera Junta de Gobierno de 1810 o de quién escribió el "Martín Fierro". Pero la escuela no puede renunciar a enseñar que nadie puede hacer lo que se le antoja, que existen límites que nos protegen y protegen a nuestro vecinos, que en la vida no todo nos sale bien, que hay que ser responsables, que hay que administrar la frustración, etc. En el mundo de los adultos, no hay infinitas oportunidades como en los juegos de video o como las que da esta propuesta demagógica del "trabajito". Por ejemplo: si llegás tarde al trabajo o te vas antes de que termine tu jornada… si no cumplís con tu tarea en tiempo y forma, no habrá padres ni ministras de educación que intercedan por vos cuando te llegue el telegrama de despido.
Tal vez me equivoque en lo que pienso. Tal vez hay muy buenas intenciones en las decisiones ministeriales pero cabe insistir en que: las transformaciones necesitan tiempo, organización, preparación, consenso y trabajo de equipo. Vuelvo a la comparación con el Mundial de Qatar: todos quieren jugar como Guardiola, pero eso lleva años y no todos los grupos están preparados para el fútbol total de Pep y compañía.
Tal vez el tiempo le termine dando la razón a la gestión educativa provincial actual. Tal vez, en un futuro cercano, miles de estos jóvenes santafesinos que hoy deambulan por nuestras escuelas quieran homenajear como próceres transformadores a nuestro gobernador y a nuestra ministra de educación. Tal vez estas generaciones quieran erigir un monumento en su honor. Entonces, me pregunto: ¿Sabrán hacer los cálculos para poner en pie este merecido reconocimiento? En el peor de los casos: ¿Sabrán leer y escribir para redactar las loas a esta deslumbrante administración educativa?